lunes, 26 de abril de 2010

Método de sensibilización de Manuel Puig

Uno de los escritores latinoamericanos más resaltantes, para mi gusto, nos habla de cómo adoptaba la realidad del cine para vivir su mundo inventado. El autor de Boquitas pintadas, se adelantó a su época con una rara ternura en comparación a otros escritores en la región.

domingo, 25 de abril de 2010

La corrupción como religión


(Caricatura extraída de hojasdevida.blogspot.com)

El encubrimiento de pedófilos en la Iglesia Católica responde a la protección de una supuesta "imagen" sacerdotal para mantener el control. Un artículo publicado la semana pasada en la revista Somos de El Comercio cuenta de un cura que denunció un acto contra la moral por parte de un colega suyo y a este último, lo mandaron como castigo abrir una escuela para niños en Perú, eso fue hace 50 años y sucedió en Italia. El cura que acusó al degenerado colega vino a vivir a Perú también y dejó los hábitos por la docencia. Hasta el día de hoy, dice, se siente decepcionado del Catolicismo. Porque a pesar de su denuncia, sus superiores no separaron al criminal de sus funciones y metieron en la cárcel; sino que para evitar "dañar la imagen" lo mandan a un país lejano donde nadie lo conozca.

Las noticias últimas indican también, que tanto Juan Pablo II como el actual Pontífice conocían de denuncias sobre violación de menores de edad.

Nada daña a una institución más como la protección de criminales.

Y ahora en el plano nacional político, tenemos también nuestras joyitas:

(Escrito por Pedro Salinas)

Qué más da el asunto de los 'petroaudios’. Qué más da que sea un escándalo que no encuentren a Crousillat. Qué más da la desvergüenza en el caso Comunicore. Qué más da, digo, si estamos en el Perú. Y acá, como sabemos, no pasa nada. Absolutamente nada. Y no solo no pasa absolutamente nada, sino que, si acaso no se han dado cuenta todavía, la corrupción tiene barra libre, y se pasea en combi. O, si prefieren, en uno de los buses del 'Lentopolitano’. Lo mismo da. Pero que se pasea, se pasea.

No debería ser así, es verdad. No. Estoy de acuerdo con ustedes. Pero, ya saben. El Perú no es Suecia. Ni Dinamarca. Acá tenemos de todo. Desde el policía que le dice al infractor “cáigase con algo, aunque sea para la gaseosa”, o el alcalde que le dice al contratista “puedo hacer que ganes la licitación, y lo podríamos arreglar si el cinco por ciento es mío”. Y así. Que la lista de ejemplos es más larga y la cochinada se cuela hasta en las oficinas más insospechadas. Porque las historias de sobornos y corrupción, que es el tema de este artículo, son tan viejas como las leyendas de los hermanos Áyar.

Lo describió muy bien León Trahtemberg, corto y sencillo, en una de sus perspicaces columnas: “La historia del Perú ha sido la historia de sucesivos ciclos de corrupción seguidos por muy breves periodos de reforma anticorrupción, detenidos por el peso de vastos intereses personales contrarios a frenar la corrupción”.

Lo terrible es que el peruano se ha vuelto inmune a ella. La tolera. La consiente. La perdona. Le dice amén. Y no nos damos cuenta, los peruanos, de que la corrupción no es una mera preocupación moral o ética. La corrupción nos cuesta como país. Cuesta en dinero contante y sonante. Se trata de un obstáculo endémico al desarrollo. Además, “mina el estado de derecho, distorsiona el comercio y otorga ventajas económicas a unos pocos privilegiados”, como dice la revista Foreign Policy.

Hace pocos días nomás, en México, una investigación realizada por el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) revelaba que los empresarios aztecas gastaban al año 85 mil millones de dólares en coimas. O “mordidas”, si quieren, para decirlo en lenguaje charro. 85 mil millones de dólares, nada menos. Ello supone que las empresas mexicanas dedican entre el 6% y 10% de sus ingresos a sobornar funcionarios públicos. Y el porcentaje más alto de chanchullos se da en los gobiernos estatales y municipales. Y por acá, ¿cómo estamos?, pregunto. No tenemos idea. Ni sabemos hasta qué punto se extienden sus ramificaciones. No lo sabemos porque, claro, a nadie le interesa hacer un mapa de la corrupción. Menos, obviamente, a los beneficiarios de la misma. El citado Trahtemberg, basado en un estudio del peruano Alfonso Quiroz, aventuraba que las pérdidas directas e indirectas para el Estado por corrupción equivalían al 3% del PBI anual. “¿Se imaginan si ese 3% del PBI robado por la corrupción se hubiera invertido sistemáticamente en la educación para llegar al 6% del PBI, como lo hicieron los países desarrollados? El Perú podría tener hoy la mejor educación del mundo. Lamentablemente, tenemos una de las peores, gracias a la corrupción”, anotaba el educador.

Recién ahora, en una encuesta de Ipsos Apoyo, se percibe que la corrupción (así como la delincuencia común) inquieta a la ciudadanía. Se trata de una noticia que es mala y buena. Mala, porque ello nos dice que la corrupción, que suele ser invisible –como Crousillat– ya está asomando su cabezota sin que le importe un rábano el qué dirán. Y buena, porque ello podría ser un síntoma de que nos empieza a hartar.

Si es así, será motivo para que los empresarios –que, como ha escrito Augusto Álvarez, suelen ser el motor y el motivo de la corrupción– se pongan las pilas y presionen para que se ponga coto a los pactos bajo cuerda. Para que exijan mecanismos eficaces de transparencia. Para que reclamen menos regulaciones y menos burocracia, que suelen ser las taras del sistema que propician esta corrupción galopante e impune que padecemos. Porque si algo empobrece a este país, es la corrupción, aquella en la que nadan y saltan como lizas unas criaturas despreciables, que, encima, se dan el lujo de participar en la política, como si fuese lo más natural del mundo, mientras que uno, desde este modesto papel, a lo máximo que puede aspirar es a desearles que les dé un chancro repentino, que les produzca un dolor atroz, ciego, inhumano. Porque nadie les sanciona. Pues eso.

miércoles, 21 de abril de 2010

La última de Alonso Cueto

Esta es una copia trasnochada de Moleskine Literario por la nueva novela del querido escritor Alonso Cueto.



Carátula de la nueva novela de Alonso Cueto por editorial Planeta.

Contratapa.- Un hombre de la aristocracia limeña aparece muerto en medio de la calle, con un disparo en el corazón. Mientras las conjeturas se van apilando a su alrededor, el narrador -sobrino de la víctima- decide investigar quién podría ser el asesino. Entonces emergen los secretos en la vida de su tío muerto: su romance clandestino, su pasado oculto, sus relacioenes verdaderas con los parientes.

En esta búsqueda no solo aparecerá la verdad sobre el crimen sino, sobre todo, los secretos lazos que han movido a los personajes de la familia. La venganza del silencio es una historia policial ambientada en los pálidos salones y corredores de una gran casona, por donde corren los vientos del pasado familiar. La geografía interior de esta casa, sus superficies relucientes, aparece con una determinante de la conducta de sus miembros.

Con una magnífica prosa y un extraordinario manejo de la intensidad, el ritmo y la atmósfera en la que habítan sus personajes, Alonso Cueto nos invita a explorar los misterios y complejidades de una familia de alta sociedad de América Latina. Además, nos sorprende y conmueve, con una capacidad para retratar las fisuras de la condición humana, y demuestra que la familia es la última gran religión de nuestro tiempo.

sábado, 17 de abril de 2010

Moby en Lima



Richard Melville Hall, nació el 11 de setiembre del 65 en New York. Bisnieto del buenísimo escritor Herman Melville, autor de Moby Dick, una de las novelas con los inicios más geniales de la literatura "Call me Ishmael"; fue apodado tras el éxito de su ancestro.

Moby estuvo en Lima el jueves 15 de abril. Muy buena onda hablando un español esforzado, nada de inglés y dijo que lo intentaba para no parecer un gringo ignorante. Impecable actuación, las integrantes del grupo con una voz alucinante. En fin, todo estuvo muy chévere, y claro, yo tuve que tonear solo porque mi pata me abandonó por chicas y chelas. No lo culpo. Y bacán porque la gente estaba recontra amigable con hartas humitas.

Aquí algunas fotos del conciertazo. Mis dos reclamos: duró sólo una hora y cuarenta minutos y el otro, no cantaron Lift me up.

Las fotos del fondo azul del estrado y la del amigo traidor son con una camarita digital Samsung. Las que más me gustan son las que saqué con la aplicación hipstamatic para iphone. Por supuesto no pondré los videos grabados con el teléfono este porque iphone es una desgracia filmando.