martes, 28 de octubre de 2008

Diablos Albinos


El olor a marihuana merece prender un cigarrillo. No lo soporta.

La primera vez que sintió el olor fue cuando estaba en el estadio, en popular, tenía 13 años. No pasa nada barrio, dijo, ya estoy duro. Mentira, ni siquiera fumaba. Una bolsa llena de orines lanzada desde la zona alta reventó a pocos metros de su respuesta. En el cielo gris un paracaidista portando una antorcha de luz amarillenta descendía hacia el medio del campo del Estadio Nacional. Foker, Foker, se mofaba a todo pulmón la barra aglutinada de euforia señalando al improvisado paracaidista. El Foker era un modelo de avión donde años atrás, debido a un aparatoso accidente, todo el equipo de Alianza Lima había perdido la vida, menos el piloto. El piloto era crema decían. Inventaban canciones de tiburones cremas deglutiendo las gónadas de los futbolistas, estos imbéciles pensaba, si en las playas de Ventanilla no hay tiburones. Pero no podían contradecir nada. Ahí todos son soldados. El que no salta es un cagón. Salta, salta aunque se te caiga la china para regresar porque si no te agarran a cachetadas con mentada de madre incluida. Parecían todos con los dientes afilados. Uno de los dirigentes de la barra se había puesto un vestido de quinceañera, rosadito, con bobos y saltaba como endemoniado mientras los demás aplaudían, abriendo paso para que la otra barra, en la zona sur, pueda distinguirlo. Habían pasado 15 años desde que Alianza no ganaba el campeonato. Aquella fue la primera vez que sintió tal hedor.

Pero ahora era diferente. Sentado frente a Bruno no tenía que aguantar ese aroma del diablo. Así le decía su madre, hijito, nunca te metas droga porque el diablo se mete con sus ángeles en tu cerebro y te hace hacer malas obras, no mami, nunca. Sonrió pensando que la vieja todavía lo creía un santo.

- ¿De qué te ríes maricón? - preguntó Bruno sin apartar su mirada de las cartas que barajaba.

- De nada Bruno - contestó acercando el encendedor a su cara, ya sabía cómo se ponía Bruno después de meterse unos tiros. Empezó a llover y a retumbar el cielo, como cuando los volquetes se ponían a descargar piedras en el río Rímac para hacer los muros de contención, al mismo instante, iniciaron su partida de póker. Bruno se ha fabricado un perfecto troncho con hojas de tabaco húmedas que recubren el cannabis casi con cariño y Mateo se fuma el penúltimo Parliament que le queda en su cajetilla.

- No sé por qué te jodes la vida con esa vaina, Bruno - le increpa Mateo haciendo un perfecto aro con el humo del cigarrillo.

- Bien sana es la cochinada que te fumas - le responde.

- Claro, es light - replica Mateo, sabiendo que lo que acaba de decir es una tontería más de las compañías tabacaleras y que si sigue fumando dos cajetillas diarias es probable que muera en 20 años de cáncer al pulmón, en 20 años habré muerto como quiera, piensa y sonríe otra vez, pero siente que su cara está demasiada desfasada. Se siente un modelo de Picasso.

- Fumar es aburrido huevas, con la marimba al menos sientes algo.

- Con esa no - argumenta Mateo cerrando los ojos y con aires de intelectual. Lo único que le había surtido efecto era el hachís y alguna eventual cocaína sin cortar. Como la de esa noche. - Con esa te vuelves bruto nomás - tomó un poco de agua. Sus ojos estaban abiertos como de goldfish asustado.

Bruno se levanta y prende el radio. Dispatch los sumerge en sus acordes y en las pavadas que hablan en cada concierto.

- Estos pendejos andan más duros que nosotros - suspira Bruno algo cansado. Se refiere a Chad Urmstone. Está stone piensa Bruno, pero no lo dice porque inmediatamente se le olvida.

Esa noche no tenía por qué haber sido diferente a las otras. Se juntarían con Fred, tomarían un taxi, irían a un bar cercano a la Universidad Rutgers, al Budapest no, pero a cualquier otro bar. Harta universitaria con minifalda. Es verano, todos en polito nomás, Fred en shorts como siempre. A Hamilton con Easton. Llegan. Pagan. Mateo pone la propina. Bajan. En la esquina el bar de siempre para calentar motores. Whisky on the rocks para todos. Aquí no hay vainas. Aquí se ha venido a chupar duro y parejo para pararse a punta de chamos.

Después de la tercera ronda salen a fumarse un cigarrillo.

- Fred, si sigues fumando mentolados se te van a empequeñecer los testículos.

- Mejor, así dejo de ser huevón - le responde a Mateo, los tres ríen.

Una ronda más y se van. Los universitarios todos han salido a los bares por fin de ciclo. Parece Jr. De la Unión en día de la madre. Caminan por la Hamilton, en busca del Queen Mary, el bar está como manifestación del CGTP, revuelto, sofocante y lleno de gente. Conocen al bartender. Brandy para todos. Tres rondas. Una de tequila. Todo parejo, todo parejo varón. Algo mareados salen. Pero todavía están frescos. Bruno tiene el número telefónico de una chica que no llamará. Fred se ve un poco afectado. Supremacía irlandesa dice, sonriendo y fumando su mentolado. Bruno le dice chócala. Mateo no la choca porque es peruano.

Primer tiro, esquina de Hamilton con Louis. Segundo tiro, el baño de otro bar del que nadie recuerda el nombre, pero recuerdan que vieron a una pelirroja sensacional, Mateo le habla, consigue su teléfono pero lo perderá en la pelea. Tercer tiro, un ático en la casa de un amigo de Bruno. Está repleta, puros cachimbos. Nadie baila, sólo ingieren alcohol y drogas en el baño. Cuarto tiro, el mismo ático del amigo de Bruno, Phish a todo volumen. Quinto tiro, conversando con Jim Morrison en el espejo del baño del ático del amigo de Bruno. Sexto tiro, los dientes son estalactitas que se enfurecen y se enfrían y la quijada es una zampoña de los Kjarkas pero hecha de plomo, pesa, pesa como si le perteneciera a otro cuerpo, los ojos están tan abiertos que parecen tener su propio plan de escape.

Salen los tres del baño. A Bruno lo invitan a jugar una partida de dardos. El acepta, los cuatro años en el ejército le han enseñado a ser competitivo. Los dos metros de Bruno le dan ventaja por sus brazos largos. Gana. Gana a todos. Fred se aburre con una gorda en la esquina. Ya no puede pararse. Mateo está histérico y bebe cerveza directo de una manguera surtida por un barril. Bruno gana otra vez. Doble o nada le dice un chiquillo completamente sobrio. Yo empiezo, le responde Bruno. Al lanzar el último dardo el muchacho le mueve el brazo. El dardo termina en la pared. Bruno sonríe. Pero Mateo deja de tomar cerveza y hace un barrido del ambiente, él conoce esa sonrisa de Bruno y ya escogió al más grandote de los muchachos con el que se peleará primero. Si le pegas al más grande, los medianos la pensarán y los pequeños ni se atreverán a acercarse. Por algo has sido barrista Mateíto, por algo tantas broncas saliendo del Matute, por algo toda la calle aprendida. Bruno coge el último dardo que fue a dar a la pared. Lo mira a Mateo. Mateo entiende, ya está listo. Fred está en el baño vomitando, la gorda buena onda lo ayuda. Bruno besa la punta del dardo y lo lanza a toda velocidad contra el chiquillo. Se clava en su estómago. Grita. Empieza la batalla. Bruno desmaya a dos chibolos casi con el mismo golpe. Mateo patea la mesa donde están los tragos para que nadie agarre botellas, todo se rompe en el piso de vinil. Agarra la mesa y se la tira al grandote escogido. Bruno parece no necesitar ayuda. Piensa en Fred. En ese instante Fred sale del baño con los tacos aguja de la gorda empuñados como si fueran dagas. Mateo piensa en reírse pero siente un golpe seco en la espalda, un enano le ha reventado un taco de billar, pero no le duele. Sólo lo enoja más. Con el mismo taco quebrado lo golpea hasta que su brazo se cansa y el que lo golpeó ya no se mueve. Todas las mujeres les gritan e insultan. Les tiran sus vasos. A Fred le abren un corte en la frente. Aguanta Fred. Esto ya se acaba piensa Bruno. Mateo sangra del labio. Bruno está ileso y a su alrededor como racimos caídos de un árbol yacen algunos cuerpos quejumbrosos. Todos gritan y tiran cosas pero ya no se atreven a pelear. Bruno les dice a todos que son putas y baja lentamente las escaleras hasta la calle. Fred y Mateo hacen lo mismo. Mateo se lleva el barril de cerveza apoyándolo en su cintura y con la otra mano ayuda a Fred que sigue sangrando. De la ventana los insultan y tiran vasos de vidrio. Metallica está de fondo musical. Es perfecto.

Los tres se ríen y caminan por la calle. Mateo se da cuenta que el polo que llevaba está roto en el bolsillo delantero. El número de la pelirroja, piensa y trata de recordarlo. Es inútil. Fred para de sangrar en el taxi de regreso. Bruno está empiladazo. Se mete más coca ni bien llegan a la casa. Fred y Mateo ya no quieren. Fred se echa a dormir en el sofá instantáneamente.

Bruno y Mateo se sientan a jugar póker. Mateo gana. Doble o nada le dice Bruno. Gana otra vez. Paga maricón le dice Mateo. Bruno se levanta y le dice que vayan al jardín y que si le saca la mierda le paga el triple. Mateo sabe que Bruno lo puede asesinar de lo duro que está. Prende su último cigarrillo. Empieza la batalla. Charcos de lodo, lluvia, granizo y más sangre.

Dos semanas más tarde. Los tres salen del gimnasio de jugar frontón. Mateo sólo los miraba porque tiene una costilla rota. Están contentos. Ese fin de semana no hubo juerga. Incluso hicieron carne asada en el jardín con ensalada de papa y gaseosa.

Cuando están en el estacionamiento del gimnasio para regresar a la casa, una camioneta en persecución policial los embiste a toda velocidad. Fred fallece a los dos días. Bruno está devastado, a las dos semanas lo envían a Irak. Un mes más tarde le dicen a Mateo que su esposa falleció en un accidente, pero no puede ir a Perú porque es ilegal y no tiene documentos. Mateo visita todos los meses a Fred pero nunca llora, tampoco habla, sólo se queda mirando la lápida por un rato. A veces lo acompaño.

1 comentario:

verdemundo dijo...

He recibido comentarios sobre esta publicación, pero directos a mi correo. Gracias a los que quieren pagarme rehabilitación. Por preocuparse son mejores personas. Un abrazo.