sábado, 28 de febrero de 2009

Se lo diré fuerte

A Jesús Trelles.


Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Salvador Elizondo. El grafógrafo.






- Pensé que te amaba hasta que me casé contigo - murmura Alonso recogiendo su chaleco antibalas del piso de mármol negro. Un gallo canta a lo lejos. Un perro le contesta.


- Yo era feliz creyendo que te amaba hasta que me di cuenta que nunca podré amarte - le responde Rosalía apagando el despertador y tapándose con las sábanas.

Alonso baja las escaleras, tiene hambre, la boca seca. Ingresa a la cocina, pero la encuentra como si hubiera sido banalizada por lobos hambrientos en una constante detonación de nostalgia y sudor. Como si se oyera dentro de ella un grito en total vacío y desolación. Un grito de barro. Un jadeo recalcitrante.

La cocina está intacta. Limpia. El sol de la mañana ingresa por los ventanales como encadenando y encerrando una derrota en destellos y aves canoras. La cocina es una prisión cercada por su propio recuerdo.

No se atreve a entrar a pesar de la sed y el sonido hueco de su estómago vacío.

El también se siente acorralado por sus sueños quebrados. Siente que la vida le pasó encima como una estampida de ratas bubónicas marcándole la espalda con sus patitas cubiertas de podredumbre y que todo lo que queda de él… Todo lo que hay de él: es este chaleco marrón. Antibalas. Mira. Ojalá fuese pro-balas, pro-fin. Quizás sea tiempo de decirlo fuerte. Esta noche lo haré, se promete.


Su uniforme marrón de vigilante. Su aspecto cuadrado en la cara y lánguido en el torso. Es quizás la explicación más lógica de su situación. Como si hubiera sido ensamblado por partes distantes y encajado a la fuerza. Desiguales y lacónicas. Es el componente retardado y definitorio de su ser. Su prolongación. Su elongación al mundo que no lo observa. Esta noche tengo que decirlo fuerte.


Camina a través del inmenso jardín. Las plantas sacudidas por el viento otoñal no logran situarlo en la realidad. Tampoco las flores. Abre la puerta hacia la calle. El sol está radiante. La gente se apresura a cumplir con la rutina del día. Respira hondo.

Los loros. Su comida. Rosalía los odia.

Cruza de regreso el jardín. La sala. La cocina, donde sucedió seis meses atrás. Esta noche se lo dirá fuerte. Se lo diré fuerte. Ingresa en el patio. Observa impávido la jaula de loros. Su sorpresa se vuelve una salivación efusiva, instantánea.


Es una escena que lo paraliza. Intenta separar los elementos. La pareja de loros. La jaula. El otro animal en la jaula. La sangre. Roja, marrón, forma parte de la jaula. Parece que la jaula está sangrando.


No se atreve a mirar más allá de lo que acaba de ver. No quiero deglutirlo en la razón. Es sólo la jaula que sangra. Lo demás no puede ser. No debería ser. No es. A fuerza de voluntad uno puede generar su propia realidad. Su mecanismo de protección se encuentra en el descuartizamiento de los detalles que fabriquen la imagen final.

Pero lo ha visto todo.

Sale de la casa a toda prisa. Toma el autobús.

Llega al puesto de vigilancia. Su firma en el papel. La hora de entrada. Una mujer vestida de pantalón negro se acerca enredada en sus rizos rojos. Qué hora tienes por favor. Alonso mira su reloj. Esboza una sonrisa.

Sus loros: Aurora y Paco. Nombres de loros. Quizás Paco no. Su sangre. Con el tiempo se volverá marrón. La sangre se oxida. Es el oxígeno que al final nos termina matando. Nos oxida. Marrón como su uniforme. O gris como el otro animal.

Las 8:05 de la mañana. Ella no le contesta y detiene un taxi.


Más tarde pasa el heladero. Más tarde los niños que hacen malabares con dos bolas y se dan volantines cuando el semáforo está en rojo. Una mujer embarazada toma un helado y se mancha la barriga.


Esta es su vida. Una silla. Una puerta que abre y cierra. Unas mujeres que entran y salen. Hombres sinuosos. La Avenida Javier Prado, es su universo lineal, una función constante, llena de humo de vehículos, desde donde salen insultos y ruidos emitidos por los cláxones.


Hoy le diré todo fuerte.


De regreso a casa siente una sensación de vació. El autobús está lleno. La gente suda en el interior pero no abre las ventanas. Alonso intenta abrir una. Si me entra frío, me resfrío, señor. Como si el aire enfermara. Como si la gripe contraída por un deficiente sistema inmunológico se curara con una chalina en pleno verano. No dice nada y abandona el intento de abrirla. Siente las primeras gotas de sudor bajando por sus sienes.


Aurora y Paco. La jaula desangrándose. La rata en el medio. No puede ser. No es.


En el trayecto a casa ensaya iniciar la conversación con Rosalía. Se lo diré fuerte. Levantaré la voz y le diré que la he visto caminar de la mano con ese hombre, por el parque de Chosica. Luego le contaré que tuve sexo con su hermana, con Fresia, en la cocina. Terminaré diciéndole que Paco está decapitado y yace sin vida al lado de una rata inerte, seguramente Aurora lo mató.


Ingresa a la casa.


Sube a la recámara. Todo está en silencio. Entonces, justo antes de entrar a la habitación. Lo presiente. La ve. En medio de la cama. Una carta. Antes de leerla sabe su contenido. Antes de tocarla siente como la sensación de frío, lo resfría. Antes de finalizarla ya siente el peso de la soledad.


Rosalía se ha ido. Alonso cree que para siempre.


Baja las escaleras. Se saca el chaleco antibalas y lo deja en el sillón de la sala. Pasa por la cocina como si no la hubiese atravesado. Como levitando por las losetas. La jaula está vacía y con las puertitas abiertas. En su interior yace un huevo.


Él lo toma y lo guarda en su bolsillo.

viernes, 20 de febrero de 2009

Fútbol... (por Webbo)


'Tsamin Tsipaiki’' ¿El significado exacto de esa frase? Desconozco; ¿el origen del dialecto? Lo ignoro ¿La reacción inmediata que me provoca? atención. ‘¿A dónde vamos?’ es la pregunta. ‘Vamos a ver a Vito’, es la respuesta. Don Víctor Bianchi. Era un viejo amigo de papá. Su ascendencia italiana se dejaba entrever en el viejo estereotipo de ojos claros, bigote frondoso, risa jovial y peso completo. Papá y él se habían conocido en la universidad y habían trabajado en el mismo centro de labores como estudiantes allá por la última mitad de los 50s y primera de los 60s. Ahora en los 90s tenían ese ritual de sentarse a hablar, bastante seguido, de todo y de nada. Don Víctor era un señor a carta cabal, se podría decir que era un caballero de esos que Lima suele recordar como un mito del ayer, como una especie ya fenecida y en extinción. Era bibliotecario de profesión, y artista de vocación. Vivía en un depa chico en la comarca cuasi-provinciana donde crecí. La Polio le había quitado las piernas de joven y a cambio le entregó una silla de ruedas que parecía no había sido ‘upgraded’ desde la primera vez que la usó allá por… no se qué año. La silla estaba en buen estado, pero el modelo era ‘retro’. Era guinda, acolchada e inmensa; a mi edad parecía apoteósica. Estaba constituida de dos ruedas grandes, que a mi parecer eran de una motocicleta y una rueda pequeña en la parte posterior; parecía un trono real rodante. Don Vito y su silla eran una especie de ícono en el barrio Lurigancheño de mi niñez.


Su departamento era bastante pequeño. Estaba construido como un pasillo con subdivisiones. Dos entradas, una a cada extremo del departamento. Una entrada a su sala, la otra a su cocina. En el medio de éste rectángulo el dormitorio y el baño unían las dos entradas. Una enfermera lo visitaba regularmente para ver que su presión esté aceptable y para darle las atenciones necesarias. Papá lo visitaba seguido para darle compañia


El universo cultural que se encerraba en este departamento era diametralmente opuesto al tamaño físico del lugar. Siempre sonaba alguna ópera; Verdi o Puccini o alguna sinfonía de Beethoven o algún concierto de violín. De vez en cuando había un poco de Nat King Cole, o de Chabuca Granda. Estaba poblado de libros, viejos, nuevos, empolvados, sin polvo, de hojas amarillas o blancas. Todos leídos, y restringiendo el espacio físico del lugar. No sólo era un lugar de música exquisita, y de libros que aveces le daba un aire de biblioteca de convento; sino también, era un lugar de artesanía. En la sala estaba su ‘rincón de cueros’ [no, no Playmates]. El hombre hacía engravados en cuero espectaculares. Creo que esa era una de las razones por las que mi viejo me llevaba allí, para expandir la cultura que de por sí ya me intentaban brindar en mi propia casa. Don Vito siempre trataba de enseñarme algo de cómo fungía este oficio artesanal que pareciera viene en extinción, como la música criolla o aquellas buenas costumbres de las que mi abuelo me hablaba.


Sin embargo, estar en casa de Don Vito, para mí, no era sólo estar en un universo alterno de artesanía y añeja conversación de ‘como nos fregó Velazco’ o ‘tal o cual libro nuevo que había llegado’. El depa de don Vito involucraba algo más básico que el elevado placer de escuchar una ópera en los discos de vinil. Allí había una tele, y nosotros no teníamos una; y ese era el destino final de muchos domingos de tarde, futbol en la tele.


Mis primeros años de infancia tuvieron el fortunio de desarrollarse en un país donde el futbol no era (ni es, ni será jamás, creo yo) rey. Crecí admirando a los fortachones de la ‘NFL’ (football americano) y a los peloteros de Chicago (baseball). A mis inocentes 6 ó 7 quería ser como Andre Dawson 'The Hawk' y jugar algún día para los ‘Cubs de Chicago’. Seguía los partidos de Beisbol todos los días de verano, y al atardecer, después de la transmisión en vivo, el patio del complejo de apartamentos donde vivíamos en Michigan, EEUU, se convertía en diamante de beisbol con la consecuencia de mis rodillas regresando manchadas de verde, marrón y demás colores que mi madre detestaba ver tatuados en mis pantalones, siendo ella la maniática de limpieza que es.


Cuando regresamos al Perú, en el ’87, decidí invertir el dinero de cumpleaños que mi abuela me obsequió en un bate de beisbol. Mis padres sabiamente me aconsejaron que compre un balón de futbol o basquetbol… pero yo decidí ir contra todo consejo y compre mi ‘Louisville Slugger’(bate), un par de guantes, y una pelota de beisbol. Cuando aterricé en Perú; aterricé armado con bate, guante, gorro y pelota, montado en un skateboard en un país donde la pelota ‘Viniball’ era reina, la cancha era de asfalto y los arcos las dos piedras a ocho pasos de separación… ‘gol de la rodilla para abajo’. ¿Yo? perdido, sin beisbol, e intentando jugar futbol.


Los años pasaron, y poco a poco tuve que dejar mi pasión pelotera y mis tarjetas de beisbol por ese juego extraño que mi primo Omar y mis amigos de la escuela tanto jugaban: fulbito. El detalle es que siempre fui un tanto torpe para jugar futbol… ‘comencé tarde’, por lo menos ese es mi mantra de consuelo que explica la ineptitud y mala praxis futbolística que caracteriza mi paso por las canchas. ‘Acariciar el balón’ para mí es un concepto tan abstracto como el dualismo platónico, que irónicamente, creo entender. Hasta el día de hoy no soy bueno, pero sueño y fantaseo con lo contrario; pero el futbol, dicen, se lleva en la sangre, o se aprende en la educación preadolescente recibida en la casa de un caballero conocedor del futbol con su amigo de la universidad un tarde dominguera de primavera limeña.


Don Vito, había sublimado su inmovilidad de piernas en una apreciación exquisita y crítica del ‘deporte rey’. Era su manera de lidiar con la frustración de no poder jugar aquel deporte que llevaba en la sangre, el hombre era un conocedor, y sus gustos futbolísticos distaban bastante de lo que él calificaba como ‘pobre y vergonzosa demostración de futbol del Perú’. Su desapego al futbol nacional nacía de algo que todos los peruanos sabemos, pero pocos vivimos en carne propia. El vio a los ‘cracks’ del ayer (70’s) que todo chiquillo con su viniball gastada trata de emular hoy. Y por ende, veia como la imitacion era bastante burda y carente de originalidad


Ese domingo mi papá me llevo a casa de don Vito para ver futbol, una vez más con la intención de ampliar mi horizonte cultural, solo que a un nivel más elemental que los libros de arqueología o la gramática que nunca entendí bien.


Llegamos al depa, ‘pasen’, desde adentro se oyó la voz de Vito por sobre el fondo de musical de Verdi. El foco fluorescente de su sala/taller de engravados se combinaba con la luz solar de la tarde; se quitó los anteojos de lectura, y los dejó sobre la mesa ‘pensé que no venían’ dijo, mientras giraba las ruedas de su trono hacia el tocadiscos, y mi papá iba al televisor. La música cesó y se intercambió por la voz de un comentarista deportivo. El partido estaba ya iniciado, no eran equipos que yo necesariamente conociera. Unos tenían uniforme blanco, y los otros tenían Azul y Granate. El partido acabó y no recuerdo el resultado (creo que Real Madrid gano 3-2) pero sí recuerdo que fue distinto ver ése partido que los partidos locales. En ese entonces no entendí la diferencia exacta, pero supe que algo era distinto. Esa tarde dominguera acabó con un resultado que fue más allá de goles a favor y en contra; fue la educativa exposición a otra realidad además de la que conocía. Y muchas veces eso es todo lo que necesitamos para ver más allá de lo que ya conocemos. Ese domingo aprendí de otra esfera una realidad que me hizo preguntar a los dos maestros la sincera e inocente pero ignorante pregunta de porque ese tal Hugo Sánchez no juega para Perú.


Pasé muchos domingos en casa de Vito. Con el tiempo entendí que el ‘Penta-pichichi’ (Hugo Sánchez, cinco veces máximo goleador de La Liga con el Real Madrid) era mexicano y no jugaría nunca para Perú. Aprendí sobre la táctica del Barza y sus triangulaciones impuestas por Cruyff (el más grande técnico del FC Barcelona, hasta hoy). Me aprendí los nombres de los blaugranas; Romario, Guardiola, Koeman, Stoichkov [‘se pronuncia shtoichkof’ papá siempre me corregía, ‘no como lo pronuncia el comentarista ese, no sabe’ y hoy hago lo mismo yo cuando veo futbol con mi esposa]. Luego vinieron Ronaldo, Figo ‘el traidor’, luego Rivaldo, y los años oscuros. Ronaldinho con Rijkaard le devolvieron la alegría al Barca junto con ese negrito que el Madrid no quiso… Eto’o.


Ahora están Messi, Puyol, Xavi, Iniesta y Henry; todos blaugranas y rumbo a ser campeones. Ahora me canto lo que puedo del himno al Barza, según yo, entiendo Catalán. Mi auto tiene una placa del FCB, y mi llavero es el escudo del FCB; tengo mi camiseta y mi Hi5 tiene el fondo blaugrana. Esos domingos abrieron mi mente a cosas más allá del futbol. La lección fue en sentido metafórica, no solo a apreciar al Madrid o al Barza [yo elegí a los blaugranas, pero eso ya lo sabéis]; esas tardes consistían en apreciar el futbol de manera general y descubrir el placer de estar con buenos amigos. (expandimos a ver la Serie A, y demás)


Don Vito murió unos años mas tarde. Su corazón alegre y jovial no resistió la envergadura de su sobrepeso. Colapsó un día sin aviso. Papá estuvo callado por buen tiempo después de su partida. Fueron pocas las veces que nos juntamos para ver futbol con mi papá después de esos años con don Vito; yo crecí y tuve mis amigos para eso. El viejo se veía los partidos ya en casa, solo. Tal vez hubiera sido mejor verlos con él, que con mi ‘mancha’. Ver al Barza, hoy, me regresa en el tiempo por un instante. Paradójicamente no voy a Cataluña, sino a la dirección opuesta, a San Juan de Lurigancho, distrito de la populosa y desordenada Lima, a esa comarca cuasi-provinciana donde crecí. Ver a los blaugranas ganar o perder me lleva a domingos de tarde, mas que de futbol, ópera, libros y cueros engrabados, son domingos con amigos, que comparten y que disfrutan de algo sencillo como un buen partido de futbol, una discusión política, o una conversación sobre religión el simple placer de una buena amistad.

Tsamin… ‘¿A dónde pa?’ ‘Vamos donde tu tío Dany, hoy hay futbol mijo…’ [Dialogo en un futuro cercano tal vez]

Veo (por inz(ne))

Veo desde mi ventana del bus, a la que frecuento todos los días, a una anciana sentada en la calle, con una taza en la mano, sin decir nada pero esperando tanto para ese día.

Veo pasar otro bus por la avenida, un chico me mira, por qué me mira? no necesito que me miren sino que me ayuden. Veo pasar una chica, pantalon apretado, lentes en el rostro, apurada, no me mira, habré sido yo así cuando era joven?

Veo mi reloj, estoy atrasada, por qué hay tanta gente en la calle? Encima, esta señora que se le ocurre sentarse en plena vereda, por qué piden todos limosna? Son acaso sus problemas los míos? Veo a niño de pie, cajón al hombro cepillo en mano invitando a todos a sacarle el brillo a sus zapatos.

Veo una linda chica que se acerca, lástima que no pare, los tacos que llevan ni en mil años me dejará lustrarlos, además cómo se limpian esos zapatos? Qué bonita es, si fuese más grande acaso se fijaría en mi? no lo creo. Pero qué hago pensando en chicas?, la mañana se va y solo tres señores se detuvieron, qué extraño el último señor bajarse de su carro para que le lustre? Oye, oye viste el auto que tenía, qué tal carrazo, y eso? con qué se compra? con novecientas ochenta y tres mil cuatrocientas treinta y siete lustradas?

Veo al niño que acaba de limpiar mis zapatos, mientras subo a mi auto, no se por qué me detuve, creo que volveré frecuentemente me dijo que siempre está por esta calle, al menos así ayudaré?. Por qué deben trabajar? Por qué quieren? por qué los explotan? por qué en realidad necesitan? por que no necesitan pero en su casa no tiene dinero para ellos? por qué? Semáforo en rojo. Veo un cojo, se acerca, intenta limpiar el parabrisas, le pido que no, me mira mal, bajo la ventanilla, le doy unas modenas y digo "Dios te bendiga".

Veo las monedas que me acaban de dar, ya no es extraño que me den monedas para que no les toque el auto, prefieren darme limosna antes de que ensucie su auto, será por eso o será porque soy cojo? Pero lo más extraño es que me digan que "Dios me bendiga", el dia empieza, se siente empezar bien con una frase así, aunque no sé si sea bueno o malo.

Veo a un cojo parado a media pista, muleta en mano y trapo en la otra. Será que no puede trabajar en algo mejor? Es más fácil pararse en las calles a intentar limpiar ventanas? Tiene aún dos manos, aunque es cierto es fácil hablar cuando se tiene todo completo. Qué haría yo si estuviese cojo? Bueno cojo ya estoy en el alma. Debo llegar al trabajo antes de estar pensando en cojos. Otro que pide limosnas, unas monedas para calmar el alma.

Veo indiferencia, veo soledad, veo indivisualismo, veo que no sé como llegue aqui, veo que tendré un dia sin comer, unas monedas caen en mi mano, veo empatía, veo que alguien se separó de su dinero para darmelo, será sincero?, será porque estorbo? No sé cuánto dinero será, espero sirva aunque sea para desayunar yo y Roberta, pobre, tan cansada que está de ser como yo, ir por la vida viendo sin ojos, viviendo no viendo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

¡A mí qué “teta” me importa!


Que el fotógrafo de Dubois, escriba por él; que su diseñador, redacte por él; en suma, alguien que no sepa nada de periodismo, sea él. Los errores de imprenta serían más acertados que los horrores temáticos que hacen de Perú21, no sólo un diario sin norte, sino un diario sin rumbo. Un exorcismo de cacofonías y una pasada de cuy contra el sesgo que marca la pauta nacional es lo que necesita Fritz. También un cuaderno de triple raya con su lápiz mongol y un pasaje de vuelta a Perú, porque estoy seguro que no vive aquí, ergo desconoce la realidad peruana.
Es penoso ver como el diario con más aceptación en el público joven, diario pluralista y de columnistas de lujo en la época de AAR, ha llegado a ser un simio en falda con los colores de sus auspiciadores, y no me refiero a los que colocan anuncios en sus páginas, sino a los que dictan la línea editorial y política.
Por supuesto separemos la mies. Todavía hay calidad en el diario, está Cueto (siempre), Alegría y Giacosa(sabiduría), Vargas Llosa (cuando usa su corazón un poco), Bayly (cuando se lo propone), Ortiz (cuando sus demonios le dan un respiro); los nuevos como Del Río, Blume, etc.
No obstante es penoso leer títulos de editorial como “Podríamos tener muchas más 'Tetas’”, o ver la fotografía del cuerpo de una niña de 15 años ahogada a todo color en el Río Rímac. Ver como un diario, en otros tiempos, serio, marcando el pulso con altura y tino; es ahora un diario sensacionalista y retardado mental.
Le han dedicado portada, sendos artículos y varias páginas a “La teta asustada” de Claudia Llosa por haber triunfado en la Berlinale, que desde aquí me tomo la libertad de felicitar ignorantemente. Punto para Perú. Siempre nos conmueve ver gente con DNI y que celebra el 28 de julio sin pisco; pero con harta chela, tequila, vodka y hasta sake; gane reconocimiento internacional. Pero hay también otros temas que deberían estar en discusión (como los temas que se discuten en La República y en otros periódicos), por ejemplo, las últimos documentos del Frontón, de la matanza de Barrios Altos y La Cantuta, de los Petroaudios (suficientes ahora como para hacer todo un mtv unplugged).
Mis condolencias a la familia Vásquez Huamaní por la pérdida de su niña. Mis disculpas como ex lector del diario en mención y como peruano, que se haya publicado una foto tan vergonzosa de su deceso, con un ánimo tétrico y truhán.
No sé si la ética periodística permite tal divulgación de imágenes. Al menos debería haber un gramo de empatía a la familia. De consideración con el público y no colocar en toda la portada el cuerpo desnudo de una niña muerta y amoratada por las rocas y la vorágine de la corriente fluvial.
Mejor hubieran colocado la foto de Madona desnuda y mostrando su vagina melenuda y sus senos tristes a blanco y negro para mejorar sus ventas. Ah… pero sí la publicaron. No se pierden de una.
O mejor aún. ¿Por qué no sobrevuelan Palacio de Gobierno y toman fotografías de la piscina que se construyó en el primer gobierno de Alan? De seguro encontrarán tendido al Presidente del Perú, tetas arriba, sobre una piel de búfalo, separado del mundo por la voces imaginarias que le masajean el cuerpo imperialista y usando de bloqueador el reclamo de millones de peruanos por un gobierno eficiente y honrado.
El único que no ha perdido la cordura, la decencia y la independencia es Heduardo. Lo cual es no menos preocupante.

lunes, 16 de febrero de 2009

Blogging sobre bloggers



Así como periodismo sobre periodistas. Esta maña la tengo por la innecesaria, agotadora y maniática inclinación de siempre andar comparando y comparándome con el entorno, haciendo suposiciones infinitas de efectos y predicciones matemáticas que al final sirven nada más que para contraer un dolor de cabeza menstrual.


Mi siquiatra me ha dicho que siempre hable de lo que me moleste y que use la frase “siento que…” y que describa el sentimiento. Yo siempre le hago caso y termino recitando como si tuviera rosario implantado y luego divagando en lo que acabo de decir en un laberinto microscópico, tedioso y confuso. Pago sus excesivos honorarios y salgo prometiéndome que no malgastaré el dinero en nada innecesario, porque la economía anda como mi tobillo, maltrecha. Pagar a esta erudita me niega la posibilidad de comprar muchos chocolates y helados (nieves, para mis amigos mexicanos) que al final me hacen más feliz, aunque también cuestiono esta fijación a la comida rica. Al final sería más feliz en una confitería que en un consultorio, diván incluido. Pero ella ha demostrado que me conoce mejor que yo, y por ese circo yo pago callado. Camino una cuadra y veo la última edición de Etiqueta Negra, Dedo Medio, Le Monde Diplomatique, y quiebro mi promesa, las compro todas. También compro un libro más de Alonso Cueto y el último de Iván Thays.


Pero mi siquiatra ha estudiado. Ella sabe. Yo le hago caso. “Siento que” estoy molesto que Iván Thays (ahora todos dirán que me quiero colgar de su fama, tienen razón) me haya censurado en su blog. Al inicio leía sus posts, dejaba un comentario y él, condescendiente o buena onda quizás, respondía animoso. Incluso me recomendó estudiar un taller de 8 meses de literatura a cargo de la prestigiosa Pontificia Universidad Católica del Perú. Todo bien, yo feliz que un escritor de su talla ande intercambiando líneas con un basquetbolista de la mía.


Hasta que mi réplica a un artículo suyo me separó para siempre de su círculo de agradables comentaristas (http://notasmoleskine.blogspot.com/2009/01/el-mnibus-sbato.html#comments). En este post, Thays explica que en Buenos Aires hay un recorrido turístico literario donde el viajero puede visitar espacios transitados por Sábato, así también existe en Cartagena, paquetes que implican peregrinar por lugares conocidos por García Márquez. Su nota termina sugiriendo que esto se realice en Perú (según su visión, en Lima únicamente) con Vargas Llosa, Bryce Echenique o Julio Ramón Ribeyro.


Mi apostasía consistió en no resistir la tentación de mencionar a INDECOPI (entidad del Estado que, entre otras cosas que no hace bien, vela por la protección intelectual) como parada obligada en el recorrido de Bryce. Ardió Roma. Censurado.


Bryce es uno de los hitos que tenemos en literatura. Pero ha plagiado sin pudor. No por falta de ideas, yo creo que es pura flojera. Y eso, muy pocos han condenado. Condeno la vergonzosa acción. La de él por ser tan flojo en generar artículos propios, encima de haber negado altivamente, pasando por echarle la culpa a la secretaria y otras sinrazones propias de la capacidad imaginativa de un escritor. También condeno a los que lo apañan.


Thays en un escritor de gran renombre. Su último libro (ya en mi poder), Un lugar llamado oreja de perro, ha tenido un reconocimiento interesante en la comunidad literaria. Lo felicito por su éxito. Y por supuesto que todos son libres de aceptar o no ciertos comentarios en sus respectivos blogs. Pero Thays ha aceptado algunos subidos de tono e incluso muy críticos de su obra, contestándolos, a veces, ardorosamente. El mío no era ni vulgar ni grotesco. Por eso no entiendo la tendencia que maneja en censurarme. Pura argollería parece. Como mi corazón es grande y de buen humor lo perdono, he comprado su libro (en Crisol por si acaso) y lo leeré después del de Cueto que estoy leyendo.


También me molesta que el blog de Renato Cisneros sea casi una secta. Y él, el mesías. Estoy seguro que si publicaría la grabación de un pedo suyo, a los 3 minutos tendría 587 comentarios hablando de su gas. Qué buen gas, oh qué gas tan romántico, soy primero soy primero… En fin, soy picón pues.


Me jode que Hildebrandt pueda escribir casi todos los días con calidad y claridad. Todos los días. Y yo tenga que pasar 15 días escribiendo otra cosa para finalmente publicar esto. Esto que cualquier cachimbo estudiante de periodismo lo podría hacer en dos minutos y medio. Y con más técnica.


Extraño el blog de La Pluma del Pato Feo, porque era uno de los pocos liberados de egos, con veracidad y con talento. Y también porque me comentaba y a mí me gusta que me comenten para no sentirme solo.


Cada vez que pasan días que no escribe La Chica Diez, la odio un poco, luego escribe y la perdono y la adoro nuevamente. Y le hago un comentario sobón, pero sincero. Es mi favorita (después te paso la cuenta por el cherry, Iziar).


Como dijo Beto Ortiz en su columna Pandemonio, empecé a escribir y no sé qué quise decir, finalmente.

jueves, 12 de febrero de 2009

De.mi.amor.y.su.demonio (por inz(né))

Yo, Varguitas, hace muy poco he decidido que debo de enfrentar mis males, mis demonios. Todo parte de que alguien a quien considero cercano me dijo que: "no puedo ir por la vida echándole la culpa a otros de lo que me sucede". Un pensamiento bastante racional y muy fiel al punto de vista donde cada uno es lo que forja, cosecha lo que siembra y tiene lo que busca.

Así, me pregunté. ¿Qué busco? ¿Qué siembro para cosechar? Debo confesar que todo este cuestionamiento parte de un vacío que nunca pensé en vivir, parte de una vida en neutro, una existencia en automático, de la que no sé hacia dónde va, y a veces creo que tampoco quiero saber.

Mi demonio parte de la pérdida de mi primer amor (el de adeveras). A Octavia la conocí hace seis años y cinco meses. Quedé prendido desde el primer impacto visual que tuve. Dicen que no vemos con los ojos sino con la mente, que nuestros ojos son meros ósculos, herramientas que transladan información y que realmente vemos con el cerebro.

Puedo decir que amé a Octavia hasta lo más profundo de mi ADN, y puedo dar fe que ella me amó. Y bueno, para no aburrir, resumo que vivimos (más allá de solo exisitir), vivimos cuanto pudimos y cuanto no, también. Trazamos planes, tuvimos metas y sueños, deseabamos vivir más. Hoy ella ya no está, duerme.

Y así empieza mi demonio, creo con certeza que he sido bendecido en mi vida al conocerla, al tenerla, al besarla(a Octavia). Y de su misma ausencia (aunque le heche la culpa) parte mi demonio. octaVia me conoció en un estado desastroso, un mamarracho (quizá no tanto exterior, pero si por dentro).

Me consideraba bastante inseguro, tímido, aburrido, sota, algo pesado, callado, un poco paria, quizás gordito, acepto que un poco torpe con las chicas y bastante feo, ¿ya mencioné lo inseguro?. El mismo hecho que Via se fije en mí, largó todo eso lejos de mi. Debo decir que no fue un abracadabra, sino el día a día de una vida de tres años y seis meses.

He aprendido a ser un poquito menos aburrido, no tan callado, quizás algo sociable, lo tímido aún lo estamos solucionando y la inseguridad volvió. Y creo que esta vez se ha movido a muchos ángulos de mi vida.

Me sigo considerando feo (acaso por lo gordito?) y hoy caí en que creo que puede ser que de ahí parta mi inseguridad, por alguna extraña razón en la mayoría de sociedades los feos no son aceptados completamente (salvo excepciones), los feos caemos en aquella bolsa a los que nadie mira, nadie escoge para salir a pasear o invitan a una fiesta. No nos invitan a los matrimonios e incluso entierros tampoco. Los feos tenemos el curriculum siempre al final de la lista, somos los últimos en ser atendidos en la juguería y el bus no para para recogernos. Los feos tenemos el superpoder de dar lástima incluso al ser más rudo. Nos hacen favores, por feos. Un leproso bonito es más aceptado que un feo y el sida quizás tenga cura algun día, los feos no. Dicen que tenemos una razón de existir, y es que sin feos los bonitos no sabrían que existen. En cierta forma nos necesitan, nos necesitan para excluirnos.

Cuándo Via se fue, (re) nació mi demonio feo. Y a veces creo que ella me vió con ojos mentales y que no todas las chicas tiene ese don. Deberían de leer las cartas que ella me daba, un poco más y era más bello que Richard Gere de joven. No sé si fue una quimera, sé que fue real, lo viví. Pero ahora en su ausencia me gustaría que vuelva, ella, que despierte.
Abre los ojos por favor.

Hoy me puse a ver chicas, a ver si lograba que alguna me vea con la mente. Sacárme la tinka es un chancay de a S/. 0.10 comparado a que Via se enamore de mi (y se enamoró). Y lo peor (¿o mejor?) es que ella encajó milimétricamente en cada deseo de checklist que hubiese tenido al buscar pareja. Yo, Varguitas, soy diseñador (dicen) y creo que es mi pena, mi carga. Mi checklist está más elevado (mi búsqueda en chicas) de lo que yo puedo ofrecer, me doy risa, me doy pena.

Viviré con mi demonio, viviré con mi-su ausencia. No sé que cosecharé. No sé si encontraré a algien que me vea con la mente. Voy haciendome la idea de vivir en neutro por largo tiempo. Voy haciendome la idea de existir cual caracol sin ser visto. Voy aceptando inseguramente que soy feo.

* Al terminar esto, creo que todo feo tiene derecho a ser feliz. Y que no todo feo, sabe que es feo.

jueves, 5 de febrero de 2009

Se está muriendo gente que antes no se moría *


La señora que vendía quesos ha muerto. No era más señora que otras, ni sus quesos mejores quesos. Era simplemente la señora que vendía quesos de puerta en puerta. A veces vendía flores. Pero casi siempre quesos. De su cabello escarlata descendían dos trenzas. Amarradas entre ellas de lejos.

Yo abría la puerta. Ahí estaba con su mirada buena. En el fondo los cerros, más allá el cielo a medias celeste y a medias azul, pero siempre entero. En el fondo, el nevado medio blanco, medio triste, medio serio. En sus manos arrugadas, los quesos.

Ahora abro la puerta y no está la señora que vendía los quesos. Tampoco está el nevado. Ni los cerros. Ni el cielo entero.

* El título corresponde a una frase expresada por el genial y desaparecido John Updike.