Milagros me ha llamado por teléfono hace unas horas para entablar la única conversación con roles definidos que hemos tenido en nuestra relación amical que empezó a principios del 2000. Con roles definidos, porque nunca los hubo, porque bien podríamos ser una fluctuación de pareja conformada por lesbiana y chico homosexual (o viceversa) tan hilarante y desencajada que me hace a veces pensar, sería la dupla más feliz de la aburrida Lima del cono este. Ella apapachándome al ver una pelillorona y yo cocinándole con mi delantal morado, porque el morado está recontra in, suculentas comidas que hagan de su figura más esbelta, más atlética, más deliciosa y más inalcanzable que nunca para todos los rollizos que carecemos de ese gen envidiable. Ese cuerpazo que se maneja que no sé si me provoca tenerlo yo para lucirlo con botas o zapatos fashion, con jeans low cut, mostrando el piercing del ombliguito coqueto y con topcitos, politos apretados, tiritas, lo que sea en realidad, porque siempre relucirán a la perfección esos pechos animosos como caritas felices emoticonas y redonditos, demasiado redonditos, ya me entienden. O tener ese cuerpazo a mi lado caminando por las calles, yo bien erguido como machazo de novela mexicana con pelo en pecho y bigote macizo, para poder abrazarlo apretadito y aplicarle cuanto ungüento sea necesario para mantenerlo acostumbrado a mis manos y a mi sincera veneración. Pero da lo mismo.
Volviendo a la conversación telefónica, es la primera vez que no nos atropellamos para conversar, que no nos forcejeamos, que no nos revolcamos en risas, que no hablamos disparate y medio con una energía tan desmedida e iracunda que termina en orgásmicos suspiros y entretelones fugaces. Hemos aprendido con el tiempo a hablar uno encima del otro, con un desorden tan activo y espeluznante que a veces me pregunto si no es acaso una de las formas más deslumbradas del caos completo. O que si no es acaso la nueva forma de terapia de pareja más hilarante que bien podría ser la clave a una relación duradera y feliz. Pero hoy no fue así. Me dijo que le habían entregado sus resultados de un chequeo médico general. Hubo un silencio que nos succionó a los dos. A pesar de estar tan lejos. Bueno creo que a mí más que a ella. Pues ella siempre dice que soy una dramática y que bien podría ser su amiga o su amigo gay, porque siempre pongo atención a los detalles, porque la escucho y nunca olvido lo que dijo ni lo que usaba mientras lo decía, ni dónde me lo decía y con qué color de lápiz labial me lo decía, y que sirvo para decorador, para diseñador de interiores, o de ropa, porque cuando vamos a comprar ropa es ella la que pregunta mi opinión y yo el que discrepo o asiento con la sabiduría propia o adquirida de Anna Sui, Prada, Versace, Gucci, Dolce & Gabbana, o cualquiera de ellos. Que tengo gusto para los perfumes, para los libros, para los vinos raros o licores extranjeros que ella no se atreve nunca a probar y menos a pronunciar, porque su inglés o francés es tan incipiente y nocivo como mi ritmo para la cumbia. Porque no le gusta nada que no sea piña colada. Lo cual a mí me parece una huachafada, pero la perdono porque es Milagros, y porque la quiero, y porque al menos con la suficiente cantidad creo que también se podría embriagar y ser presa de mi conversación afiebrada y ceder a mis propuestas decentes pero carentes de ve
stuario alguno, o ceder quizás a su leve inclinación que creo que tiene por mí, aunque sea lésbica, que para efectos prácticos da lo mismo.
Hace algún tiempo me dijo que si algún día llegáramos a ser pareja ella sería la infiel. Porque según ella, en todas las parejas tiene que haber un infiel y prefiere serlo ella. Luego recapacita y me dice que eso no pasará porque soy medio gay. A lo que yo cavilo profusamente, si puede haber algo más inútil que un medio gay, siendo muy maricón para las mujeres y muy macho para los hombres con esas tendencias. ¿Qué desfalco humano podría entonces fijarse en mí?
Volviendo otra vez a la comunicación telefónica.
- Tengo mi colesterol y mis triglicéridos recontra altos, flacuchento tela - así me dice Milagros.
Suspiré aliviado porque pensé que tendría una enfermedad de premio castigo por su encrispante vanidad, o algún mal producto de su arduo trabajo de ingeniera en las minas de cobre a más de 4 000 msnm donde labora, lo cual incluye también, y estoy especulando únicamente, los artificios para combatir el frío entre ellos, el roce de cuerpos, y no creo que el látex esté medicado para calentar cuerpo, sino todo lo contrario.
- Pucha, chola fea - así le digo yo, y adoptando esa postura que jamás había ensayado con ella proseguí - ¿Y te sorprendes? Con toda la chatarra que comes es un milagro que no te haya dado un ataque al corazón - su silencio al otro lado de la línea me dio más autoridad -, cuántas veces te he dicho que comes demasiada fritura, demasiada confitería, que el brownie no es nutritivo, que el agua no es sólo para bañarse, y que la gaseosa no tiene vitaminas.
- Sí pes flacuchento, ta mare, el doctor me ha dicho que soy sedentaria y que debo cambiar mi estilo de vida si no quiero sufrir de diabetes juvenil u otras cosas peores.
- Flaca, hazme caso, come hartas verduras y bebe dos litro de agua diarios para que veas cómo te pones bien al toque. Y deja de estar comiendo como minero, que tú no estás en la mina reventando piedras y que tu consumo de calorías se resume a chatear por el Messenger y hacer una que otra visita técnica - Milagros rió, y todo volvió a la normalidad.
Después empezamos a hablar de dietas y estrategias. Que doy fe, me funcionaron para bajar más de 25 kilos. Pero fueron esos roles efímeros que me hicieron creer que entre ella y yo las cosas quizás nunca serían claras, pero que siempre habría una simbiosis exacta y tácita. Lo que me hizo recordar el único momento que Milagros fue tajante conmigo de la forma más ambigua y nublada como aquella tarde en la que terminamos los dos con cara de autogol en la calle de las pizzas.
Habíamos caminado y conversado toda la tarde, además de comprar productos de primera necesidad, como chocolates, galletitas, brownies, pañuelitos de colores, calzones, medias cartunescas, unos cuantos polos abrigadores, entre otros, para su próxima estadía en la mina, todo bien menos el Zhumir piña colada que compró para sus noches de películas pirata, esa bebida alcohólica me parece una pretensión demasiada cosmopolita para esa tierra inhóspita y fría donde ella trabaja y donde yo seguramente moriría instantáneamente con un desmayo poco varonil.
Ya entrada la oscuridad de la noche decidimos entrar a un bar al final de la calle de las pizzas. Era un recinto que desentonaba con todo lo que ocurría afuera. Afuera donde los mozos parecían bricheros acechando sus víctimas, afuera donde nos habíamos encontrado con Erika, sí con Erika, la que nos hacía los trabajos por computadora en la universidad, a la que le tengo un cariño infinito, aunque me haya palidecido los bolsillos con sus tarifas exorbitantes y abusivas, ella iba del brazo de un español ya entrado en años, seguramente conocido por internet. Ni bien nos saludamos nos despedimos, creo que porque ella no quería dar explicaciones. Pero ahí adentro ya no se sentía el frío. Era un bar más parecido a taberna irlandesa, bien proporcionado por el descalabro de sus paredes llenas de chucherías europeas y música en cualquier idioma menos el castellano. Nos sentamos y pedimos una piña colada y una Cusqueña. La conversación fluía como siempre. Y me sentí tan cautivo por el momento y el lugar que pensé que sería una magnífica oportunidad para decirle lo mucho que la quería. Magro error.
Pero se lo dije. Y ahora que lo recuerdo, no logro entender una vez más su contestación. No logro tampoco entender cómo después de haber tomado tantos Vodkatonics, luego de su original respuesta y siglos después de la primera Cusqueña civilizada, pueda todavía recordar al detalle, cada expresión facial, cada suspiro, y a la gorda y apretada moza que nos atendía, que fácilmente podría haber estado allí o en alguna foto médica del antes de una esmerada liposucción, en su caso, lipoextracción, liporemodelación, liporehabilitación, gorda espesa que venía cada vez más seguido para servirme más Vodka y menos piña colada para Milagros, como confabulada contra mí, en un complot tan denso y prolífico que estoy seguro ella celebra hasta el día de hoy.
En mis varias declaraciones de amor furtivas y en su mayoría derrotistas he escuchado numerosas explicaciones. He escuchado el popular eres lindo, pero no te veo como algo más, o el no estoy lista para empezar una relación, tengo miedo de perder tu amistad, o también el silencio sepulcral con desenlace de sonrisa piadosa por el rebotado, entre otras más patéticas y ridículas que es mejor no mencionar por mi bienestar mental. Todas a mi parecer sobonas, pero llenas de mentiras. Más fácil es decir no me gustas y punto. Pero nunca en mi corta existencia, casi treintera, he escuchado después de haberle dicho lo maravillosa, inteligente y encantadora que la encontraba. Mirando sus ojos negros y punzantes como verduguillo de piraña vieja. Y esperando que su locuacidad me llevara al nirvana mismo, para poder pactar dicho discurso con un beso nerviosón y aclimatado a la belleza del suceso. Pero, no. Nada de eso. Me respondió con una voz que puedo asegurar que no era de ella si no de la gorda amorfa esa que odio tanto.
- Esa es tu opinión.
Sumamente contrariado y pisoteado en mi ego, pero más en la inteligencia por no saber qué significaba eso, ni qué responder. Saqué un cigarrillo, sabiendo que Milagros detesta que fume delante de ella. Lo encendí. Terminé bebiendo todo lo que me puso en la mesa, ese ser adiposo al que le echo la culpa, irracionalmente, de mi ilustre derrota ¿derrota? ¿Podría ser otra cosa? Por supuesto, yo hice uso de mis cualidades histriónicas y Milagros (creo) no se dio ni cuenta del estado vegetal en que me había dejado. Pedí la cuenta. Atónito me prometí empezar un blog y contar este suceso. También le dije que le escribiría todos los viernes, cosa que he cumplido por más de 52 semanas ya. Milagros ya tiene material suficiente para publicar por su cuenta un blog con mis cartas. ¿Lo hará?
Ah, me encanta el color verde, porque es como lo contrario a maduro y porque soy pro ambiente y toda esa vaina que va pegada a mi carrera de ingeniero ambientalista o ambiental, porque no me libro de las bromas: ingeniero de ambiente, ingeniero de lunes, ingeniero salva ballenas (a la gorda moza esa no la salvo ni aunque sea la última de su especie). Milagros siempre será Milagros en mi blog, y cuando reluzca su nombre en las historias, será ella y nadie más que ella. Todavía no sé qué hacer con mi opinión, esa que Milagros me soltó como bomba atómica y de la que salí más irradiado y mutante que nunca. Mi opinión. Mi verdeopinion (la tilde se le quitó porque escuchábamos música en inglés).