jueves, 29 de setiembre de 2011

Panic*

*Diego Trelles. (Esta fue una de las lecturas en Cornell University)

Cuando era niño jugaba a ser dj. Tenía un micrófono negro, largo y flaco como un dedo en luto y uno de esos equipos Philips con doble casetera y sistema Dolby. Era un aparato menesteroso: una antena rota que yo había parchado con cinta adhesiva, el botón de REC completamente tieso después de tanto mix pirata y, al carecer de tapa, el cajoncito posterior de las baterías -que tenía vida propia- se esforzaba por hacer volar las pilas en medio de esos apagones cortesía de Sendero Luminoso que traían velas y vecinos aburridos a la cocina de mi casa.

No sé si tenía talento para mezclar música. Es muy probable que no porque yo imitaba a los djs de las radios peruanas y lo único que sabían estos pobres y necios hombres era amanerar la voz y decir chévere suavecito y, luego, programaban sin ningún remordimiento un tema de The Cure y después otro de Yuri o de Magneto, que en esa época eran bastante chéveres y suavecitos. No importaba: yo jugaba a ser dj y tenía mis casetes en el orden justo y, luego de poner música decente, solía charlar con mis oyentes imaginarios. No recuerdo haber sido nunca infeliz sino todo lo contrario.

Un día llegó el Heavy Metal a mi vida y decidí ser un dj metalero. Mi pelo creció. Empecé a ir a la avenida Colmena a comprar casetes con carátulas llenas de demonios y de cruces volteadas. Copiaba un programa llamado Guerra de Estrellas y solía enfrentar a Metallica con cualquier otro grupete de gritones que odiaran a Dios. Los oyentes ficticios llamaban y votaban y yo hacía que esta batalla fuera reñidísima hasta que triunfales, sobradísimos, con una canción del And justice for all.. llamada "One", que yo bailaba moviendo mi cabeza en círculos, los cuatro metallicos salían victoriosos de cuanto conflicto se les pusiera delante. Un día me di cuenta de que Metallica me daba dolor de cabeza y que ya me llegaba francamente al pincho. Me corté el pelo casi rapado. Hice que perdieran la Guerra de Estrellas hasta con Michael Bolton, pero no dejé de transmitir. Ya era un adolescente y seguía jugando a ser dj, pero este segundo acto no me duraría mucho.

El día que llegaron los cedés a hacer obsoleta y cómica mi colección de casetes piratas, y mi fiel equipo Philips con doble casetera y sistema Dolby decidió suicidarse por algo parecido al orgullo tecnológico, se acabaron mis maratónicas jornadas de dj. Recuerdo con mucho detalle mi último programa, porque mis oyentes llamaron para solidarizarse conmigo y desearme una vida dichosa. Sólo para joderlos, para que no pensaran que yo iba a ir por el mundo conmoviéndome por cojudeces de esa índole, mis últimas palabras antes de apagar el micrófono y salir del aire, fueron chévere y suavecito.

Suelen preguntarles a los escritores cuándo fue que tomaron la decisión consciente de dedicarse a la escritura. Cuando me hacen esa pregunta, suelo mentir y decir tonterías de las que luego me río o me arrepiento. Hoy, sin embargo, recordé que cuando era niño jugaba a ser dj. Me di cuenta, además, de que las historias uno las crea con lápiz o computadora o máquina o cámara o música o mente y que, siendo dj, acaso sin sospecharlo, yo ya inventaba y mentía y reemplazaba este mundo idiota y feísimo por uno enteramente mío.

Si este breve fragmento es una involuntaria declaración de principios, sólo faltaría ponerle música de fondo. Me siento un poco extraño intentando un set en Nueva York, frente a la pantalla de esta Mac que no tiene botones ni pilas ni vida propia. Está nevando afuera. Los nudillos del viento tocan las ventanas de mi cuarto y ahora los únicos apagones de mi vida los traen las tormentas. No tengo micrófono ni audífonos pero sé que mis oyentes empezarán a llamar en cualquier momento.
Panic on the streets of London canta Morrissey cuando los Smiths era la única banda importante del planeta, y solo estoy esperando esa parte en que pide la horca para el dj por poner música que no le dice nada de su vida. Burn down the disco/ Hang the blessed dj/ Because the music that they constantly play/ It says nothing to me about my life..

La mentira, la ficción, las imágenes, la música. El dolor y la risa. El paso infatigable del tiempo. En esta estrofa mágica de "Panic" encuentro todo lo que he intentado explicarme esta noche antes de apagar mi computadora, clausurar mi programa imaginario, despedirme de mis oyentes y salir del aire para siempre.



(Diego Trelles está próximo a publicar una novela sobre esos años de nuestra generación jugando en apagones, torres caídas, brazos y piernas regados en las pistas cuando Sendero Luminoso nos tenía cercados. Un fragmento fue leído en las reuniones y cautivó a los oyentes, por su brutal hilvanación de una época sangrienta, en la voz de un soldado.)

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