lunes, 24 de enero de 2011
Palabra habitada. (Recortes de la obra de Oscar Pita Grandi, Paisaje habitado)
La carátula: «Casi temía que se hundiese ahí, en esa puerta desmayada, hasta desaparecer de pies a cabeza» (página 263).
Desde el inicio de esta maravillosa novela ya se perfila el culto a la palabra, a la musicalidad y a la construcción de retazos poéticos. La urgencia del autor es hacia el lenguaje, la historia parece utilitaria para llevar al lector, pero la fuerza está en las frases, en los detalles, en la armonía.
Dottore, el protagonista, no tiene nombre, se lo llama así por ser abogado, lo lleva a un contexto jerárquico dentro de Ausonia, un componente de la sociedad que justamente busca con desenfreno el significado de las cosas que lo rodean, que lo limitan. Este personaje es también parte de un paisaje habitado, cumple una función, es una pieza, busca una verdad que le es escurridiza y que al final de la obra sorprende el engranaje de los elementos colocados desde el principio. Es un paisaje habitado también el pasado, los antiguos moradores donde creció Ausonia y donde radica el argumento.
Ausonia, que parece extraída de Italia de los años 30, es escurridiza cronológicamente, a pesar que luego la novela sí la sitúa, incluso con fechas, parece enclavada en un lugar al que no pertenece, es una mezcla de tranvías y laptops.
La primera escena, las aves estrellándose en la ventana de Dottore, es similar a Salir a robar caballos (Out stealing horses) de Per Peterson, donde Trond, viejo ya, está echado en su cama y este constante golpe de las aves lo hacen aventurarse hacia el mundo exterior, en cambio, en Paisaje habitado, este suicidio de las aves parece encerrarlo más a Dottore, avisarle de lo hostil de lo exterior, de la violencia, y lo hacen refugiarse en su mirador desde donde puede, sin necesidad de echarse al peligro, observar lo que ocurre. «Me plantaba un momento al pie del ventanal» (página 44).
Hay una pulcritud por el lenguaje que emplea Dottore, una necesidad de dar personalidad a las cosas, tiene una entrega con las objetos, por la soledad que cree padecer y porque llamándolas por el nombre que tienen les devuelve el reconocimiento de la compañía. «Sobre ellas reposaban decoradas servilletas de lino en el mismo tono de la cenefa del mantel,… un vistoso quinqué...».
«Me repetía mientras nos mirábamos como dos buques oxidados» (página 82). A veces las imágenes son tan pulidas que no concretan la urgencia de la historia.
El gran tema de este libro es la soledad. «Había comprobado que la soledad, más que tiempo y velocidad, era espacio» (página 15). El protagonista está en constante e íntima relación con las cosas, porque en su soledad son estas las que cobran un significado contundente ya que el carece de aproximaciones hacia las demás personas, es en realidad un personaje que tiene miedo al contacto, al compromiso, sólo busca lo verdadero y hermoso, sin embargo es consciente de su ominosa dureza. «Mi pequeña selva ha sido liberada» (página 364). Casi al final, Dottore descubre que son los espacios los que lo van dominando, el tiempo y la vida son solo prolongaciones de esta verdad. Los espacios, trastornados por las construcciones son los que le dan estabilidad, pero al mismo tiempo lo cercan lo deforman, son un espejo de su situación. «Si las puertas eran ventanas torturadas (estiradas en un potro inmisericorde, o enterradas al olvido hasta la cintura, por ejemplo) y las ventas eran puertas paralíticas (a las que les había amputado las extremidades inferiores por diversión y no por enfermedad o accidente, por ejemplo), entonces ‘tanto las puertas como las ventanas son esclavas de ruindades, de perniciosas prácticas de arquitectura, de salvajes parcelaciones’»
(página 182).
«Creemos que la soledad nos traerá libertad, soltura, incluso juventud, y por ese camino dirigimos nuestros pasos con una inocencia bastante absurda para un hombre adulto, que ni qué decir para uno viejo, Dottore… Pero una noche recapacitamos en que no hay nadie con quien compartir las satisfacciones. Nadie con quien ensañarse por nuestras torpezas» (página 90).
«Mi vida había sido educada par eso: trazar en secreto y soledad los senderos por donde suele marcharse la gente, y esperar porque alguien regresara a contarme las aventuras que yo me evité vivir. La soledad es un vacío poblado de recuerdos. Ningún recuerdo es vacío. Ninguna soledad se está sola en el recuerdo A fin de cuentas saber mentir es una manera de acercarse a la verdad» (página 348).
Así como en los personajes de Henry James que creen que merecen algo mejor pero que no saben qué es y que confían en el destino para cambiar el curso de su vida, Dottore parece confiar o al menos encontrar un espacio donde su vida podría tener otro significado, o al menos uno, «¿Cuál habría sido el curso de mi vida si no hubiese entrado al salón por mi café? ¿Y si antes el viento no hubiese arrebatado el diario de mi mesa? ¿Y si antes no sme hubiera antojado acomodarme el sombrero?» (página 28). Aquí muestra lo aleatorio del encuentro con Nebbia. Nebbia y el amigo íntimo de Dottore, Tomasso, son personajes que siempre lo acompañan, le ayudan, nunca lo contradicen, aliados.
Otro tema que se toca es el del amor, pero el amor a través de un proceso cognitivo. «Tenía la sensación que el amor era una prueba de resistencia» (página 32). «¿Hasta cuándo se puede amar sin renunciar a la propia felicidad? (página 35). «Ahora sé que el amor es un pequeño territorio estacionario. Una exquisita geografía que no admite certezas, atravesada muy de prisa infinidad de veces y sin reparos, mientras se es joven. Y al arribo del estío, al agotársenos belleza y vitalidad, aquel territorio se torna, inabarcable, seductor e imposible de alcanzar. Como una inquietante pesadilla, surge entonces la fealdad, arrojándonos al centro de la nada, a esperar porque un recuerdo se apiade y nos recoja» (página 48). «He confundido los límites del amor, justamente por conocerlos» (página 117). Existe solo una mención de pertenencia hacia Nebbia, a quien siempre dibuja como una criatura libre casi como una espectro «Las manos de mi mujer» (página 187). Sobre su pequeña hija, Dottore la percibe casi como un ser de luz.
La pérdida está también incluida en la novela, sobre todo la pérdida de la lucidez, ante la vida, pero como un constante crecimiento de los espacios que van recordándole lo rotundo que puede ser la soledad. «Cuando se pierde el deseo del placer, se pierde todo. Por eso, algunos viejos creen enloquecer de tedio cuando en el fondo aquella enajenación no es otra cosa que el agotamiento de la fuerza que nos empuja en busca del placer» (página 57). La ruina es la memoria.
Una negación a la arquitectura y a la construcción porque demanda espacio y por lo tanto empequeñece, hay también un desprecio de Dottore por el pragmatismo que inducen las ciencias, la ingeniería, la medicina. «Lo cierto es irse. Quedarse es ya una mentira, la construcción, paredes que parcelan el espacio sin anularlo» (página 130). El personaje no llega a relacionarse con su entorno más cercano, ni con el tiempo que también rechaza.
Hay alusiones literarias diversas, por ejemplo, esta: lanzó mierda con el ventilador, que era también una de los títulos que Bolaño usaría en vez de Nocturno en Chile, que no fue aceptada por su editor, una novela también sobre la búsqueda.
«Desde entonces me he aficionado a coleccionar amaneceres. Sumaba días, semanas, y después los borraba, los perdía, todos» (páginas 350). Parece que la búsqueda ha terminado y al mismo tiempo es el inicio, antes del muro, antes de Ausonia, esperando por el Telón.
«A fin de cuentas saber mentir es una manera de acercarse a la verdad» (página 323).
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2 comentarios:
Excelente, bien escrito. Provoca leer el libro.
Gracias, es un gran libro. Tu blog está buenísimo, sería chévere que tengas el feed.
Un saludo.
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