'Tsamin Tsipaiki’' ¿El significado exacto de esa frase? Desconozco; ¿el origen del dialecto? Lo ignoro ¿La reacción inmediata que me provoca? atención. ‘¿A dónde vamos?’ es la pregunta. ‘Vamos a ver a Vito’, es la respuesta. Don Víctor Bianchi. Era un viejo amigo de papá. Su ascendencia italiana se dejaba entrever en el viejo estereotipo de ojos claros, bigote frondoso, risa jovial y peso completo. Papá y él se habían conocido en la universidad y habían trabajado en el mismo centro de labores como estudiantes allá por la última mitad de los 50s y primera de los 60s. Ahora en los 90s tenían ese ritual de sentarse a hablar, bastante seguido, de todo y de nada. Don Víctor era un señor a carta cabal, se podría decir que era un caballero de esos que Lima suele recordar como un mito del ayer, como una especie ya fenecida y en extinción. Era bibliotecario de profesión, y artista de vocación. Vivía en un depa chico en la comarca cuasi-provinciana donde crecí. La Polio le había quitado las piernas de joven y a cambio le entregó una silla de ruedas que parecía no había sido ‘upgraded’ desde la primera vez que la usó allá por… no se qué año. La silla estaba en buen estado, pero el modelo era ‘retro’. Era guinda, acolchada e inmensa; a mi edad parecía apoteósica. Estaba constituida de dos ruedas grandes, que a mi parecer eran de una motocicleta y una rueda pequeña en la parte posterior; parecía un trono real rodante. Don Vito y su silla eran una especie de ícono en el barrio Lurigancheño de mi niñez.
Su departamento era bastante pequeño. Estaba construido como un pasillo con subdivisiones. Dos entradas, una a cada extremo del departamento. Una entrada a su sala, la otra a su cocina. En el medio de éste rectángulo el dormitorio y el baño unían las dos entradas. Una enfermera lo visitaba regularmente para ver que su presión esté aceptable y para darle las atenciones necesarias. Papá lo visitaba seguido para darle compañia
El universo cultural que se encerraba en este departamento era diametralmente opuesto al tamaño físico del lugar. Siempre sonaba alguna ópera; Verdi o Puccini o alguna sinfonía de Beethoven o algún concierto de violín. De vez en cuando había un poco de Nat King Cole, o de Chabuca Granda. Estaba poblado de libros, viejos, nuevos, empolvados, sin polvo, de hojas amarillas o blancas. Todos leídos, y restringiendo el espacio físico del lugar. No sólo era un lugar de música exquisita, y de libros que aveces le daba un aire de biblioteca de convento; sino también, era un lugar de artesanía. En la sala estaba su ‘rincón de cueros’ [no, no Playmates]. El hombre hacía engravados en cuero espectaculares. Creo que esa era una de las razones por las que mi viejo me llevaba allí, para expandir la cultura que de por sí ya me intentaban brindar en mi propia casa. Don Vito siempre trataba de enseñarme algo de cómo fungía este oficio artesanal que pareciera viene en extinción, como la música criolla o aquellas buenas costumbres de las que mi abuelo me hablaba.
Sin embargo, estar en casa de Don Vito, para mí, no era sólo estar en un universo alterno de artesanía y añeja conversación de ‘como nos fregó Velazco’ o ‘tal o cual libro nuevo que había llegado’. El depa de don Vito involucraba algo más básico que el elevado placer de escuchar una ópera en los discos de vinil. Allí había una tele, y nosotros no teníamos una; y ese era el destino final de muchos domingos de tarde, futbol en la tele.
Mis primeros años de infancia tuvieron el fortunio de desarrollarse en un país donde el futbol no era (ni es, ni será jamás, creo yo) rey. Crecí admirando a los fortachones de la ‘NFL’ (football americano) y a los peloteros de Chicago (baseball). A mis inocentes 6 ó 7 quería ser como Andre Dawson 'The Hawk' y jugar algún día para los ‘Cubs de Chicago’. Seguía los partidos de Beisbol todos los días de verano, y al atardecer, después de la transmisión en vivo, el patio del complejo de apartamentos donde vivíamos en Michigan, EEUU, se convertía en diamante de beisbol con la consecuencia de mis rodillas regresando manchadas de verde, marrón y demás colores que mi madre detestaba ver tatuados en mis pantalones, siendo ella la maniática de limpieza que es.
Cuando regresamos al Perú, en el ’87, decidí invertir el dinero de cumpleaños que mi abuela me obsequió en un bate de beisbol. Mis padres sabiamente me aconsejaron que compre un balón de futbol o basquetbol… pero yo decidí ir contra todo consejo y compre mi ‘Louisville Slugger’(bate), un par de guantes, y una pelota de beisbol. Cuando aterricé en Perú; aterricé armado con bate, guante, gorro y pelota, montado en un skateboard en un país donde la pelota ‘Viniball’ era reina, la cancha era de asfalto y los arcos las dos piedras a ocho pasos de separación… ‘gol de la rodilla para abajo’. ¿Yo? perdido, sin beisbol, e intentando jugar futbol.
Los años pasaron, y poco a poco tuve que dejar mi pasión pelotera y mis tarjetas de beisbol por ese juego extraño que mi primo Omar y mis amigos de la escuela tanto jugaban: fulbito. El detalle es que siempre fui un tanto torpe para jugar futbol… ‘comencé tarde’, por lo menos ese es mi mantra de consuelo que explica la ineptitud y mala praxis futbolística que caracteriza mi paso por las canchas. ‘Acariciar el balón’ para mí es un concepto tan abstracto como el dualismo platónico, que irónicamente, creo entender. Hasta el día de hoy no soy bueno, pero sueño y fantaseo con lo contrario; pero el futbol, dicen, se lleva en la sangre, o se aprende en la educación preadolescente recibida en la casa de un caballero conocedor del futbol con su amigo de la universidad un tarde dominguera de primavera limeña.
Don Vito, había sublimado su inmovilidad de piernas en una apreciación exquisita y crítica del ‘deporte rey’. Era su manera de lidiar con la frustración de no poder jugar aquel deporte que llevaba en la sangre, el hombre era un conocedor, y sus gustos futbolísticos distaban bastante de lo que él calificaba como ‘pobre y vergonzosa demostración de futbol del Perú’. Su desapego al futbol nacional nacía de algo que todos los peruanos sabemos, pero pocos vivimos en carne propia. El vio a los ‘cracks’ del ayer (70’s) que todo chiquillo con su viniball gastada trata de emular hoy. Y por ende, veia como la imitacion era bastante burda y carente de originalidad
Ese domingo mi papá me llevo a casa de don Vito para ver futbol, una vez más con la intención de ampliar mi horizonte cultural, solo que a un nivel más elemental que los libros de arqueología o la gramática que nunca entendí bien.
Llegamos al depa, ‘pasen’, desde adentro se oyó la voz de Vito por sobre el fondo de musical de Verdi. El foco fluorescente de su sala/taller de engravados se combinaba con la luz solar de la tarde; se quitó los anteojos de lectura, y los dejó sobre la mesa ‘pensé que no venían’ dijo, mientras giraba las ruedas de su trono hacia el tocadiscos, y mi papá iba al televisor. La música cesó y se intercambió por la voz de un comentarista deportivo. El partido estaba ya iniciado, no eran equipos que yo necesariamente conociera. Unos tenían uniforme blanco, y los otros tenían Azul y Granate. El partido acabó y no recuerdo el resultado (creo que Real Madrid gano 3-2) pero sí recuerdo que fue distinto ver ése partido que los partidos locales. En ese entonces no entendí la diferencia exacta, pero supe que algo era distinto. Esa tarde dominguera acabó con un resultado que fue más allá de goles a favor y en contra; fue la educativa exposición a otra realidad además de la que conocía. Y muchas veces eso es todo lo que necesitamos para ver más allá de lo que ya conocemos. Ese domingo aprendí de otra esfera una realidad que me hizo preguntar a los dos maestros la sincera e inocente pero ignorante pregunta de porque ese tal Hugo Sánchez no juega para Perú.
Pasé muchos domingos en casa de Vito. Con el tiempo entendí que el ‘Penta-pichichi’ (Hugo Sánchez, cinco veces máximo goleador de La Liga con el Real Madrid) era mexicano y no jugaría nunca para Perú. Aprendí sobre la táctica del Barza y sus triangulaciones impuestas por Cruyff (el más grande técnico del FC Barcelona, hasta hoy). Me aprendí los nombres de los blaugranas; Romario, Guardiola, Koeman, Stoichkov [‘se pronuncia shtoichkof’ papá siempre me corregía, ‘no como lo pronuncia el comentarista ese, no sabe’ y hoy hago lo mismo yo cuando veo futbol con mi esposa]. Luego vinieron Ronaldo, Figo ‘el traidor’, luego Rivaldo, y los años oscuros. Ronaldinho con Rijkaard le devolvieron la alegría al Barca junto con ese negrito que el Madrid no quiso… Eto’o.
Ahora están Messi, Puyol, Xavi, Iniesta y Henry; todos blaugranas y rumbo a ser campeones. Ahora me canto lo que puedo del himno al Barza, según yo, entiendo Catalán. Mi auto tiene una placa del FCB, y mi llavero es el escudo del FCB; tengo mi camiseta y mi Hi5 tiene el fondo blaugrana. Esos domingos abrieron mi mente a cosas más allá del futbol. La lección fue en sentido metafórica, no solo a apreciar al Madrid o al Barza [yo elegí a los blaugranas, pero eso ya lo sabéis]; esas tardes consistían en apreciar el futbol de manera general y descubrir el placer de estar con buenos amigos. (expandimos a ver la Serie A, y demás)
Don Vito murió unos años mas tarde. Su corazón alegre y jovial no resistió la envergadura de su sobrepeso. Colapsó un día sin aviso. Papá estuvo callado por buen tiempo después de su partida. Fueron pocas las veces que nos juntamos para ver futbol con mi papá después de esos años con don Vito; yo crecí y tuve mis amigos para eso. El viejo se veía los partidos ya en casa, solo. Tal vez hubiera sido mejor verlos con él, que con mi ‘mancha’. Ver al Barza, hoy, me regresa en el tiempo por un instante. Paradójicamente no voy a Cataluña, sino a la dirección opuesta, a San Juan de Lurigancho, distrito de la populosa y desordenada Lima, a esa comarca cuasi-provinciana donde crecí. Ver a los blaugranas ganar o perder me lleva a domingos de tarde, mas que de futbol, ópera, libros y cueros engrabados, son domingos con amigos, que comparten y que disfrutan de algo sencillo como un buen partido de futbol, una discusión política, o una conversación sobre religión el simple placer de una buena amistad.
Tsamin… ‘¿A dónde pa?’ ‘Vamos donde tu tío Dany, hoy hay futbol mijo…’ [Dialogo en un futuro cercano tal vez]