jueves, 24 de diciembre de 2009

El sol



El sol brincó en el árbol.
Después, todo fue pájaros.

Lejos, caía lluvia
del cielo de tus manos
-un cielo pequeñito,
lívido, solitario-.

Hora el cielo es distancia,
ceguedad, aletazo...

El sol tiene en el árbol
inquietudes de pájaro.

(Poema escrito por el talentoso Martín Adan)

domingo, 29 de noviembre de 2009

Rara costumbre de las aves



He encontrado una piedra tallada con maestría. Se trata del libro escrito por Iván Thays Vélez "La disciplina de la vanidad". Esta novela es rigurosa en el uso de la palabra, es inteligente, de un humor ingenioso y de una carga emocional tratada con una lejanía tal que termina haciéndola más conmovedora. Aun no acabo de leerla, sin embargo las primeras 50 páginas ya crean la adicción al lector.

«Iván Thays es uno de los más interesantes escritores que han aparecido en América Latina en años recientes. Es cuentista, novelista, profesor universitario y conductor de un programa de televisión sobre libros; ha dedicado su vida a la literatura, una vocación que en su caso es una pasión y una misión» (Mario Vargas Llosa); «La literatura peruana joven está en manos de autores como Iván Thays» (Alfredo Bryce Echenique)

Los dejo con un retazo de la novela:

"Las aves tienen una rara costumbre que consiste en volar por el mundo, extraviarse en bosques, alares y agujeros dentro de las fachadas, para acopiar una serie de pelusas, pajillas secas, ramas y hojas. El pájaro desconoce la razón por la que cumple con ese oficio de recopilador; solo trata de hacerlo lo mejor posible. Alguna vez he visto disputar a un par de pájaros por un rama, idéntica, además, a muchas de las decenas de ramitas que estaban alrededor. Era como si lucharan por una pieza de rompecabezas invisible para los humanos pero absolutamente indispensable en los diseños de ambos animales.

¿Qué diseño? Nadie podrá comprobar jamás cuál es ese diseño, si existe o no en la cabeza del pájaro antes de empezar el acopio. Es probable que no, que sea sólo la naturaleza que impulsa ciegamente esa rara costumbre hasta que un día, en un momento determinado, como una iluminación, el ave recibe interiormente el diseño, el concepto, el plan de la Obra para la cual ha estado preparándose toda su vida. Sabe que tiene que hacer el nido, lo visualiza por completo, entiende por qué cada pieza era única y necesaria mientras lo va armando con destreza de albañil e imaginación de arquitecto.

Los escritores somos pájaros".

El resumen lo haré al finalizarlo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

"La insoportable levedad del ser"*



La abuela se desenreda el cabello recién lavado. Su cuerpo tiene un olor a jabón de lavar ropa. Es el único que realmente limpia, defiende ella. Se mira al espejo y parece no reconocerse, las cataratas en tonos desiguales de nitidez. ¿Cómo es que uno olvida por completo lo que su rostro ha sido? A través de su ventanal puede ver como el sol cicatriza el cielo con sus tonos naranjas. Todavía la noche no llega. Unos hombres con trapos amarrados en las cabezas construyen tras haber derrumbado un antiguo hogar. Seguro harán un edificio como los de ahora, donde debe ser imposible vivir.

Por ejemplo el cadmio, mejor el selenio que no es ni metal pesado, ni metal, ni nada. Es más bien no metal pero se comporta como metal y se bioacumula en tus tejidos. Te explico. Supongamos que en un proceso de separación y enriquecimiento de metales en una planta de fundición minera se vierte grandes cantidades de selenio a un espejo de agua. El agua contaminada sirve de regadío a un cultivo de maíz. A ver alumno. El selenio ingresa por las raíces y forma parte de los tejidos del maíz. El vegetal no puede digerir este elemento si no que lo constituye como parte de su organismo. El fruto cosechado es llevado a los mercados. El resto, es comercializado como chala, para alimento de vacunos. Las vacas se alimentan de la chala y a su vez ingresa el selenio a sus tejidos. Entonces la vaquita vive, un tiempo hasta que la llevan al matadero. Mira. Y de pronto es beneficiada en un camal. La carnecita va a tu Mc Donalds y tú vas y te comes rico una hamburguesa doble. Entonces el selenio ahora pasa a tus tejidos. Y tú vives con esta sustancia tóxica toda tu vida, pues tu organismo no puede excretarla por ninguna vía. Es parte de ti. Y así vives, y quizás, si ingieres muchas hamburguesas con selenio puedes desarrollar una enfermedad grave. Además, joven estudiante. Mírame, yo soy un hombre fuerte, grande y todavía joven; pero eso no significa que yo no puedo, ahorita mismo, tener grandes concentraciones de selenio, cadmio, mercurio, plomo o cualquiera de estas sustancias tóxicas en mi sangre. Y vivo una vida normal y cuando sea muy viejito muero. Y bueno, muerto ya, ciertos gusanos se alimentarán de mis restos ¿no? Y así, estos gusanitos acumularán también el selenio en sus tejidos hasta morir dentro de mi ataúd. Pero profe, dirán ustedes, yo no como carne, pues bien, ¿recuerdas el choclito que te comiste en el desayuno? También puede tener selenio. Pasan unos años, al principio tus familiares te visitan. Te llevan flores, pero ellos también envejecen. Los que te conocían van muriendo. Por ahí un nieto tuyo aun tiene un recuerdo borroso de ti. Y mantiene tu tumba limpia, el gras recortado. Les cuenta a sus hijos sobre ti. De lo bueno que eras. Pero ellos ya no te conocen. Entonces ese nieto cariñoso tuyo, también muere. Y sus hijos. Y nadie más se acuerda de ti. En realidad cuando dejas de ser recordado es que realmente mueres. ¿Y qué creen que pasa después de eso? Pues sencillamente el terreno donde yacía tu cuerpo ahora no le pertenece a nadie más que a la nueva compañía que lo ha comprado todo. Entonces te desentierran y te colocan en una fosa común. Y lo que queda de ti es llevado en un terreno donde cultivarán maíz y el selenio que estaba en tu cuerpo, pasará a la tierra que sostiene a la raíz, y el ciclo vuelve a comenzar. Los metales pesados entonces mantienen este rigor frente a los seres vivientes.

Los ladrillos están apilados a un lado de la construcción. Un hombre mayor dirige a los más jóvenes. Colocan un bloque, luego el mortero, después el otro. En poco tiempo la pared se erige. La abuela los mira a través de su ventanal. De rato en rato también se mira en el espejo. Su boca está reducida a un higo seco. Sus cejas casi han desaparecido, así también sus pestañas. Intenta dar un poco de color a sus mejillas con unos cosméticos que le regaló su vecina, su amiga Maruja. Que también ha muerto. Hay cosas que no se deberían hacer cuando la gente muere. Como construir edificios. Extraña la voz de su nieto. Ahora las cataratas han trascendido sus ojos, sobre sus mejillas el polvo rojo hace ocaso en un pequeño diluvio silencioso. Entonces, la noche.



*El título es de Milan Kundera, porque es un título que podría servir para cualquier cuento o novela (Thays dixit). Totalmente deacuerdo, hasta encontrar otro título mejor.

Los cuadros son de Miro y Kandinski, a quienes, también admiro.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

de.tarde ( por inz[né] )

Estoy de espaldas a ti, como castigado mirando a la pared
espera me dices, no mires me dices, un ratito me dices,
ahora si, me dices, puedes voltear...

Recostada en mi cama,
con tu piel clara al aire
capullo recién abierto
expuesta, íntima
mía, tuya, nuestra
tu aroma llena mis sentidos

¿Me puedo acercar? pregunto
tan frágil te veo, delicada
mis neuronas apegadas a las
ventanas de mis ojos, todas ellas
se agolpan para grabar en mi memoria
lo que es verte tan esbelta
ágil, erguida, dama, Octavia.
Tú siempre dando lucha a la gravedad
que no puede hacer nada contigo,
rendida te deja ser, libre
rendido me dejas verte, toda.

Te toco cada poro,
quiero sentir como reaccionas
me encanta sentir como mí ser
estimula tu alma, y me regalas una sonrisa

Beso tus labios, todos.
Me prendo de ti, tomo ritmo
bailamos sin movernos, sin tocar el suelo
siento tu pulso, mi corazón se sincroniza a ti
como así quisiera toda mi vida
encuentro tus puntos, los toco, me tocas
sonríes, ríes, divertidisssima como siempre
me sumerges en ti, me rodeas, me complementas.

Tibio, rico, dulce, es tu amor.
amor entero amor para mí, para ti, para nadie más.

Me besas, susurras, hace frio
te abrigas con mi piel, toda
tu ojos verdes, olivos me invitan
a quedarme contigo, toda la tarde
toda la noche, toda la vida.
Me quedo.

Te irás, pronto
ahora lo sé, porque ya no estás.
Pero si tuviese que estar otra vez
en tu piel, en tu ser
si tuviese que repetir la historia
una vez más.
Lo haría todo igual como fue, como es.

Uno más uno es uno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Un lunes cualquiera

No es que le esté haciendo publicidad a Movistar. Le estoy haciendo publicidad a la unidad. Y claro, a la línea tan genial de nuestro inmortal Vallejo. MVLL, ¿en qué momento se enderezó el Perú?

jueves, 29 de octubre de 2009

TC (Tengo Condón)

Estos días el Tribunal Constitucional se reúne y dice que la píldora del día siguiente, aquella que previene embarazos después de una contienda amorosa y espontánea sin mayores contingencias profilácticas, debe ser prohibida como distribución gratuita de las dependencias del Estado. El 2006 el TC decía todo lo contrario, hoy con apristones y devotos de San Pedro opinan diferente. Dicen que es abortiva. Dicen que mata al embrión. Me pregunto si definen la vida como la unión de dos células. ¿No es acaso la intención de esas células ávidas por juntarse la manifestación de la innegabilidad en la procreación de un nuevo ser? ¿Estas células atraídas entre sí, no son acaso la proba demostración que una fuerza las acerca entre sí? Y esa fuerza. ¿Será Dios? ¿Naturaleza? ¿Miedo a Cipriani? Para estos defensores de la moral, en ambos casos ¿no estarían evitando la vida inminente de un nuevo ser? Osea si detengo la ya habida mecánica de procreación o simplemente me deshago del embrión. ¿No es lo mismo?

La OMS ha declarado que la hormona de las pastillas en mención actúan como barrera, es decir, impiden la unión del espermatozoide con el óvulo. Para calmar mi calamitosa conciencia, suficiente. Para la de los creyentes, nula. Es que cuando se sigue una creencia sin mayores fundamentos razonables, no hay vuelta atrás. La religión es negar la razón, toda lógica y seguir un ideal, algo creado en el imaginario. No digo que está mal o bien. Simplemente trato de explicar el fenómeno. Los creyentes sólo confiarán en la ciencia cuando esta apoye su imaginario.

Por otro lado, en la mañana Alan García niega la información aparecida en un blog sobre su paternidad con la madre de su último hijo, fuera de matrimonio. Y Alan dice que no aduciendo su edad. No su situación de casado, católico consumado, y por lo tanto, aborrecedor de cualquier práctica sexual fuera de su matrimonio. No. Dice que está muy viejito y con los hijos que tiene, suficiente. Mmm. ¿Pretende con las últimas intenciones del TC caer bien en la próxima reunión con el Papa y por otro lado su vida personal no manifiesta mayor creencia en los mandamientos?

¿Apoya el TC el uso del condón entonces? En ese caso iría en contra de la iglesia...

Sobre temas de esta índole es mejor consultar a la ciencia, lo que dicen los técnicos. Porque los credos pueden servir para el alma flagelada. Para la persona privada en la soledad de la habitación...

Ya, ya... haciendo caso a un par de amigos que me dicen que me ven últimamente muy "opinado", mejor pongo una fuga de tensión...

miércoles, 21 de octubre de 2009

Si te pasas de tres



La noche se esparce con sus tentáculos sumergidos en tinta. Desde este balcón puedo ver cómo el viento desfigura los álamos. Al otro lado del río, las luces de las casas son como una gran araña mirándome con sus miles de ojos. Dejo caer la colilla del cigarrillo dando remolinos hasta perderse en la oscuridad del fondo de la calle. La caída es dura. Desde aquí puedo ver como el buzón del correo se ha llenado de cartas. Mañana veré si las abro. Trato de encender otro cigarrillo y el viento lo impide. El celular timbra y vibra eufórico en mi pantalón. Es Mario. Dice, acompañado de risas, que me están esperando en la despedida de soltero de su primo. Voy a ver si les caigo más tarde, respondo.

Mario llega en pocos minutos y toca el timbre. Le abro apretando un botón desde la cocina. Trae una bolsa negra. La abre. Vierte el licor y lo mezcla con agua tónica. Sus manos se mueven con la agilidad de un director de orquesta, su cuerpo es más bien el de un animal antiguo y cansado por el sobrepeso. Mario me alcanza un vaso lleno. “Siempre que me acerco al fuego, se me escurre el diablo”, en la radio, me parece una buena frase. ¿Fuego?

- La primera vez será incómodo, tu ropa luchará por permanecer en tu cuerpo. El ruido de tus zapatos cayendo de la cama son como dos balazos secos. Seguramente estarán ebrios los dos. Los alientos cargados. ¿Qué ropa interior tengo puesta? Tu piel es la de un leviatán acorazado. No entiendes. Es raro. El sonido en las otras habitaciones te presionan para dar satisfacción. Su sexo confundido. Dos almas distantes. Terminan. ¿Terminan?

La noche es una mujer que no se da cuenta que se ha ido.

- La segunda vez irás preparado. Le acariciarás el cabello como si fuera un firmamento inalcanzable. Oirás su respiración pensando que dice tu nombre. No me olvidarás esta noche. Un cuello palpitante. Sus manos que te escriben una canción en la espalda. Sus muslos logran bailar a tu ritmo. Palabras que reflejan un mar del color que tú elegiste. Su rostro se delinea con la expresión de sus cejas. Con el sonido de su cuerpo.

Ingresamos a la sala con otro vaso lleno. Mario enciende un cigarro y botando el humo mientras habla, me cuenta que conoció a René. Suspiro casi inmediatamente. ¡Tremendo animalazo que se maneja ah!

- La tercera vez debe ser la despedida.

La tercera vez quizás ha sido la mejor de todas, Mario. Ah, te acuerdas de lo que te dije de las tres veces. Justo en eso pensaba. Así deben ser las cosas con las personas que tienen compromiso o son como René. Si no todo se vuelve una relación, pues hermano. Tres y ya cumpliste. Ya, no te pongas sentimental que me pones nervioso. Mejor tómate otro trago y vamos a la despedida. Hay una bailarina que se parece a la Karen Dejo y una gringa bien taipá, habrá que ver si es gringa de verdad.

Miro los celulares sobre la mesa. Me pregunto si estas cosas nos definen. Nuestros objetos del diario. La camisa fuera del pantalón y un saco que parece tratar de arreglarlo todo. Los zapatitos cómodos. El celular de Mario es como un apéndice gastado, un perro rabioso y lleno de baba. Mi celular, a su lado, parece haberse rendido sin dar batalla. El timbre de mi celular interrumpe convulsionando. La pantalla me dice que es René. ¿No vas a contestar? Lo tomo en mis manos. Pulso ignorar. Estoy mareado, me parece gracioso que uno pueda ignorar apretando un botón. Suspiro otra vez, tomo el vaso y salgo un momento al balcón. ¿Mañana revisaré tantas cartas amontonadas? Vuelve a sonar. ¿Hasta dónde podría llegar en realidad con esta relación?

Ahora la noche es un sauce llorón y por sus ramas podría una vez más gotear mi sangre.

Inmediatamente suena el teléfono de Mario. Yo creo que es René. Pero no le pregunto. Es René, me dice. ¿Qué le digo ah? No sé. Dile que te acompañe a la despedida de soltero. No, compadre, se robaría el show.

La noche se balancea amarrada de un poste de luz.

Mario se ha quedado dormido en el sofá. Su camisa floreada me da la sensación de un lugar más feliz.

¿Y si me paso de tres?


lunes, 19 de octubre de 2009

El juego de la termodinámica





Se considera que las Leyes de la Termodinámica son las leyes de «más categoría» de toda la física, y por ende, de toda la ciencia. Son las más comprobadas de toda la ciencia, y se consideran auténticos pilares de la física. Si algún día se demostraran equivocadas, toda nuestra ciencia moderna se tambalearía.

Y sin embargo, pese a su importancia, son menos conocidas por el «ciudadano de a pie» que otras, como la Ley de Gravitación Universal, o la Ley de Acción y Reacción (Tercera Ley de Newton). Pues bien, en el artículo de hoy las repasaremos utilizando una divertida forma de recordarlas (una conocida formulación humorística de las tres leyes clásicas de la termodinámica, cuyo origen desconozco).

Primera Ley

La Primera Ley de la Termodinámica, en realidad sí que es muy conocida por el público en general, y posiblemente sea la ley física más conocida por todo el mundo. Se trata de la ley de conservación de la energía, que podemos enunciar así: «La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma».

Su enunciación formal es diferente, pero la idea que subyace es esa. En cualquier proceso que podemos imaginar, la energía en juego es siempre la misma. Si ganamos energía, debe ser a costa de algo o alguien, y si la perdemos, debe ir a algún sitio. No podemos obtener energía de la nada, o como dice el dicho popular, «de donde no hay, no se puede sacar».

Durante siglos, inventores de todo tipo han intentado encontrar lo que se denomina «máquina de movimiento perpetuo de primera especie»: una máquina que produce más energía de la que consume. Pero como podemos ver, eso es imposible. La Primera Ley nos lo impide.

En el juego de la termodinámica, sencillamente, no puedes ganar.

Segunda Ley

La Segunda Ley de la Termodinámica es algo menos conocida, y más «críptica». Puede que a alguno le suene como la ley de «eso raro de la entropía». En efecto, la enunciación más común de la Segunda Ley nos dice que la entropía de un sistema (cerrado y que no esté en equilibrio), tiende a incrementarse con el tiempo, hasta alcanzar el equilibrio.

¿Y eso qué significa? ¿Qué es eso de la entropía? Bueno, podemos definir la entropía como la «energía no aprovechable» para realizar un trabajo. Es decir, una energía que está ahí, pero que no podemos utilizar. ¿Y cómo es eso? Veamos, cualquier objeto del universo, por el mero hecho de estar a una temperatura superior al cero absoluto (0 K), tiene una energía interna, que denominamos calor (en realidad, siendo puristas, el calor es la transferencia de esa energía interna, pero de momento no necesitamos ser tan precisos). Pero para aprovechar ese calor, el objeto debe poder transferirlo a otro. Y para que esto ocurra, ese segundo objeto debe tener menor temperatura.

Esto es muy fácil de entender si pensamos en lo siguiente: imaginemos que tenemos una jarra de leche caliente, y otra de leche fría. Si mezclamos ambos líquidos, la leche fría se calentará, y la caliente se enfriará, hasta que tengamos toda la leche a la misma temperatura. Sin embargo, si volvemos a separar la leche en dos jarras, nunca, jamás de los jamases, una se enfriará a costa de la otra (que se calentaría), de forma natural. Al mezclar la leche de las dos jarras, hemos realizado un proceso irreversible. Si queremos volver a tener una diferencia de temperatura entre las jarras, necesitaremos una fuente de energía externa, para «bombear» el calor de una a la otra.

Así que podemos pensar que la Segunda Ley nos dice que el calor fluye de forma natural de los cuerpos de más temperatura, a los de menos. Y si queremos invertir ese proceso, necesitamos aplicar energía. Por eso los aires acondicionados y los frigoríficos consumen energía, a pesar de extraer calor (energía) de otros objetos, ya que ese calor extraído no es aprovechable.

Una de las consecuencias de esta ley (y así la definió Lord Kelvin), es que no podemos transformar el 100% del calor en energía aprovechable. O lo que es lo mismo, no existe ningún proceso de transformación de energía, 100% eficiente. En todo proceso, perderemos algo de energía, en forma de calor, que se utilizará para elevar la temperatura de algún componente de nuestra máquina, o de su entorno, y no podremos aprovechar.

Durante siglos, los inventores han intentado también encontrar una forma de transformar la energía, con una eficiencia del 100%. Pero eso sería una «máquina de movimiento perpetuo de segunda especie», algo menos ambiciosa que la de primera especie, pero igualmente imposible, ya que la Segunda Ley nos lo impide.

En el juego de la termodinámica, tampoco puedes empatar.

Tercera Ley

La Tercera Ley de la Termodinámica, sí que es una «gran desconocida» para público en general. Es «la otra», el George Harrison de la Termodinámica. Y sin embargo también es fundamental, ya que nos permite definir escalas absolutas de temperatura. Básicamente nos dice que es imposible alcanzar la temperatura de 0 K (cero absoluto), en un número finito de procesos, lo que en la práctica significa que es imposible alcanzar dicha temperatura.

Eso quiere decir que todos los objetos del universo tienen una temperatura superior a 0 K, por lo que todos los objetos del universo, tienen algo de calor, aunque sea muy poco. Y por tanto, ninguno escapa de la Termodinámica.

En el juego de la termodinámica, ni si quiera puedes abandonar.

«Ceroésima» Ley

Existe una Ley Cero de la Termodinámica. Este curioso nombre es debido a que es mucho más básica que las demás, pero se enunció con bastante posterioridad (ya teníamos una Primera Ley). Dice que dos sistemas que estén en equilibrio termodinámico con un tercero, entonces están en equilibrio entre sí. Puede parecer una perogrullada, pero es necesaria enunciarla formalmente.

Tiranía termodinámica

Si nos quedamos con las tres leyes clásicas de la termodinámica, tenemos un juego en el que nunca querríamos participar, si tuviéramos la posibilidad de elegir:

No puedes ganar.

No puedes empatar.

No puedes abandonar.

Así que sólo nos queda perder. Y ciertamente, si el universo durase lo suficiente, llegaría un momento en el que todas sus partículas estarían a la misma temperatura, y sería imposible ningún proceso termodinámico. Es lo que se conoce como la Muerte Térmica del Universo.

Pero no podemos elegir. Es el juego que nos ha tocado jugar, y no podemos cambiar sus reglas.



Este texto ha sido extraído de http://www.lorem-ipsum.es/index.php y está dedicado a los estudiantes de fisicoquímica y termodinámica.

sábado, 17 de octubre de 2009

Mejor aborta tus ideas



Yo te voy a obligar a no abortar porque no quiero que esa criatura que se gesta en tu barriguita, vida indefensa, angelito de Dios, merece la oportunidad de vivir. Y me apoyo, en la moral, las buenas costumbres y la Iglesia Católica.

Existe en este momento una discusión en el Congreso de la República para aprobar una propuesta legislativa que permite el aborto terapéutico. La Iglesia Católica mantiene su negativa. Así también contra los métodos anticonceptivos.

¿Y después?

“De acuerdo a la ENDES 2004-2005, el 57% de nacimientos ocurridos en los últimos cinco años se produjeron sin que sus padres los hubieran deseado. Esta cifra encaja con estadísticas sobre exposición al riesgo de embarazo. En el país de 3.8 millones de mujeres sexualmente activas, alrededor del 30% o sea 1.4 millones está en riesgo de salir embarazada sin desearlo. Frente a esta contingencia algunas optan por tener un hijo no deseado y otras por interrumpir el embarazo.
En este sentido cada año se producirían 376 mil abortos clandestinos en el país y aproximadamente 1.8 millones de nacimientos no deseados. La cifra de abortos anuales sería mayor si no fuera por el uso de la píldora anticonceptiva de emergencia que ha permitido evitar miles de embarazos no deseados.”

Dos cosas.

Primero que ningún gobierno debería basar su legislación en credos religiosos. Debe ser puramente humanista. Las obligaciones del Estado deben estar dirigidas a la pluralidad cultural y religiosa de los ciudadanos. No se puede permitir, por ejemplo, que todos los peruanos paguemos impuestos, para que parte de ellos, vayan dirigidos a las arcas católicas. Si se va a hacer eso, entonces debería darse una parte a todas las denominaciones religiosas, sectas y asociaciones (de haberlas) de ateos, agnósticos y demás pócimas.

Segundo, la libertad, que para los creyentes, fue instaurada por Dios; esa que según la Biblia, permitió a Eva tomar la fruta prohibida y castigar a la raza humana; debe mantenerse bajo ese mismo principio. Que la mujer decida sobre su cuerpo. Sus razones pueden o no parecer morales, según el punto de vista de cada cual, pero es su intimidad. Los efectos de su decisión deben recaer sobre ella únicamente. Una sociedad sesgada por credos religiosos no puede elegir sobre una vida que finalmente será responsabilidad de una madre que no deseó aquel hijo.

El Estado en estos momentos atenta contra las mujeres que quieren abortar porque van a lugares ilegales y con precarios niveles de salubridad.

Ya es tiempo que esta sociedad adopte posturas en función a sus necesidades y protección a la población.

viernes, 9 de octubre de 2009

Premio Nobel de Literatura 2009



Herta Müller

La escritora, de 56 años, reside en Berlín, adonde se trasladó en 1987 junto al que entonces era su esposo, el escritor Richard Wagner.
Entre sus obras, traducidas a 20 idiomas, figuran ‘La piel del zorro’ (1992) y ‘La bestia del corazón’ (1994). También es miembro de la Academia Alemana de la Lengua y la Poesía

La flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009, Herta Müller, lucía ayer sorprendida por tal reconocimiento.
No lo puedo creer todavía. Lo sé, pero todavía no aterrizó en mi cabeza. No lo esperaba, estaba segura de que no pasaría”, declaró Müller, en una rueda de prensa ofrecida en Berlín, la ciudad en la que reside desde 1987.

Müller es alemana de origen rumano, cuya prosa impregnada de poesía fue una voz contra la dictadura de Nicolae Ceausescu, caída hace exactamente 20 años.

La dictadura “es el tema de todos mis libros”, destacó Müller. “Viví más de 30 años bajo una dictadura. Cada mañana con el miedo de no existir más por la noche”, dijo la escritora.

Nació el 17 de agosto de 1953 en el pueblo rumano germanohablante de Nitchidorf, cerca de Timisoara. Sufrió ese temor durante su infancia en Rumanía y dejó un impresionante testimonio de aquellos años en sus obras, impregnadas de los dolorosos recuerdos del sombrío régimen de Ceaucescu.

Desde su primer libro de cuentos, ‘En tierras bajas’, escrito en 1982 pero censurado en Rumanía y publicado solamente dos años después en Alemania, Müller no cesó de describir las condiciones de vida bajo la dictadura

A sus 56 años, la escritora alemana fue galardonada por haber “dibujado los paisajes del abandono” con “la densidad de la poesía y la objetividad de la prosa”.

Herta Müller se merece “de sobra” el Premio Nobel de Literatura por su “excelente prosa, que se alimenta de una experiencia personal y habla de represión, miedos, pero también de un valor increíble”, afirmó la canciller alemana, Angela Merkel.

En los más de 100 años de historia del premio, solo había sido concedido a otras diez mujeres.

La última novela de Müller, ‘Atemschaukel’, fue publicada en verano en Alemania por editorial Hanser Verlag. Trata sobre las experiencias de un alemán de 17 años, que durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado por los rusos para trabajar en campos de concentración en la entonces Unión Soviética.

‘Atemschaukel’ está, además, entre las finalistas del Premio Alemán del Libro que se premiará la semana próxima en Fráncfort.

http://ww1.elcomercio.com/noticiaEC.asp?id_noticia=309289&id_seccion=7

lunes, 5 de octubre de 2009

Cuento 3


Ya no es la misma.

Hay días en que quiero tirarla por la ventana. Hoy por ejemplo. Son días difíciles.
Estoy a una altura considerable. No sentiría nada, lógico. Sería un final feliz e infeliz al mismo tiempo.
Despierto con ella. Ha sido una hibernación prolongada, voluntaria, útil. Soñé lo mismo otra vez; contigo y con la ventana.

Con la maldita ventana.

Sin estar alerta del todo, ya estoy parado a su lado. Sigue cerrada, reniego; sufro intentando abrirla.
Algo la sigue bloqueando. No doy con qué aún, pero con afán lo consigo.
Veo en el horizonte las islas conocidas. Es un mar inglés y claro: Sol, Peces, Nubes.

Un mar inglés.

Un viejo viento salado entra e inunda con su fresca y breve dulzura la habitación.
Ella abre los ojos un instante y yo respiro profundo, concentrado, moribundo.
El reflejo de sus cristales me devuelve mi imagen, la cama, ella.

Distinta, pienso.

Camino torpe al centro de la vivienda. Hay una mesa y otra ventana que también es pared. Al lado, el cuarto; la puerta abierta.
Me siento mal pero miro de frente. Son días nublados.
Ahora prenderla, bostezo; aprenderla, aprehenderla.

Silbidos.

Los percibo a lo lejos, son clásicos de puertos muy antiguos. Rezagos de redes añejas. Arcaicas.
Esas que cuentan con exploradores navegantes que se internan en sitios infinitos. Con calma.
Con alma.

1. Abro el escritorio. Nunca sé donde dejo los documentos importantes. Mucha capacidad sí, pero poca memoria.
O demasiadas cosas abiertas quizás. Temas urgentes y todo tan lento. Cuesta intercambiar tareas.
Desconozco las extensiones. Me hace falta carácter, un escape, espacio. O Cambiar: controlarme, alterarme, suprimirme. La ventana, insulto. Aventarla .Ventilarla.

2. Volteo al cuarto. Te miro dormir así: encogida, linda, rendida.
Un suceso nos unía, recuerdo. Éramos alquimistas sin sede; dueños de trucos de magia con flores.
Nos salimos del contexto dejándolo lejos. Luego, mudamos circuitos, desintegrándonos.
Sospecho poco pero voy programándome. No hay más batería; ni alegría, ni energía.

3. Cierro los ojos y exploro sin éxito mi momento exacto; no existe, espero.
¿Cuándo me desordené y corrompí todo? ¿Cuándo dejé de preocuparme? ¿Cuándo de luchar?
Vivo sin cable; ni guía, ni antena.
Paciencia e inteligencia, reflexiono: trabajo con ellas.

1. 2. 3.

Entro a la cocina ahora. Quiero una tortilla pero confirmo que me faltaron los huevos. Salgo.
¡Se despertó ya! Vuelvo al escritorio con vista a la ventana. Abro el correo.
Ciertas cartas cortas. Una es Pam. Las otras, invitaciones aburridas.

Escucho su voz cantando una canción que conocía. No. No es la misma que yo pensaba.

1. Almacenas mis recuerdos. Las imágenes, los sonidos, los olores. Buena parte de mi vida está ahí.
Temo que quizás tenga algo dentro. Algún virus creciente que se vuelve inexpugnable. Inexplicable, inexorable.
De pronto, emite un sonido metálico y enloquecido. Es lo que ha sido, sí, lo que he asido. Se apaga mal.
Llamar a alguien para arreglarla, no. Todo cuesta, siento. No tengo ganas; ni tiempo, ni dinero.

Pero necesito una nueva máquina, acepto.

2. Creo que mejor hablamos ahora. No entiendo tus mensajes contradictorios; complicados; confusos.
Inútil entonces es encontrar el atajo a tus sentimientos, la clave de tus secretos, el acceso a tus sentidos. Es extraño.
Es nuestra última conversación. No somos compatibles; menos comparables; somos combustibles.
Todo cambia, entiendo, no hay culpas. Se actualiza: mejora o empeora.

Y no hay garantías en el amor, confirmo.

3. Son decisiones tomadas en mi vida exagerada.
La decepción enseña, aprendo; con soluciones de sangre: natural o artificial.
Apretando bien las muelas; aunque duela, y así muera.
Ver lo que renace.

Deudas pasadas, cancelo.

1. 2. 3.

Ya no es la misma. Tampoco ella. Mi vida menos.
En cuarentena obligada. Ando algo acostumbrado. Desconectado de todo.
Procesar lo que pasó. Que le pasó. Quemé, pasados.

Estado: Alejado. La he perdido. Estoy colgado
¿Reiniciar? ¿Reiniciarla? ¿Reiniciarme?
Una pantalla azul. Como sus ojos. Comen mi alma.

La ventana, retrocedo.

Cuento Tres. Dos. Uno.



Daniel Infante.

martes, 29 de setiembre de 2009

Continuidad de los parques



Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Julio Cortázar

domingo, 27 de setiembre de 2009

La pata de mono

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.
—Oigan el viento —dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.
—Lo oigo —dijo éste moviendo implacablemente la reina—. Jaque.
—No creo que venga esta noche —dijo el padre con la mano sobre el tablero.
—Mate —contestó el hijo.
—Esto es lo malo de vivir tan lejos —vociferó el señor White con imprevista y repentina violencia—. De todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa.
—No te aflijas, querido —dijo suavemente su mujer—, ganarás la próxima vez.
El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio.
—Ahí viene —dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido.
Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza.
—El sargento-mayor Morris —dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego.
Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.
—Hace veintiún años —dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo—. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.
—No parece haberle sentado tan mal —dijo la señora White amablemente.
—Me gustaría ir a la India —dijo el señor White—. Sólo para dar un vistazo.
—Mejor quedarse aquí —replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza.
—Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas —dijo el señor White—. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?
—Nada —contestó el soldado apresuradamente—. Nada que valga la pena oír.
—¿Una pata de mono? —preguntó la señora White.
—Bueno, es lo que se llama magia, tal vez —dijo con desgana el militar.
Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero, llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.
—A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular —dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo.
La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente.
—¿Y qué tiene de extraordinario? —preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla.
—Un viejo faquir le dio poderes mágicos —dijo el sargento mayor—. Un hombre muy santo... Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos.
Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.
—Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? —preguntó Herbert White.
El sargento lo miró con tolerancia.
—Las he pedido —dijo, y su rostro curtido palideció.
—¿Realmente se cumplieron los tres deseos? —preguntó la señora White.
—Se cumplieron —dijo el sargento.
—¿Y nadie más pidió? —insistió la señora.
—Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.
Habló con tanta gravedad que produjo silencio.
—Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán —dijo, finalmente, el señor White—. ¿Para qué lo guarda?
El sargento sacudió la cabeza:
—Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después.
—Y si a usted le concedieran tres deseos más —dijo el señor White—, ¿los pediría?
—No sé —contestó el otro—. No sé.
Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.
—Mejor que se queme —dijo con solemnidad el sargento.
—Si usted no la quiere, Morris, démela.
—No quiero —respondió terminantemente—. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche las culpas de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela.
El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó:
—¿Cómo se hace?
—Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias.
—Parece de las Mil y una noches —dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa—. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos?
El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento.
—Si está resuelto a pedir algo —dijo agarrando el brazo de White— pida algo razonable.
El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.
—Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros —dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren—, no conseguiremos gran cosa.
—¿Le diste algo? —preguntó la señora mirando atentamente a su marido.
—Una bagatela —contestó el señor White, ruborizándose levemente—. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán.
—Sin duda —dijo Herbert, con fingido horror—, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer.
El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad.
—No se me ocurre nada para pedirle —dijo con lentitud—. Me parece que tengo todo lo que deseo.
—Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? —dijo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro—. Bastará con que pidas doscientas libras.
El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves.
—Quiero doscientas libras —pronunció el señor White.
Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él.
—Se movió —dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer—. Se retorció en mi mano como una víbora.
—Pero yo no veo el dinero —observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo sobre la mesa—. Apostaría que nunca lo veré.
—Habrá sido tu imaginación, querido —dijo la mujer, mirándolo ansiosamente.
Sacudió la cabeza.
—No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto.
Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse.
—Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama —dijo Herbert al darles las buenas noches—. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos.
Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto.

A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible.
—Todos los viejos militares son iguales —dijo la señora White—. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte?
—Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza —dijo Herbert.
—Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias —dijo el padre.
—Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta —dijo Herbert, levantándose de la mesa—. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.
La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido.
Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes.
—Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas —dijo al sentarse.
—Sin duda —dijo el señor White—. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo.
—Habrá sido en tu imaginación —dijo la señora suavemente.
—Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era... ¿Qué sucede?
Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar.
Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla.
Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio.
—Vengo de parte de Maw & Meggins —dijo por fin.
La señora White tuvo un sobresalto.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?
Su marido se interpuso.
—Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor.
Y lo miró patéticamente.
—Lo siento... —empezó el otro.
—¿Está herido? —preguntó, enloquecida, la madre.
El hombre asintió.
—Mal herido —dijo pausadamente—. Pero no sufre.
—Gracias a Dios —dijo la señora White, juntando las manos—. Gracias a Dios.
Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio.
—Lo agarraron las máquinas —dijo en voz baja el visitante.
—Lo agarraron las máquinas —repitió el señor White, aturdido.
Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados.
—Era el único que nos quedaba —le dijo al visitante—. Es duro.
El otro se levantó y se acercó a la ventana.
—La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida —dijo sin darse la vuelta—. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron.
No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida.
—Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente —prosiguió el otro—. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada.
El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto?
—Doscientas libras —fue la respuesta.
Sin oir el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado.

En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio.
Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse; sus días eran interminables hasta el cansancio.
Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo.
El cuarto estaba a oscuras; oyó cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar.
—Vuelve a acostarte —dijo tiernamente—. Vas a coger frío.
—Mi hijo tiene más frío —dijo la señora White y volvió a llorar.
Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó.
—La pata de mono —gritaba desatinadamente—, la pata de mono.
El señor White se incorporó alarmado.
—¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede?
Ella se acercó:
—La quiero. ¿No la has destruido?
—Está en la sala, sobre la repisa —contestó asombrado—. ¿Por qué la quieres?
Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente:
—Sólo ahora he pensado... ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste?
—¿Pensaste en qué? —preguntó.
—En los otros dos deseos —respondió en seguida—. Sólo hemos pedido uno.
—¿No fue bastante?
—No —gritó ella triunfalmente—. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.
El hombre se sentó en la cama, temblando.
—Dios mío, estás loca.
—Búscala pronto y pide —le balbuceó—; ¡mi hijo, mi hijo!
El hombre encendió la vela.
—Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo.
—Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo?
—Fue una coincidencia.
—Búscala y desea —gritó con exaltación la mujer.
El marido se volvió y la miró:
—Hace diez días que está muerto y además, no quiero decirte otra cosa, lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras...
—¡Tráemelo! —gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta—. ¿Crees que temo al niño que he criado?
El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa.
El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo de que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes de que él pudiera escaparse del cuarto.
Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano.
Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo.
—¡Pídelo! —gritó con violencia.
—Es absurdo y perverso —balbuceó.
—Pídelo —repitió la mujer.
El hombre levantó la mano:
—Deseo que mi hijo viva de nuevo.
El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de allí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta casi apagarse. Proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes.
Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado.
No hablaron; escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva; el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela.
Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada.
Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe.
—¿Qué es eso? —gritó la mujer.
—Un ratón —dijo el hombre—. Un ratón. Se me cruzó en la escalera.
La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa.
—¡Es Herbert! ¡Es Herbert! —La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó.
—¿Qué vas a hacer? —le dijo ahogadamente.
—¡Es mi hijo; es Herbert! —gritó la mujer, luchando para que la soltara—. Me había olvidado de que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta.
—Por amor de Dios, no lo dejes entrar —dijo el hombre, temblando.
—¿Tienes miedo de tu propio hijo? —gritó—. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy.
Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante:
—La tranca —dijo—. No puedo alcanzarla.
Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono.
—Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara...
Los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo.
Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera, y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo.

J. Jacobs

viernes, 25 de setiembre de 2009

La Oroya: un mundo feliz



Llamémosle Rodolfo y digamos que hace diez años trabaja para Doe Run. Gana 800 soles mensuales y su mujer, Marta, aporta unos 500 más gracias al restaurantito que puso en su sala para venderles caldo de gallina a los trabajadores del turno de la tarde. Marta y Rodolfo no conocen otra forma de vida. Sus padres trabajaron en la refinería, mucho antes de que llegara Doe Run. Sus hijos también serán mineros.La vida no les es grata. Se levantan siempre bajo el mismo cielo color acero que pareciera sepultarlos bajo los gases tóxicos que emana la gran chimenea de la refinería. Viven en una de las diez ciudades más contaminadas del mundo, y en sus pulmones, su sangre y sus huesos se acumulan, todos los días, residuos de plomo, arsénico, dióxido de azufre y otros metales pesados. Por eso respiran mal, sus niños no crecen, y ayer se enteraron de que su vecino se murió de cáncer. Sobre su caso se ha pronunciado la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el Tribunal Constitucional exigiendo acciones concretas para controlar la contaminación ambiental. Pero nadie les ha cumplido. Rodolfo y Marta, entonces, han decidido salir a protestar. Pero no, no van a exigir que se haga todo lo posible por evitar la contaminación que los está matando. Lo que buscan, en realidad, es que la refinería, parada por no cumplir con el Programa de Adecuación Ambiental (PAMA) que les exige el Estado, vuelva a funcionar como sea porque hace dos meses que están sin chamba y ya no saben cómo hacer para alimentar a sus hijos.De la empresa les han dicho que, si no se quejan, el Gobierno no cederá y ellos se quedarán sin trabajo, sin casa, sin vida. Marta ha salido con víveres para los manifestantes. Rodolfo se ha apostado en el cerro, junto con sus compañeros, listo para asustar con piedras a los 1,200 policías que quieren romper el bloqueo. Abajo, en la carretera, queda tirado un policía. Tiene el cráneo destrozado. Tiene 27 años. Grover Sayco Taipe, se llama. Rodolfo y sus amigos se asustan, se dispersan, pero no abandonan la lucha. Les han dicho que necesitan sangre para ser escuchados.En la capital se condenan los hechos de violencia. Se acusa a Doe Run de haberse manchado las manos con la sangre del policía muerto. Se anuncia que habrá denuncia penal contra el gerente de la empresa. Sin embargo, y a pesar de las graves imputaciones, en la Comisión de Energía del Congreso se acepta que se prorrogue por 30 meses más el cumplimiento del PAMA.Doe Run puede seguir operando. Rodolfo y Marta se van satisfechos a casa. La familia Sayco vela a su muerto. Todo vuelve a la normalidad. El problema ambiental puede esperar un tiempo más. Qué importa un poco más de plomo en la sangre. El problema social, felizmente, ese sí ha quedado resuelto.

Publicado por Patricia del Río.

Fe de Rómulo León: el dióxido de azufre no es un metal pesado.

miércoles, 23 de setiembre de 2009

Se lo diré fuerte (2)

A Iván Thays


- Pensé que te amaba hasta que me casé contigo - murmura Alfonso recogiendo su chaleco antibalas del piso. Un gallo canta a lo lejos. Un perro le contesta.

- Yo era feliz creyendo que te amaba hasta que me di cuenta que nunca podré amarte - le responde Rosalía apagando el despertador y tapándose con las sábanas.

Alfonso baja las escaleras, tiene hambre, la boca seca. Se detiene en la puerta de la cocina con cuidado de no ver la silla que ha obtenido hasta una presencia insoportable. Parece que emite un jadeo recalcitrante.

El sol de la mañana ingresa por las ventanas como encadenado y ahogándose en un intento de iluminar lo que para Alfonso es una acumulación de sombras infinitas. La cocina es una prisión cercada por su propio recuerdo.

No se atreve a entrar a pesar de la sed y el sonido hueco de su estómago vacío.

Se siente acorralado por sus sueños quebrados y sus promesas olvidadas. Siente que la vida le pasó encima como una estampida de ratas bubónicas marcándole la espalda con sus patitas cubiertas de podredumbre y que todo lo que queda de él… Todo lo que hay de él: es este chaleco marrón. Antibalas. Mira. Ojalá fuese pro-balas, pro-fin. Quizás sea tiempo de decirlo fuerte. Esta noche lo haré, se promete.

Su uniforme marrón de vigilante. Su aspecto cuadrado en la cara y lánguido en el torso. Es quizás la explicación más lógica de su situación. Como si hubiera sido ensamblado por partes distantes y encajado a la fuerza. Desiguales y lacónicas. Es el componente retardado y definitorio de su ser. Su figura al mundo que no lo observa. Esta noche tengo que decirlo fuerte.

Camina a través del inmenso jardín. Las plantas sacudidas por el viento no logran situarlo en la realidad. Tampoco las flores. Abre la puerta hacia la calle. El sol está radiante. La gente se apresura a cumplir con la rutina del día. Respira hondo.

Los loros. Su alpiste. Rosalía los odia.

Cruza de regreso el jardín. La sala. La cocina parece observarlo mientras la atraviesa, parece que le ladra con rabia; allí sucedió seis meses atrás. Esta noche se lo dirá fuerte. Se lo diré fuerte. Ingresa en el patio. Observa impávido la jaula de loros. Su sorpresa se vuelve una salivación efusiva, instantánea.

Es una escena que lo paraliza. Intenta separar los elementos. La pareja de loros. La jaula. El otro animal en la jaula. La sangre. Roja, marrón, forma parte de la jaula. Parece que la jaula está sangrando.

No se atreve a mirar más allá de lo que acaba de ver. No quiere sintetizarlo en la razón. Es sólo la jaula que sangra. Lo demás no puede ser. No debería ser. No es. A fuerza de voluntad uno puede generar su propia realidad.

Pero lo ha visto todo.



Sale de la casa a toda prisa. Toma el autobús.

Llega al puesto de vigilancia. Su firma en el papel. La hora de entrada. Una mujer vestida de pantalón negro se acerca enredada en sus rizos rojos. ¿Qué hora tienes por favor? Alfonso mira su reloj. Esboza una sonrisa.

Sus loros: Aurora y Paco. Nombres de loros. Quizás Paco no. Su sangre. Con el tiempo se volverá marrón. La sangre se oxida. Es el oxígeno que al final nos termina matando. Nos oxida. Marrón como su uniforme. O gris como el otro animal.

Las 8:05 de la mañana. Ella no le contesta y detiene un taxi.

Más tarde pasa el heladero. Luego los niños que hacen malabares con dos bolas y se dan volantines cuando el semáforo está en rojo. Una mujer embarazada toma un helado y se mancha la barriga.

Esta es su vida. Una silla. Una puerta que abre y cierra. Unas mujeres que entran y salen. Hombres sinuosos. La Avenida Javier Prado, es su universo lineal, una función constante, llena de humo de vehículos, desde donde salen insultos y ruidos emitidos por los cláxones.

Hoy le diré todo fuerte.

De regreso a casa siente una sensación de vació. El autobús está lleno. La gente suda en el interior pero no abre las ventanas. Alfonso intenta abrir una. Si me entra frío, me resfrío, señor. Como si el aire enfermara. Como si la gripe contraída por un deficiente sistema inmunológico se curara con una chalina en pleno verano. No dice nada y abandona el intento de abrirla. Siente las primeras gotas de sudor bajando por sus sienes.

Aurora y Paco. La jaula desangrándose. La rata en el medio. No puede ser. No es.

En el trayecto a casa ensaya iniciar la conversación con Rosalía. Se lo diré fuerte. Levantaré la voz y le diré que la he visto caminar de la mano con ese hombre, por el parque de Chosica. Luego le contaré que tuve sexo con su hermana, con Fresia, en la cocina, sentado sobre la silla. Terminaré diciéndole que Paco está decapitado y yace sin vida al lado de una rata inerte, seguramente Aurora la mató.

Ingresa a la casa.

Sube a la recámara. Todo está en silencio. Entonces, justo antes de entrar a la habitación. Lo presiente. La ve. En medio de la cama. Una carta. Antes de leerla sabe su contenido. Antes de tocarla siente cómo la sensación de frío, lo resfría. Antes de finalizarla ya siente el peso de la soledad.

Rosalía se ha ido. Alfonso cree que para siempre.

Baja las escaleras. Se saca el chaleco antibalas y lo deja en el sillón de la sala. Pasa por la cocina como si no la hubiese atravesado. Como levitando por las losetas gastadas. La jaula está vacía y con las puertitas abiertas. En su interior yace un huevo.

Él lo toma y lo guarda en su bolsillo.

domingo, 13 de setiembre de 2009

Carta a Milagros



Querida Milagros,

Lee esta cursilería.

Adiós,

Al final creo que los dos hemos perdido.

Yo porque perdí lo que más amaba y tu porque perdiste a quien más te amaba.

Pero de nosotros dos, tú pierdes más que yo, porque yo algún día amaré a otra, como a ti te amaba, pero nadie te amara como yo lo hacía.

No dejes nunca a quien te ama por aquel que te gusta, porque ese que te gusta te dejara por quien ama.


¿Quién escribe estas tonterías ah? Chapa tu almohada nomás loser.

Bueno, respondo tú última carta,

En el trabajo bien, sigo siendo el mismo payaso de siempre pero ahora con viáticos, que según mis amigos, es una forma de haber alcanzado el nivel de ejecutivo al que todos apuntan. Yo nunca he querido ocupar ningún cargo gerencial, pero parece que todo el mundo piensa que sólo para eso sirvo, para dirigir cosas que no entiendo bien pero que soluciono sin levantar la voz y sin reunir a toda la junta para consultar nada. Los "viáticos" a que me refiero, (¿qué diablos significa viático realmente?) son por viajar, poner cara de empresario feliz y acomodar clientes con una pipa y pantuflas. Ser un cortesano sonriente con la fuente llena de comida y tragos, los más caros. Acompañarlos con despabiladas mujeres. Apuntar sus observaciones tomando con la otra mano mi barbilla en señal de total atención. Si me vieras. Jamás hubieras imaginado al barboncito que iba a la universidad con su pijama con estas poses de gerentito de bodega. Y haciéndoles firmar contratos que después voy a tergiversar sin el más mínimo pudor ni ética.

En el amor bien, he visto que mi ex esposa se ha recuperado de nuestro divorcio con el mismo aplomo y rapidez con que firmó los papeles por la venta de nuestro departamento y la separación de bienes. El jueves pasado nomás, saliendo del nuevo restorán de Gastón en Enrique Palacios (su éxito me hace sombra), la vi bien abrazadita de un tipo que parecía recién salido de una sesión de modelaje de Gucci. Apreté los dientes, pero sonreí con naturalidad. Despechado, más tarde, llamé de mi celular a las “incondicionales”, que para mi sorpresa ahora tienen peticiones y poquito más lista de regalos en Ripley o Saga Falabella para salir a dar una vuelta. Borré los contactos de todas y me metí a ver una película en Larcomar, previo heladito.

En la salud bien, mi rodilla no volverá a ser la misma. O sea ya no funcionará más para practicar mi deporte estrella y tampoco podré hacer mucho ejercicio porque me han diagnosticado un mal en la columna que tiene que ver con malas posturas y mi obesidad en escalada. También tengo los días contados en la cabeza. Las últimas resonancias magnéticas no son nada entretenidas. Parece que me van a tener que hacer un trasplante de cerebro porque de alma, me dice el médico, todavía no se puede.

Un beso, Milagritos.

P.D. Gracias otra vez por el perrito que me regalaste, cada vez está más lindo y juguetón.

domingo, 30 de agosto de 2009

Hipnotizante



En una clase dictada por Pedro Garayar, escucho que Gabriel García Márquez tiene la capacidad de hipnotizarnos con su rítmica. Una estrategia premeditada para llevarte de la mano en separaciones endecasilábicas mezcladas con su pura capacidad de brujo de las letras. Un ejemplo:

Fascinado al instante con la algarabía, me abrí paso a tropezones con mi maleta a rastras por el gentío de las seis de la tarde. Un anciano andrajoso y en los puros huesos me miraba sin parpadear desde la plataforma de los limpiabotas con unos ojos helados de gavilán. Me frenó en seco. Tan pronto como vio que lo había visto se ofreció para llevarme la maleta. Se lo agradecí, hasta que precisó en su lengua materna.
- Son treinta chivos.
Imposible. Treinta centavos por llevar una maleta era un mordisco para los únicos cuatro pesos que me quedaban mientras recibía los refuerzos de mis padres la semana siguiente.
- Eso vale la maleta con todo lo que tiene dentro - le dije.
Además, la pensión donde debía estar ya la pandilla de Bogotá no quedaba muy lejos. El anciano se resignó con tres chivos, se colgó al cuello las abarcas que llevaba puestas y cargó la maleta en el hombro con una fuerza inverosímil para uss huesos, y corrió como un atleta a pie descalzo por un vericueto de casas coloniales descascaradas por siglos de abandono. El corazón se me salía por la boca a mis veintiún años tratando de no perder de vista al vejestorio olímpico al que no podían quedarle muchas horas de vida. Al cabo de cinco cuadras entró por el portón grande del hotel y trepó de dos en dos los peldaños de las escaleras. Con su aliento intacto puso la maleta en el suelo y me tendió la palma de la mano:
- Treinta chivos.
Le recordé que ya le había pagado, pero él se empeñó en que los tres centavos del portal no incluía la escalera. La dueña del hotel, que salió a recibirnos, le dio la razón: la escalera se pagaba aparte. Y me hizo un pronóstico válido para toda mi vida:
- Ya verás que en Cartagena todo es distinto.

(Texto extraído de Vivir para contarla, Gabriel García Márquez).

sábado, 29 de agosto de 2009

Día del Blog

En el 2005, el blogger israelí Nir Ofir logró instituir que cada 31 de agosto se celebre a nivel mundial el Blog Day, una fecha que sirve a los bloggers para conocerse entre sí y recomendar otros espacios a sus lectores a través de sus blogs.

El día de ayer viernes 28 hubo una premiación a los mejores blogs peruanos.

http://20blogs.pe/nominados

Por supuesto yo no participé para no opacarlos.

Este es un video de nuestra comunidad bloggera. Si sigo de blogger voy a seguir siendo muy impopular con las chicas, este video no ayuda a darnos una imagen cool.

viernes, 28 de agosto de 2009

Otra vez Andrés




No pude evitar subir este dibujo de Andrés. Ahora que estoy viendo la cumbre UNASUR donde Alan parece caballo de paso por lo mesurado y concertador. Hasta a propuesto hacer un equipo de lucha contra el narcotráfico tipo cascos azules pero para Sudámerica, los cascos verdes. Bachelet responde que su policía sí está preparada contra el flagelo del narcotráfico. Agarren esa flor peruanos y colombianos.

Verde está su lucha contra la pobreza y la reconstrucción de Pisco.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Papa espacial made in Perú



La papa peruana será cultivada este año de forma experimental en el espacio con el objetivo de desarrollar estudios que permitan a los astronautas cosechar el tubérculo en un escenario de gravedad cero, y alimentarse de él en futuras expediciones al planeta Marte.

Al respecto, el rector de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), Aurelio Padilla Ríos, afirmó según la Agencia Andina, que se entregarán al menos cinco ejemplares de la papa peruana a los cosmonautas rusos que en tres meses viajarán a la Estación Espacial Internacional, ubicada a 360 kilómetros de la Tierra.

Según informó el rector, durante una reunión con autoridades de la Universidad Técnica Estatal de Kursk de Rusia, se precisó que se tiene previsto enviar alimento al cosmos para ver su comportamiento fuera del la Tierra.

"Entre los proyectos de investigación que se harán en el espacio está llevarse la papa peruana en el próximo viaje. Luego estaremos informando cómo va evolucionando el cultivo de nuestra papa en el cosmos", comentó el rector de la UNI según Andina.

Padilla señaló que el trayecto a Marte demora unos tres años, y en ese interin, quienes realicen la travesía necesitarán una buena alimentación que incluya al tubérculo andino.

Según estimó, la papa -que podría ser de las variedades yungay, huayro y la tarmeña- será cultivada en un laboratorio que tendrá las mismas características de un lugar donde germina la semilla y crece la planta.

"Está de por medio insertar al Perú en las importantes investigaciones que se hacen en la Estación Espacial Internacional", agregó el rector según la Agencia Andina.

Además, el rector de la UNI también informó que mañana la Estación Espacial Internacional sobrevolará mañana el cielo limeño a la 01.32 pm. y establecerá contacto radial durante 10 minutos con el Instituto Nacional de Investigación y Capacitación de Telecomunicaciones, será transmitido por la página web de la universidad.

http://www.rpp.com.pe/2009-08-19-papa-peruana-sera-cultivada-de-forma-experimental-en-el-espacio-afirman-noticia_202723.html

Contento que mi querida universidad forme parte de estos estudios de investigación.

sábado, 22 de agosto de 2009

Mufarech: un millón de amigos amordazantes


El blog Desde el Tercer Piso a cargo de José Godoy ha recibido una demanda por la suma de un millón de dólares de parte del nada carismático Jorge Mufarech, amigo del ahora confeso ladrón Alberto Fujimori y cercano también a los bufalitos apristas. Dicha querella sucede justo cuando el grupo parlamentario de la estrella intenta pasar una ley para "controlar" a la prensa, que hasta ahora, es la única oposición decente que ha tenido el infrecuente e ineficaz gobierno de La Diablada. Por supuesto, Mufarech que ha sabido ser el camaleón de cuanto gobierno ocurra en Perulandia, se afeitó las piernas, se puso la carterita de Hello Kitty y le dio un guiño al gobierno, una venia de lacayo.

No es que Mufarech sea malo. Es que es corrupto. Y así lo demostraron las pruebas que el blog mencionado publicó hace unos meses. En realidad, José Godoy sólo hizo hipervínculos a las noticias que ya eran de dominio público. Lo que todo el mundo sabía. El palo le cayó a él.

En el gobierno anterior Mufarech, que es un empresario textil exitoso, intentó aceitarse en una licitación para proveer de uniformes a la policía por medio de su hijo. No prosperó. Muy airado demandó a todos en su camino. Así como lo dice Rospigliosi desde su columna "Mufarech enjuicia a todos aquellos que expongan sus bellaquerías. Hace poco lo hizo con Jaime de Althaus (por varios millones de dólares), antes con Pedro Salinas y Susana Villarán, con Juan Paredes Castro de El Comercio, etc., etc. Son incontables los juicios que ese individuo inicia contra periodistas."

Pero este comportamiento canallezco no es lo más preocupante. Lo tenebroso es que el gobierno aprista enfile sus baterías contra los bloggers, medios de comunicación neutrales y otras instituciones incómodas a sus posiciones, mediante el intento de pasar una ley que convirtiría la libertad de expresión en una frecuencia de información parecida a la de Venezuela. Lo que el gobierno debería hacer es usar estas nuevas herramientas para generar discusiones y plataformas con la intención de resolver los problemas que nos aquejan. O al menos acercarse a la población, así como lo logró Obama durante su campaña.


Si con la ley antigua se ha podido demandar a José Godoy. Imagínense que nos espera.

Mufarech o será Bufarech. Tiene amigos que quieren amordazar, atropellar y secuestrar la libertad de expresión. Advierto que prevaleceremos sobre ellos.

Desde aquí mi modesto apoyo a José Godoy.

jueves, 20 de agosto de 2009

El ocaso de un basquetbolista



Me aconsejaron, advirtieron y prohibieron. Deja de jugar básquetbol hasta recuperarme de la última lesión que tuve en enero de este año. Pero claro, yo como sé mejor que todos y soy un confeso adicto a mi deporte estrella, no hice caso. Por andar recargando mis no pocos 93 kilos sobre el pie sano, lo desbaraté.

Gracias a mis amigos Lesly y Chuy que me llevaron al mecánico de huesos e incluso metieron mano para poder colocar todo en su sitio. Les debo un pollo a la brasa.



Después de jugar en la liga alrededor de 4 años, pasar por 3 equipos... Ya no más Liga Superior B de Lima al menos este año.



Invito cordialmente a mi despedida jubilatoria a todos mis amigos. Las porristas de los Lakers animarán la reunión.



Cambio y fuera.

PD. Necesito que me digan qué otro deporte debería empezar a practicar.

(Nota: la secuencia de las fotos está al revés, la primera es cuando ya me habían enderazado)

martes, 18 de agosto de 2009

La erradicación de los libros



"Estoy con un grupo escritores y editores que comentan el Amazon Kindle 2. Se trata de una caja electrónica con una pantalla, de un tamaño y forma parecidos a los de un libro. Se compra con varios cientos de novelas clásicas incorporadas. Luego, por diez dólares, uno puede ir adquiriendo las novedades de los autores modernos, cuya versión digital llega a la caja electrónica.

Preso del romanticismo, pongo una objeción. Uno no puede anotar sus comentarios en el papel. Mi objeción no es válida. En futuras versiones digitales uno podrá hacer apuntes al borde de los textos. Pongo otra. La sensualidad de las portadas. Tampoco es aceptada. Muchos libros digitales tendrán también carátulas. ¿Qué desaparece con esta novedad? El olor al papel, la sensualidad del tacto. Me insisten en que lo importante es el texto. Me rindo. Quizá tengo que resignarme ante las ventajas del nuevo objeto: ocupa poco espacio, no gasta papel, es más barato.

Ya en casa, por el blog de Iván Thays, me entero de la aparición de un libro electrónico más moderno: Un Kindle de 530 gramos y de 26 por 18 cm. Y solo un centímetro de grosor. Y, en vez de los 1,500 libros del Kindle 2, este tiene capacidad para 3,500. Es el Kindle Dx y vale casi 500 dólares. Casi nada (para algunos). Apple, por otro lado, acaba de entrar en la carrera de la producción de libros electrónicos.

Pienso que un medio no desplazará al otro. Seguirán habiendo libros y librerías. Los manuscritos siguieron existiendo cientos de años después de la imprenta. Podrán coexistir los libros tradicionales y los electrónicos, quizá 50 o 100 años. Pero, a la larga, romanticismos aparte, el futuro es una caja con una pantalla, y no una ruma de libros en la mesa de noche". (Alonso Cueto http://peru21.pe/impresa/noticia/libro-objeto/2009-05-11/246238)

Yo si quisiera gozar de la compañía de mis libros subrayados, anotados y arrumados como testigos de un momento en mi vida. Quiero verlos avejentarse y guardar en sus páginas el olor, el café derramado, los marcadores simbólicos... esas conversaciones que tuve cual orate con cada escritor. Que me acompañen en una inmensa estantería como la de Mario Vargas Llosa.

Claro que yo también estoy pasando a formar parte de los artículos de antaño.

viernes, 14 de agosto de 2009

A mi diablo incapaz, ni con el pétalo de una rosa



“Sólo los peruanos tenemos derecho a vapulear a Alan García”, parafraseo a la congresista Lourdes Alcorta. La parlamentaria defendía así a nuestro ventrudo (yo sí le puedo llamar así porque soy peruano) presidente de los lamentables adjetivos engendrados por el Mandatario del muy hermano país boliviano, Evo Morales. Todo esto a raíz de que nuestra representante, la Miss Perú Karen Schwarz vistiera el traje “La Diablada” en el concurso de belleza mundial, esto originó un movimiento a nivel de cancillerías y hasta una amenaza de llevar el caso a la Corte de La Haya porque consideran, los bolivianos, que esta vestimenta y fiesta folclórica les pertenece únicamente a ellos.

Un momentito.

Antes Bolivia nos pertenecía a nosotros los peruanos. Así como La Gran Colombia contenía a Venezuela y Ecuador (¿Ven como siguen con banderas similares?). Y el altiplano en realidad siempre le ha pertenecido a la gente del altiplano. Una línea divisoria dibujada con acuerdos de gobiernos de turno no puede separar la raza originaria aymara que desde antes que vinieran los españoles existía en aquellos lares. Así que los únicos “dueños” de esta tradición son en realidad los altiplánicos, tanto en Perú como en Bolivia, y ambos tienen respectivas fiestas similares en Puno y en Oruro. Por favor absténgase algunos chilenos de decir que bajo esta lógica el baile de La Marinera Peruana les pertenece, entre el Pisco, la Chirimoya, el Suspiro Limeño, Paola Ruíz y otras especias. No es lo mismo.

Hace meses venimos escuchando frases nada cordiales de Evo Morales hacia Alan García y de paso hacia algunos compatriotas que viven en tierras bolivianas. Incluso señala a peruanos como instigadores en la desestabilización de su gobierno e insiste en que ex-ministros del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada sean repatriados a Bolivia. Es decir, no cree en los acuerdos internacionales de exilio. Esto parece ya un cálculo político de Evo para distraer la atención pública de los verdaderos problemas que acaecen sobre su gobierno.

Alan García sube 5% en las encuestas con dos años de una nefasta gestión luego del terremoto de Pisco que causó la muerte de cerca de 600 pobladores y que aún tiene 200 mil familias damnificadas, con 35 muertos en Bagua por excesos de ambas partes, con escándalos de corrupción sin manejar, la lista del desgobierno aprista será publicada en un post más extenso. Así lo aceptan algunos peruanos que conforman ese 27% que no se entera de nada.

Así que por favor. Absténgase señor Morales de atacar a mi rollizo presidente, que aquí hay peruanos de sobra. Bueno, quizás unos pocos, pero los hay.
(Las caricaturas pertenecen a El Otorongo: http://blogs.peru21.pe/elotorongo/2009/08/el-otorongo-n-181.html)