domingo, 27 de febrero de 2011

Las voces de Mario en La Catedral



DESDE la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe.

(Extraordinario primer párrafo. La sensación de una realidad difusa, el sentimiento en el paisaje, esos esqueletos que flotan en la neblina y el mediodía gris, terminando en la sílaba aguda para darle mayor musicalidad.

Las cuatro voces de este narrador exquisito: una desde lejos que va mirando todo; otro que te habla en el oído, como una hiperconciencia, piensa; la voz de Santiago Zavala; Norwin; el lustrabotas. Pero eso sí, todos controlados, haciendo su función. Arriba dios, es Vargas Llosa.)

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