miércoles, 23 de setiembre de 2009

Se lo diré fuerte (2)

A Iván Thays


- Pensé que te amaba hasta que me casé contigo - murmura Alfonso recogiendo su chaleco antibalas del piso. Un gallo canta a lo lejos. Un perro le contesta.

- Yo era feliz creyendo que te amaba hasta que me di cuenta que nunca podré amarte - le responde Rosalía apagando el despertador y tapándose con las sábanas.

Alfonso baja las escaleras, tiene hambre, la boca seca. Se detiene en la puerta de la cocina con cuidado de no ver la silla que ha obtenido hasta una presencia insoportable. Parece que emite un jadeo recalcitrante.

El sol de la mañana ingresa por las ventanas como encadenado y ahogándose en un intento de iluminar lo que para Alfonso es una acumulación de sombras infinitas. La cocina es una prisión cercada por su propio recuerdo.

No se atreve a entrar a pesar de la sed y el sonido hueco de su estómago vacío.

Se siente acorralado por sus sueños quebrados y sus promesas olvidadas. Siente que la vida le pasó encima como una estampida de ratas bubónicas marcándole la espalda con sus patitas cubiertas de podredumbre y que todo lo que queda de él… Todo lo que hay de él: es este chaleco marrón. Antibalas. Mira. Ojalá fuese pro-balas, pro-fin. Quizás sea tiempo de decirlo fuerte. Esta noche lo haré, se promete.

Su uniforme marrón de vigilante. Su aspecto cuadrado en la cara y lánguido en el torso. Es quizás la explicación más lógica de su situación. Como si hubiera sido ensamblado por partes distantes y encajado a la fuerza. Desiguales y lacónicas. Es el componente retardado y definitorio de su ser. Su figura al mundo que no lo observa. Esta noche tengo que decirlo fuerte.

Camina a través del inmenso jardín. Las plantas sacudidas por el viento no logran situarlo en la realidad. Tampoco las flores. Abre la puerta hacia la calle. El sol está radiante. La gente se apresura a cumplir con la rutina del día. Respira hondo.

Los loros. Su alpiste. Rosalía los odia.

Cruza de regreso el jardín. La sala. La cocina parece observarlo mientras la atraviesa, parece que le ladra con rabia; allí sucedió seis meses atrás. Esta noche se lo dirá fuerte. Se lo diré fuerte. Ingresa en el patio. Observa impávido la jaula de loros. Su sorpresa se vuelve una salivación efusiva, instantánea.

Es una escena que lo paraliza. Intenta separar los elementos. La pareja de loros. La jaula. El otro animal en la jaula. La sangre. Roja, marrón, forma parte de la jaula. Parece que la jaula está sangrando.

No se atreve a mirar más allá de lo que acaba de ver. No quiere sintetizarlo en la razón. Es sólo la jaula que sangra. Lo demás no puede ser. No debería ser. No es. A fuerza de voluntad uno puede generar su propia realidad.

Pero lo ha visto todo.



Sale de la casa a toda prisa. Toma el autobús.

Llega al puesto de vigilancia. Su firma en el papel. La hora de entrada. Una mujer vestida de pantalón negro se acerca enredada en sus rizos rojos. ¿Qué hora tienes por favor? Alfonso mira su reloj. Esboza una sonrisa.

Sus loros: Aurora y Paco. Nombres de loros. Quizás Paco no. Su sangre. Con el tiempo se volverá marrón. La sangre se oxida. Es el oxígeno que al final nos termina matando. Nos oxida. Marrón como su uniforme. O gris como el otro animal.

Las 8:05 de la mañana. Ella no le contesta y detiene un taxi.

Más tarde pasa el heladero. Luego los niños que hacen malabares con dos bolas y se dan volantines cuando el semáforo está en rojo. Una mujer embarazada toma un helado y se mancha la barriga.

Esta es su vida. Una silla. Una puerta que abre y cierra. Unas mujeres que entran y salen. Hombres sinuosos. La Avenida Javier Prado, es su universo lineal, una función constante, llena de humo de vehículos, desde donde salen insultos y ruidos emitidos por los cláxones.

Hoy le diré todo fuerte.

De regreso a casa siente una sensación de vació. El autobús está lleno. La gente suda en el interior pero no abre las ventanas. Alfonso intenta abrir una. Si me entra frío, me resfrío, señor. Como si el aire enfermara. Como si la gripe contraída por un deficiente sistema inmunológico se curara con una chalina en pleno verano. No dice nada y abandona el intento de abrirla. Siente las primeras gotas de sudor bajando por sus sienes.

Aurora y Paco. La jaula desangrándose. La rata en el medio. No puede ser. No es.

En el trayecto a casa ensaya iniciar la conversación con Rosalía. Se lo diré fuerte. Levantaré la voz y le diré que la he visto caminar de la mano con ese hombre, por el parque de Chosica. Luego le contaré que tuve sexo con su hermana, con Fresia, en la cocina, sentado sobre la silla. Terminaré diciéndole que Paco está decapitado y yace sin vida al lado de una rata inerte, seguramente Aurora la mató.

Ingresa a la casa.

Sube a la recámara. Todo está en silencio. Entonces, justo antes de entrar a la habitación. Lo presiente. La ve. En medio de la cama. Una carta. Antes de leerla sabe su contenido. Antes de tocarla siente cómo la sensación de frío, lo resfría. Antes de finalizarla ya siente el peso de la soledad.

Rosalía se ha ido. Alfonso cree que para siempre.

Baja las escaleras. Se saca el chaleco antibalas y lo deja en el sillón de la sala. Pasa por la cocina como si no la hubiese atravesado. Como levitando por las losetas gastadas. La jaula está vacía y con las puertitas abiertas. En su interior yace un huevo.

Él lo toma y lo guarda en su bolsillo.

6 comentarios:

Luly dijo...

Fue mejor que sucediera así, se hubieran herido mutuamente como suele suceder cuando dices algo con rabia contenida por meses o tal vez años.
No se si me equivoco en mi apreciación de tú entrada, pero es mi humilde opinión.

Besotes.

Fermín Gámez dijo...

Muy buen relato.

Anónimo dijo...

El simbolismo es un tanto excesivo. Pero no quita que esté bien estructurado y logre persuadir.

La dedicatoria es lo peor. La verdad no sé que le ven a Thays. Su novela, así como la última de Saramago, entretiene pero no trasciende.

Además Thays piensa que ser creído es signo de profundidad.

Pedro C.

Anónimo dijo...

María trespatines dice: sí está más pulido.. me gusta me gusta..

Anónimo dijo...

Ya no estás publicando nada politico, me gustaba leer tus verdes comenterios pero nada. ahora con esta semana de Ollanta diciendo cabron a todo mundo pensaba que dirias algo

verdemundo dijo...

Luly, es mejor?

Fermín Gámez, buen relato pero mal cuento?

Pedro C., Sí, quizás sea un tanto excesivo, así como tu excesivo snobismo. (Soy picón)

Te refieres a El viaje del elefante? por primera y única vez estoy deacuerdo contigo.

Thays no me parece creído. Es más bien reservado. Qué te jode de Thays? Que sea considerado uno de los novelistas jóvenes más importantes de latinoamérica?

María, todavía tiene aristas.

Anónimo.. si tengo ganas de hablar de política pero me quiero curar en salud.. no sea que escriba una cabronada.