martes, 9 de febrero de 2010

Blanca Nieves y la Gran Manzana



New York te consume desde adentro, pero al mismo tiempo te engulle. Es un vacío generalizado en cada tope con los transeúntes. Nadie te mira. Debajo, la ciudad, parece estar quemándose, el humo se filtra desde los subterráneos hacia las calles. Como si un enorme dragón durmiera la siesta en el sótano. Por donde pasan los trenes.

La nieve acaba de caer y los edificios son tan altos que pareciera que ellos se han librado de la escarcha. El frío te atropella con punzante insistencia alrededor de tus zonas descubiertas. Entre la primera y la cuarenta y cuatro hay un restaurant llamado Rosie´s, mi madrastra es la dueña. Después del intento de homicidio ella logró escapar de nuestro país con ayuda de sus influencias. Yo la perdoné al poco tiempo, pues no tenía memoria para las cosas feas y porque me esperaba una vida de cuentos de hadas. Así lo fue por un tiempo.

A los 6 años de casados perdí a mi tercer hijo en otro intento de quedar embarazada. Ya no lo hacía por mí, lo hacía por mi esposo. El ha sido siempre un hombre bueno, trabajador, honrado. Al principio tomaba sus pequeñas excentricidades como una muestra de su inteligencia. No cerrar la puerta para usar el baño, el jabón pegado de sus pelos pues empezó a quedarse calvo, la pasta de dientes sin tapar, nunca tender la cama y siempre pedirme por favor que no lo interrumpa cuando estuviera leyendo sus libros. Odio sus libros, esa predilección por comprar siempre lo último que publicaron sus autores favoritos para leerlos en dos hora y reunirse con sus amigotes a discutir estructuras y significados ocultos dentro de cada novela. No lo soporto. Tampoco aguanto que sea tan apagado cuando tenemos reuniones en la casa con mis amistades. Cuando le reclamé, respondió que todos parecían fingidos por estar tan alegres. Que una persona cuando entiende la vida no puede estar siempre con esa sonrisa fácil. No lo entendí, casi nunca lo entiendo.

Un día, no recuerdo cómo empezo la discusión, él me dijo algo que no me hirió en el momento pero fue anidando un desasosiego. ¿Y por qué crees que el espejo no te eligió antes la más bella cuando se lo decía a tu madrastra todos los días? La casa se hizo grande y los muebles me empezaron a estorbar. Las cortinas las cambiaba cada vez que podía pero siempre me hacían sentir oscura. El piano blanco de cola en medio de la sala parecía un esqueleto de ballena. Toda la casa crecía más y más en las tardes solitarias y se convertía en una caja de zapatos en las noches.

Fui al salón de belleza más seguido, al spa, a la clases de ballet, a nadar. Empecé a salir con un hombre un poco más joven y apuesto, piloto de avión. Al principio era emocionante encontrarnos a escondidas en el hipódromo o en el club. El era muy galante y atento. Luego de tener intimidad las cosas fueron cambiando, ya no me llamaba, y cuando yo lo llamaba me decía que no podía atenderme pues andaba en una reunión. ¿Para qué se reúnen los pilotos de avión?

Entonces mis días volvieron a la administración de la casa y algunos negocios que mi esposo me daba para que no me aburra. Y poco a poco volvió esa pregunta a acosarme. En las mañanas me miraba en el espejo, desnuda y con el cabello suelto. ¿Por qué mi madrastra, durante un tiempo, fue más bella que yo? Mi esposo se convirtió en un mueble con rueditas, un espejo maltrecho y cansado. Una mañana no soporté más y le dije que me iría a Nueva York a ver a mi madrastra.



Caminando las dos cuadras que me faltan para llegar al restaurant, los taxis amarillos parecen pétalos de margaritas tirados al azar. Llego y abro la puerta. Nadie voltea a mirarme. Nadie se da cuenta que he llegado. Mi madrastra me recibe con ternura. Se sienta y me ofrece un taza de té, un bizcocho de arándanos y una servilleta bordada. Se la ve igual: alta, de labios pequeños y con los ojos llenos de una suave indiferencia, me conversa sobre el negocio, sobre lo bien que le ha ido estos años sola. Abrirá otro restaurant en Newark porque los portugueses ya no tienen la hegemonía, parece que los abuelos han ido muriendo y los nietos no han sabido mantener la buena comida. Me cuenta que New York era un buen sitio para ser anónimo, para perderse entre las razas y los idiomas, mezclarse de costumbres, de olores, ser el seudónimo de lo que uno ha sido. O para, finalmente, ser alguien diferente todos los días.

- Me alegra que hayas venido hasta aquí, a verme. ¿Cómo están los enanos?
- La mina donde trabajaban fue vendida a unos canadienses. Con la liquidación compraron un pequeño hotel en la playa y viven de los turistas.
- Perdóname por lo que pasó, sé que te lo he dicho antes pero...
- Ni lo menciones - interrumpo, llevándome la servilleta a la boca -. ¿Sigues modelando?
- Uh qué va. He tenido algunas propuestas...
- Entiendo.
- Estás igual como te dejé...
- Tengo algo que preguntarte.
- Es sobre el espejo ¿no?

Sobre el aparador el bartender limpia un vaso con un trapo. Tras él, un enorme espejo refleja las pequeñas luces de las mesas. Se escucha un tintileo, la puerta es abierta por un hombre obeso de barbas blancas que se quita la chalina y el abrigo. Se sienta y pide un whisky doble. Huele a cigarro viejo. Parece una enorme morsa que ha varado en una playa desierta.

- Entonces... - me dice mi madrastra -.
- Nada, creo que ya entendí.

12 comentarios:

miralunas dijo...

mas tarde leo tu post, ahora solo vengo a darte un abrazo!

miralunas dijo...

ups!
este post..., este post...!

no soy blancanieves, no como manzanas, no tengo espejos mágicos, ni morsas en la playa.

sin embargo...

ay, buenos aires!


me voy silbando bajito para no pensar...


besos.

Anónimo dijo...

Estás escribiendo cada vez mejor. Seguro sigues en tus clases para ingenuos de la Católica.

Pedro C.

verdemundo dijo...

Miralunas, gracias por el abrazo. Nos veremos algún día en BA?

Pedro C. Ja, ingenuos de la Católica y efervescentes de la San Marcos? come on dude!!

Anónimo dijo...

Seguro andas en clases como discípulo de Roncagliolo y de Thays.. como le gustara a Thays tener su fama, claro, si escribiera como él...

Anónimo dijo...

Pedro C.

necia dijo...

no pises el palito, verde. el hecho es que escribiste bien

verdemundo dijo...

Y tú crees que Thays no puede escribir como Roncagliolo... Ayy Pedro C. te me caíste, una cosa es poder escribir light y otra escoger no hacerlo.

Además Roncagliolo debe estar en una de sus casas en California o en Madrid.

Osea que chapa tu Dan Brown y ódialo por se tan famoso.

Necia, yo nunca piso el palito, pero gracias por el apoyo, varona.

Anónimo dijo...

Me refería a Alonso Cueto, bueno pero forma parte de toda esa élite de escritores de 10 tenedores que se ponen a escribir sobre la realidad nacional cuando no tienen idea dónde se encuentra Oreja de Perro.

Pedro C.

verdemundo dijo...

Ah no compadre, con Alonso ni te metas porque ahí sí te ubico con los pishtacos...

Brother hazte un favor. Por qué no escribes algo que supere a los novelistas que están dando la cara por el Perú?

manuelino_punk_y_vino dijo...

Mhhh como narrador...ESTAS VERDE ...
MAS VERDE QUE EL HIJO DEL ACERTIJO CON POISON,osea MAS VERDE KE LOS TESTICULOS DEL HULK....
Seguro que tienes alguna otra capacidad que si sea buena !!sigue buscando!! no desmayes...
Suerte

verdemundo dijo...

Manuelino, sí pues, más verde que moquillo de pavo, pero brother si vas a decir eso, tienes que argumentar, osea donde estoy verde como narrador y por qué estoy verde como narrador.. o es que también estás verde como crítico?