domingo, 28 de febrero de 2010

Juan Gonzalo Rose



Hay que alejarse del dolor para poder escribir sobre él. Mientras siguen buscando desaparecidos en el hermano pueblo chileno, quiero desviar la tragedia a la poesía.

EXACTA DIMENSIÓN

Me gustas porque tienes el color de los patios
De las casas tranquilas…

Y más precisamente:
Me gustas porque tienes el color de los patios
De las casas tranquilas
Cuando llega el verano…

Y más precisamente:
Me gustas porque tienes el color de los patios
De las casas tranquilas en las tardes de enero
Cuando llega el verano…

Y más precisamente:
Me gustas porque te amo.

LOS MALOS POEMAS

No los destruyas.
No los eches
al pozo de los cielos.

Tal vez ellos retornen
después que la belleza
se haya ido.

Cuando la soledad
camine libremente
de la cama hasta el patio
y mi casa parezca
-al ojo del infante-
algún enorme erizo.

Entonces,
quizás entre sus líneas
descubras un instante
inadvertido;
la palabra extraviada
en domingos zoológicos;
algo más verdadero que lo hermoso.

Nadie sabe.
Consérvalos.

Cambia tu piel. También
la piel del mundo.
Pero el poema queda
guardando su misterio.

Tal vez no hay en tu cuerpo
-todavía-
esa única lámpara
con la que puedes verlo.

MARISEL

Yo recuerdo que tú eras
como la primavera trizada de las rosas,
o como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños

Yo recuerdo que tú eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos
o como la saliva de las aves
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros

En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la luna los navíos de vela.

Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante nos traiga la alegría...
ha debido morirse con nosotros el tiempo,
o has debido quererme como yo te quería.

domingo, 21 de febrero de 2010

Pálido fuego



Hace unos días terminé de leer Pálido fuego de Vladimir Nabokov. Dijo en una entrevista en 1962: "está lleno de melocotones que sigo esperando que alguien encuentre. Por ejemplo, el repugnante comentarista no es un ex-Rey de Zembla ni el profesor Kinbote. Es el profesor Botkin, o Botkine, un Ruso y un loco." También agrega:

I think it is a perfectly straightforward novel. The clearest revelation of personality is to be found in the creative work in which a given individual indulges. Here the poet is revealed by his poetry; the commentator by his commentary. ['Pale Fire'] is jollier than the other [novels], and it is full of plums that I keep hoping somebody will find. For instance, the nasty commentator is not an ex-King of Zembla nor is he professor Kinbote. He is professor Botkin, or Botkine, a Russian and a madman. His commentary has a number of notes dealing with entomology, ornithology, and botany. The reviewers have said that I worked my favorite subjects into this novel. What they have not discovered is that Botkin knows nothing about them, and all his notes are frightfully erroneous.... No one has noted that my commentator committed suicide before completing the index to the book.... The last entry has no numbered reference.... And even Mary McCarthy, who has discovered more of the books than most of its critics, had some difficulty in locating the source of its title, and made the mistake of searching for it in Shakespeare's 'The Tempest.' It is from 'Timon of Athens.' "The Moones an arrant Theefe, And her pale fire, she snatches from the Sunne." I hope that pointing out these things will perhaps help the reader to enjoy my novel better.

(The New York Herald Tribune, American edition, 17 June 1962, p.5, interviewer Maurice Dolbier.)

Realmente una novela llena de crucifijos y mapas del tesoro. Se puede interpretar a diferentes niveles, y es en sí, una marea de espejismos y dualidades donde los protagonistas bien pueden ser personas con desordenes mentales que inventan países, reyes y predicen su muerte. Incluso al final el narrador cambia de omnisciente y busca llenar la lógica por una entrevista con Gradus.

Las cosas simples son también las más gratificantes, como este poema del supuesto Shade:

Te amo cuando, de pie sobre el césped,
miras algo en un árbol. ¨Se ha ido.
Era tan pequeño. Tal vez vuelva¨.

Creo que el amor se puede describir así. En esas minucias que no nos pueden hacer vulnerables, cuando uno observa y ama en forma anónima.

viernes, 19 de febrero de 2010

Sobre el habla



Quería compartir con ustedes este artículo de Alonso Cueto, publicado en el diario Perú21 al respecto de las comunicaciones. Alonso es un creyente de las palabras, así lo he comprobado en sus artículos y en un libro suyo, Valses, rajes y demás cortejos publicado hace unos años en donde, entre otras cosas, cuenta como nosotros los peruanos aún tenemos una cierta fijación por las formas en el hablar y cómo nos protejemos usando diminutivos y otras variaciones del lenguaje. Y cómo, por ejemplo, nos choca el hablar directo y hasta ¨hostil¨ que tienen otros países que comparten nuestro idioma.

Espero que Alonso siga creyendo en estas formas, en las palabras bien dichas y sin vacilar, siga predicando el correcto uso del idioma. Quijotezca campaña. Lo acompaño desde este rincón (aunque yo sé que él no cree mucho en los blogs y tiene un cierto desánimo frente a la tecnología y hasta pesadillas con los libros digitales, por las conversaciones que hemos sostenido) en el rescate de las formas del lenguaje, cuando sea necesario y no para hacer falsa propagación de intelectualismo. Un saludo a mi amigo escritor, que de vez en cuando también pasa por aquí.

Leo por casualidad la carta de una entidad pública, ampliamente condecorada de firmas y sellos. El documento empieza con un santo y seña de la formalidad burocrática: “Mucho agradeceremos se sirva informarnos a la brevedad posible…” y termina con un adverbio que funciona como frase: “Cordialmente”.

Todo en ese lenguaje suena a falso, impostado, artificial. Todavía vigente, incluso entre los burócratas al teléfono, todavía se usa porque otorga una supuesta dignidad o majestuosidad. Frases como “desempeñarse en el cargo”, “los trámites respectivos” y, la más barroca de todas las que he leído últimamente, “nos veremos en la innecesaria obligación de suspender los servicios referentes”, forman parte de la selva oscura que leemos o escuchamos. Hay otras frases: “Sírvase dirigirse a la entidad correspondiente”, por ejemplo, es una de las mecidas burocráticas más comunes.

En la gente joven las comunicaciones son más simples. En el Facebook alguien propone a alguien ir al cine. La respuesta que leo: “Ta q’ no puedo, weon, tengo q’ quedarme en mi jato para ayudar a mi vieja con unas waas”. No es de extrañar. A propósito del libro Derribando muros –escrito junto con Silvia Miró Quesada y Juan Biondi–, Eduardo Zapata ha dicho que hoy cada vez más gente escribe como habla, mientras que antes se hablaba imitando el lenguaje escrito.

La conclusión es que tenemos la sensación de leer el habla. Con frecuencia también prefiero la gracia del chateo al almidón de los documentos oficiales y me gustaría más estar involucrado en “waas” –“webadas”– que en los “trámites respectivos”.

domingo, 14 de febrero de 2010

Blanca Nieves en Nueva York

Distraer siempre ha sido mi don.

Convencer y cambiar de tema es mi arma secreta. Así como un mago usa la habilidad de sus manos yo me valgo de algunas técnicas para desviar la atención si algo en una conversación no me conviene, me disgusta o simplemente me aburre. Personalmente me considero muy bueno en este ejercicio que me exige concentración, esfuerzo y la sutileza de un cirujano.
Lo primero es conocer con quien estoy hablando. Suena fácil pero no lo es. Si no los conozco se trata de deducir rápidamente sus intereses, ir probando o por último imaginarlos, saber qué les emociona, qué los mueve, darte cuenta si entre ellos comparten algo en común.Con esa valiosa información filtro mi repertorio de posibles frases desconcertantes, antes, eso sí, debo marcar su ritmo, en qué momento suelen responder, si son de los que interrumpen o de los que esperan su turno. Tengo que darme cuenta de detalles como la boca entreabierta o esa pequeña inhalación que precede a la voz. Y esperar pacientemente el momento exacto, esa ventana de milisegundos de silencio entre una frase y otra para poder entrar y decir las palabras exactas que harán el truco.Existen muchas formas de hacerlo claro, pero la que más me gusta, por desafiante, es usar lo último que alguien menciona y pum! como un mago saca un conejo del sombrero yo saco un tema totalmente nuevo.
(Es increíble pero hay todo un debate en el mundo de los magos acerca de qué fue primero, si el conejo o la paloma, o qué es lo más recomendable para usar en un espectaculo, los magos pro-conejos, argumentan que es más mucho elegante, higiénico y sobre todo más económico. Las palomas se vuelan al fin y al cabo. Los magos pro-palomas se escudan en la espectacularidad que produce el sonido del aleteo y el ver al ave volar en contraste con la cara asustada y aburrida del conejo saliendo del sombrero. Yo, particularmente, me inclino por las palomas)

Hay otras formas como usar una noticia del día, inventar una estadística interesante o recordar una anécdota divertida, en todas es necesario utilizar lo que yo llamo el acercamiento, soltar un "Te acuerdas…", y tocar un hombro, un "Se han imaginado…" y apretar un antebrazo, un "Sabías que..." mientras te rascas la nariz y alzas las cejas, serio o emocionado, dubitativo o seguro, pero siempre mirando a los ojos.
Es cierto que en casos extremos de desesperación he usado la táctica del peligro físico, es decir, cogerme el pecho fingiendo un ataque o llevándome las manos a la garganta tosiendo o simulando un atragantamiento, es la salida fácil, pero funciona.
(Recuerdo que hace 5 años, en el Tom's, me atraganté con un gran pedazo de tallo de brócoli, pasé por todos los colores de la asfixia mientras Vero me miraba con los ojos bien abiertos y conteniendo la respiración, nunca supe si por lo que me acababa de confesar o por mi cara de espanto. Quizás una mezcla de ambas. Lo cierto es que se quedo quieta, sin atinar a nada, recuerdo que quería gritar "¡Ayúdame!" pero la voz no me salía y pensé justo antes de desmayarme que quizás fuera bueno morir, los gritos de una mesera cuando me vio caer y la milagrosa presencia de un doctor me devolvieron al mundo. Olvidé decirlo, pero esa vez, la última conversación con Vero, lo último que quería hacer era cambiar de tema)

Es más difícil cuando hablo con los que me conocen bien, mi familia, mis amigos. Si sacan el tema de la separación, les recuerdo que fue hace mucho, y les comento las últimas estadísticas de infidelidad, creo sentir su decepción cuando me preguntan de mis planes futuros y siempre respondo con evasivas, quizás saben que es inútil hablar conmigo "seriamente". Igual con mis mejores amigos, que intentan ayudarme, pero de alguna manera (ya saben cuál) siempre terminamos recordando las jugadas de Zidane, los mejores goles de los mundiales o buscando en Internet las mejores atajadas de Preud'Homme, por ejemplo.
(Preud'Homme!! no saben lo que es ese arquero belga , nunca un rebote porque era segurísimo de manos, si se escapaba un delantero salía como un loco suicida , rulos al aire , mirada asesina y le acortaba el ángulo enseguida ,tenía además la extraña habilidad de poder estar en dos sitios en el mismo segundo, se los juro, debe además, tener el récord mundial de tapadas seguidas en un partido, como 5 remates en el área que sacó con las manos, las rodillas , el pecho, la cara. Mejor arquero del mundo del 94. Deberían buscarlo)

Por último, odio admitir esto, pero sólo conozco una persona con la que no funcionan mis trucos. No hay noche en la que pueda distraerme de mí mismo ni de mis problemas, de la sombra de Vero, de los planes postergados, del círculo vicioso en el que se ha convertido mi vida, de la espiral interminable que me lleva a auto culparme de todo, de las imágenes, de la soledad.
En fin, igual tengo formas de remediarlo, el ejercicio, el alcohol en pequeñas dosis, las pastillas para dormir, todas formas validas de llegar rendido a la cama y dormir en una ciudad que se supone que nunca duerme.

Hace 1 mes conocí a Silvana. Creí sentir, por fin, que algo se reactivaba en mí, algo que creía perdido, oxidado e inservible. Que una salida del laberinto era posible.

La encontré hoy por tercera vez, dándole de comer a las pocas palomas que se asoman por esta época en el parque central. Estaba sentada en una vieja banca de madera al borde del lago congelado que me recordaba a un espejo enorme. Era su hora de almuerzo sin duda, distinguí por el olor que nuevamente llevaba un sándwich de atún,lo acompañaba con una bolsa pequeña de papas fritas y una botella de agua. Había hecho bien el cálculo, viene exactamente cada dos martes. Es trabajoso ubicarla, parece que escogiera cada vez un lugar distinto, es un parque gigante después de todo. Tenía aún unos minutos antes de que tuviera que volver, esta vez quizás si me animaría.

-¡Hola! - la saludé parándome a su lado. Ella me miró de reojo.
-¿Que ondas? - me repondió y nuevamente miró el lago
-Muriendo de frío. Odio este clima – cruzé los brazos tratando de abrigarme.
No nevaba pero el aire soplaba helado, a pesar que llevaba un sobretodo grueso, guantes y un gorro de lana, sentía mis huesos a punto de quebrarse.
-Te entiendo - me respondió volteando la cabeza un segundo.
No sabía qué hacer o qué decir, si sentarme con ella en el banco , si hablar del sándwich de atún , alguna idea con las palomas, papas fritas, lago ,nieve, estadísticas , anécdotas, mi cerebro repasaba todo mi repertorio como cuando uno busca un libro revisando rápidamente las fichas de las bibliotecas antiguas.Intenté relajarme y calentarme soplando un poco de aire a mis manos. Sentí en mi nariz un calor momentáneo que me animó ligeramente.

-Oye - le dije señalando el sándwich e intentando sonar natural - Justo ayer comí un atún a la parrilla excelente en Rosie's, podemos ir un día si tienes tiempo. Claro, si no lo estropea todo la nieve.

-Puede ser -dijo Silvana y antes que pudiera decir algo más, añadió -Me has hecho acordar de algo -me cogía del antebrazo -¿Te has imaginado como sería si Blanca Nieves viniera aquí?

-¿Aquí al parque? - respondí confundido.
-No. Aquí a Nueva York. ¿Por que vendría Blanca Nieves? ¿Qué se te ocurre?

Pensé rápidamente. Nuevamente dije lo primero que saltó a mi mente. Ya volvería luego al tema de la invitación.

-Pues que viene por esto de que Nueva York es "La Gran Manzana". Es una chica atribulada porque el principe no era tan azul como esperaba sino más bien de un gris deprimente, porque le vendieron y compró el cuento del cuento de hadas , del amor eterno y el final feliz.Viene porque quiere olvidarse de los problemas, de los enanos, de la madrastra, de quién demonios era más bonita. Morir esta vez de verdad.

-Claro, yo también pensé algo muy parecido - me respondió pausadamente, parecía decepcionada.

-Pero, no entiendo, ¿Por qué te interesa eso?
-Es sobre un trabajo que tengo que hacer - dijo lanzando un pequeño suspiro y luego le dio la última mordida al sándwich de atún.

No tenía idea de en que clases de sitios te pueden dejar trabajos así. Quería darle más ideas y volver como sea a retomar mi invitación.

-¿Y si Blanca Nieves viene porque le han dicho que venden un atún excelente en Rosie's? -dije riéndome.

Silvana sonrío.

-No creo nadie crea en ese argumento. He pensado que quizás viene porque la contrata la Mac, tú sabes, la compu que tiene como símbolo la manzana, porque va a poner un anuncio gigante en Times Square de ella con una Mac y un slogan inmejorable "Si hasta Blanca Nieves confía en esta manzana. ¿Porque tú no lo harías?". O algo así. Igual tampoco creo lograr una historia verosímil con eso.

Así que se trataba de crear un argumento, pensé. Quizás un cuento o un guión. Nuevos elementos para pensar sobre como volver sobre Rosie's, la invitación, el atún. Nuevos datos acerca de su vida.

- ¿Y si cuentas la historia de un proxeneta internacional que envía chicas a diferentes lugares del mundo? Son clientes excéntricos que piden por ejemplo a una chica parecida a Rapunzel en Tokio, a la princesa Leia con bikini dorado en Madrid, y justo cuando piden a Blanca Nieves en Nueva York todo sale mal.

-Interesante.Podría poner que el millonario es un enano y toda la historia girará en torno a averiguar cuál es, si sabio, gruñón o tontín -respondió, parecía interesada.

-Un proxeneta además es teóricamente un "tratante de blancas", así que cuadra perfecto– le sonreí.

-Es cierto, buena idea - se volvió a quedar en silencio ,miraba el lago mientras terminaba la botella de agua. El silencio entre nosotros me desesperaba.

-¿También podría venir dormida no? Me refiero a que la traen en su urna para exponerla, como las momias que encuentran en otros países.

-Sí, también -respondió indecisa.

-¿Estaba bueno el sándwich? - Me arrepentí enseguida de la pregunta.

-En realidad no, pero era lo único que quedaba - me dijo mientras se ponía de pie y miraba su reloj – Ahora, tengo que irme. Adiós.

En el camino de vuelta a casa he tenido la extraña sensación de que algo me ha vuelto a salir mal.

Así que San Valentín

Hay fechas que no menciono, Navidad, Año Nuevo, mi cumpleaños, etc. Por supuesto San Valentín no se salva. Aquí unos notables versos de Nabokov, para aquellos tórtolos que se han jurado amor eterno (mientras dure):

Los muertos, los buenos muertos, ¿quién sabe?,
se quedan en los filamentos de tungsteno,
y en mi mesa de luz brilla
la novia difunta de otro hombre.

martes, 9 de febrero de 2010

Blanca Nieves y la Gran Manzana



New York te consume desde adentro, pero al mismo tiempo te engulle. Es un vacío generalizado en cada tope con los transeúntes. Nadie te mira. Debajo, la ciudad, parece estar quemándose, el humo se filtra desde los subterráneos hacia las calles. Como si un enorme dragón durmiera la siesta en el sótano. Por donde pasan los trenes.

La nieve acaba de caer y los edificios son tan altos que pareciera que ellos se han librado de la escarcha. El frío te atropella con punzante insistencia alrededor de tus zonas descubiertas. Entre la primera y la cuarenta y cuatro hay un restaurant llamado Rosie´s, mi madrastra es la dueña. Después del intento de homicidio ella logró escapar de nuestro país con ayuda de sus influencias. Yo la perdoné al poco tiempo, pues no tenía memoria para las cosas feas y porque me esperaba una vida de cuentos de hadas. Así lo fue por un tiempo.

A los 6 años de casados perdí a mi tercer hijo en otro intento de quedar embarazada. Ya no lo hacía por mí, lo hacía por mi esposo. El ha sido siempre un hombre bueno, trabajador, honrado. Al principio tomaba sus pequeñas excentricidades como una muestra de su inteligencia. No cerrar la puerta para usar el baño, el jabón pegado de sus pelos pues empezó a quedarse calvo, la pasta de dientes sin tapar, nunca tender la cama y siempre pedirme por favor que no lo interrumpa cuando estuviera leyendo sus libros. Odio sus libros, esa predilección por comprar siempre lo último que publicaron sus autores favoritos para leerlos en dos hora y reunirse con sus amigotes a discutir estructuras y significados ocultos dentro de cada novela. No lo soporto. Tampoco aguanto que sea tan apagado cuando tenemos reuniones en la casa con mis amistades. Cuando le reclamé, respondió que todos parecían fingidos por estar tan alegres. Que una persona cuando entiende la vida no puede estar siempre con esa sonrisa fácil. No lo entendí, casi nunca lo entiendo.

Un día, no recuerdo cómo empezo la discusión, él me dijo algo que no me hirió en el momento pero fue anidando un desasosiego. ¿Y por qué crees que el espejo no te eligió antes la más bella cuando se lo decía a tu madrastra todos los días? La casa se hizo grande y los muebles me empezaron a estorbar. Las cortinas las cambiaba cada vez que podía pero siempre me hacían sentir oscura. El piano blanco de cola en medio de la sala parecía un esqueleto de ballena. Toda la casa crecía más y más en las tardes solitarias y se convertía en una caja de zapatos en las noches.

Fui al salón de belleza más seguido, al spa, a la clases de ballet, a nadar. Empecé a salir con un hombre un poco más joven y apuesto, piloto de avión. Al principio era emocionante encontrarnos a escondidas en el hipódromo o en el club. El era muy galante y atento. Luego de tener intimidad las cosas fueron cambiando, ya no me llamaba, y cuando yo lo llamaba me decía que no podía atenderme pues andaba en una reunión. ¿Para qué se reúnen los pilotos de avión?

Entonces mis días volvieron a la administración de la casa y algunos negocios que mi esposo me daba para que no me aburra. Y poco a poco volvió esa pregunta a acosarme. En las mañanas me miraba en el espejo, desnuda y con el cabello suelto. ¿Por qué mi madrastra, durante un tiempo, fue más bella que yo? Mi esposo se convirtió en un mueble con rueditas, un espejo maltrecho y cansado. Una mañana no soporté más y le dije que me iría a Nueva York a ver a mi madrastra.



Caminando las dos cuadras que me faltan para llegar al restaurant, los taxis amarillos parecen pétalos de margaritas tirados al azar. Llego y abro la puerta. Nadie voltea a mirarme. Nadie se da cuenta que he llegado. Mi madrastra me recibe con ternura. Se sienta y me ofrece un taza de té, un bizcocho de arándanos y una servilleta bordada. Se la ve igual: alta, de labios pequeños y con los ojos llenos de una suave indiferencia, me conversa sobre el negocio, sobre lo bien que le ha ido estos años sola. Abrirá otro restaurant en Newark porque los portugueses ya no tienen la hegemonía, parece que los abuelos han ido muriendo y los nietos no han sabido mantener la buena comida. Me cuenta que New York era un buen sitio para ser anónimo, para perderse entre las razas y los idiomas, mezclarse de costumbres, de olores, ser el seudónimo de lo que uno ha sido. O para, finalmente, ser alguien diferente todos los días.

- Me alegra que hayas venido hasta aquí, a verme. ¿Cómo están los enanos?
- La mina donde trabajaban fue vendida a unos canadienses. Con la liquidación compraron un pequeño hotel en la playa y viven de los turistas.
- Perdóname por lo que pasó, sé que te lo he dicho antes pero...
- Ni lo menciones - interrumpo, llevándome la servilleta a la boca -. ¿Sigues modelando?
- Uh qué va. He tenido algunas propuestas...
- Entiendo.
- Estás igual como te dejé...
- Tengo algo que preguntarte.
- Es sobre el espejo ¿no?

Sobre el aparador el bartender limpia un vaso con un trapo. Tras él, un enorme espejo refleja las pequeñas luces de las mesas. Se escucha un tintileo, la puerta es abierta por un hombre obeso de barbas blancas que se quita la chalina y el abrigo. Se sienta y pide un whisky doble. Huele a cigarro viejo. Parece una enorme morsa que ha varado en una playa desierta.

- Entonces... - me dice mi madrastra -.
- Nada, creo que ya entendí.

lunes, 8 de febrero de 2010

El ciervo en la ventana

Sentada en mitad de la noche puneña, María Patricia escucha ulular, a lo lejos, las elegantes zampoñas ensayando su gran serenata a la Mamacha Candelaria. La melodía es honda, sobrecogedora pero apenas perceptible desde su lejano cuarto de hotel, difícilmente descifrable desde lo alto de los ventanales que ha preferido abrir desafiando a ese frío lunar que hace germinar en su pecho la melancolía.

Y mientras su esposo Darrell duerme a su lado, con su casaca acolchada de explorador y su tanquecito de oxígeno contra el soroche, ella se aboca a la siempre postergada labor de la añoranza. La última vez que vinieron juntos al Perú fue para casarse en un precioso hotel del Valle Sagrado donde, en un ritual mitad católico, mitad pagano, presentaron ofrendas y pidieron bendiciones al Dios de los cristianos y también, por si acaso, a la madre tierra. Algunas gracias les fueron concedidas, por supuesto. Otras no. Como ocurre con todos. Y el idílico hotel del Valle del Urubamba donde se casaron ya no existe. Lo destruyeron las lluvias, el desborde del río, el lodo, la inundación. “Nosotros dos, sin embargo, seguimos juntos” –piensa–, sopesando con un suave suspiro, el humilde milagro que significa tener con quién viajar, pues vaya que no han sido pocas las borrascas, las feroces granizadas, los aludes brutales que han tenido que capear. Y vaya que es esta una noche infinita, esférica, perfecta. Cualquier otro damnificado creería que el cielo regalón de esta noche azul acero está con ganas de alardear, de desbordarse, de derrochar y excederse en estrellas por las puras, por ninguna razón en particular. Como lo aprendió de María, su madre, y ella, a su vez, de María, la abuela, María Patricia se echa el abrigo sobre los hombros como un chal y, al volver los ojos hacia el lago que espejea, sin alcanzar a verse, se contempla y hasta parece que rezara, contrita, que elevara una fervorosa plegaria muda dirigida a ningún dios en particular. Como aquella mañana ya remota en que se despertó con un ciervo asomado en su ventana.

Fue en su casa campestre de Fairfax, California, hace tiempo ya. Abrió los ojos y se encontró, frente a frente, con unos ojos negros de niño asombrado que la habían estado mirando dormir sin que ella lo notara. Eran los ojos de un ciervo con sus pestañas inmensas y su clásica expresión de dulce indiferencia. Un ciervo travieso que husmeaba en su habitación con la cabeza casi metida por la ventana, como si quisiera saber de antemano qué habría de sentir el día en que le tocara existir pegado a una pared, cuando no fuera más que un trofeo de caza. Pero algún mensaje secreto había que descifrar en esa visita tan irreal. Un animal silvestre no decide, de repente, en medio del bosque, dirigirse hacia una casa y ponerse a velar un sueño de humano así porque sí. Alguna señal oculta estaba aguardando ser interpretada. Esa noche, cuando Darrell regresó de trabajar de su famosa tienda de comida orgánica, María Patricia le relató el insólito suceso, fascinada y ambos coincidieron en que se trataba de un heraldo de buenas nuevas, de una especie de ángel mensajero al que se le había encomendado alguna compleja anunciación.

No alcanzaron a entender qué significaba aquel presagio, tampoco volvieron a verlo nunca más. Ni a ese ciervo indiscreto ni a ningún otro. Fue solo meses después, la tarde aciaga en que salieron juntos a buscar un cofre donde poder velar las cenizas diminutas de Joaquín que el ciervo volvió a aparecérseles. Estaba tallado con primor en la superficie de una cajita redonda, de una especie de mate burilado que les ofrecía, tan amable y contenta, ignorante de todo, la vendedora de una tienda de artesanías en madera. La vida de Joaquincito había durado unos pocos días y ya se sabe que no existe palabra en el idioma que sirva para nombrar a los huérfanos de hijo. Silencio. Las zampoñas han enmudecido y es el trinar lánguido de un arpa lo que María Patricia escucha cada vez más cerca, como escoltando una sigilosa procesión que se aproxima. Imagina el olor a almizcle y palo santo y de tan sólo imaginarlo, una vez más, piensa en Abuela, esa centenaria señora María que todas las mañanas de su vida se sienta a esperar, en vano, a que su hija María llegue desde su lontano, inhóspito Bakersfield trayéndole pan francés y tamales para desayunar. Piensa que dejar a Abuela en su casa de Lima ha hecho que se le forme un tremendo nudo en el corazón. No puede creer que, al verla subirse al taxi con maletas, Abuela le dijera, tan claramente: “Llévame, hijita!”, siendo como es una dama tan silenciosa que rara vez dice lo que está pensando, que se dedica todo el santo día a estarse quietecita en su sillón y solamente vuelve a hablar a las quinientas, cuando la ocasión verdaderamente lo amerita.

Qué le hubiera dicho Abuela si supiera, si pudiera enterarse de todo, si estuviera en condiciones de comprender y de ayudarla a comprender? Mañana una balsa la llevará por Taquile, Amantaní, las islas flotantes. No ve las horas de empezar a navegar. La brisa de la madrugada arrecia ahora y un trombón emerge súbitamente de las sombras, del otro lado del lago, desde el centro de la nada. Con una pícara sonrisa, María Patricia recuerda que es justamente de las aguas del Titicaca de donde emergió la primera madre de la creación y siente la paz. La novedosa tranquilidad de poder volver a pararse con los dos pies sobre el país en que dio sus pasos primeros y, de pronto, todo encaja, el tiempo es fácil, por fin comprende. Comprende que ha venido de tan lejos hasta aquí para encontrar a su niño fugaz, para buscarlo en la luz purísima del amanecer en su sierra y para despedirse de él para siempre. Para dejarlo ir con la naturalidad con que se despide la noche del día. El anhelado abrazo de su tierra ha restañado ya todo rastro de lágrima y, como la incomprensible mirada de aquel ciervo, constituye una completa bendición porque le anuncia todos los milagros, incluso aquellos que no se producirán. ¿Es esto, acaso, la belleza? –se pregunta María Patricia mientras el cielo comienza a viajar violentamente desde el lila hacia el naranja–. Y se responde que sí, extrañada, plena, estremecida. Es belleza lo que al cubrirte con su manto vuelve triste la misma dicha suavísima con que te arropa. Y llega un momento en el que ya no sabes distinguir cuál de los dos es superior ni cuál hiere menos ni cuál queda más arriba: dónde termina el ciego eclipse de la dicha, dónde comienza el arco iris majestuoso de la pena.

(A veces un ligero aleteo que colinda con una frase común, pero muy bonito relato de nuestro a veces no tan querido BO)

lunes, 1 de febrero de 2010

Cuando la muerte alcanza a escritores y humanos sentados



Eloy Martínez, ha fallecido. Lo que me hace pensar en por qué personas con menos garbo para la vida no deberían correr la misma suerte. Hace unos días un amigo editor de una revista universitaria americana me pidió que le haga una nota de 1000 palabras sobre la obra de Julio Ramón Ribeyro. Accedí, pues pensé que habiendo leído todo lo escrito por él (incluso el cuento inédito Surf) y algunas notas periodísticas y bibliográficas me bastaría para dicho fin. Estuve equivocado. Tal parece que aquello no es suficiente, que uno también debe tener un nivel de interpretación agudo y educado.

Ayer lo llamé y le pedí disculpas por desistir. Me respondió, tu problema es tomarte estas cosas que te gustan muy a pecho. Sólo escribe.

También tengo una tarea dejada por un afamado escritor con un pie forzado. ¿Por qué Blancanieves está en Nueva York? Ando días pensando en eso y sólo vienen a mi cabeza cosas interiores sin mucha estructura. Mañana es la entrega y tengo que escribir tratando de no ser cursi. Difícil.

En fin. La situación es que Eloy ha muerto. Y todavía no salgo de Salinger. Aquí una nota de mi buen amigo y escritor Alonso Cueto.

La carrera de J.D. Salinger, quien murió la semana pasada a los noventa y un años, es una afirmación de la supervivencia del arte de contar.
Después de servir en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, acompañado de una máquina de escribir, Salinger creó a Holden Caulfield, uno de los personajes más queridos, perdidos y solitarios de la literatura contemporánea, un personaje que nos habla muy de cerca desde que empieza El guardián en el centeno (1951).

En ese inicio, Caulfield renuncia a hablar de sus antecedentes y proclama: “Solo voy a contarles una cosa de locos que pasó en las navidades pasadas…”. Este lenguaje directo, cargado de una jerga que no envejece, la autoridad con la que cuenta el narrador y la composición ambigua de Caulfield, son grandes proezas de la narrativa moderna. Caulfield es inseguro, violento, inapropiado, pero también tierno, necesitado y vulnerable. Ama a su hermana tanto como odia a sus padres y a sus profesores. Es un héroe imperfecto, como cualquiera de sus lectores.

Salinger, quien hace varias décadas se retiró a la casa de campo en Cornish, New Hampshire, se hizo famoso por renunciar a la fama. Todo indica que siguió escribiendo, mostrando que el silencio es el hogar natural de un escritor, y no los ruidos que rodean a cualquier publicación. Puede decirse que pocos lo conocieron de veras y sin embargo en realidad cuánto lo conocimos.

Salinger era Caulfield: si lamentamos la muerte del primero, le agradecemos habernos dejado el segundo para siempre.