domingo, 21 de junio de 2009

Al otro lado del parque, el otoño

Manuela Gracia Arellano



En el patio de la escuela los chicos juegan a atrapar la luz que yo les dirijo a los ojos con mi espejo. Corren detrás de ella cuando la muevo, saltan para alcanzarla, pero yo que soy el dueño la subo y la bajo, la levanto y la hago caminar por el suelo. Ellos la pisan, pero no consiguen que se quede quieta bajo su zapatilla, yo soy el dueño, por fin, de algo que a todos les hace reir. No se imaginan de dónde viene, ni quién mueve el espejo, no sospechan siquiera, de quién se trata, hoy les puedo hacer correr detrás de la rata de luz.

Los veo desde mi ventana entrar a las nueve, cuando empiezan las clases, jugar media hora a las once, salir a correr por la pequeña pista de suelo rojo, entrenando y midiendo sus tiempos. Sus gritos jugando al fútbol, a veces llegan a desesperarme, pero me acompañan, y hasta me ilusiono con ser uno de ellos.

Soy, el que entre visillos, quiere participar de sus bromas. No recuerdo sus nombres, ni los apodos que se gritan una y otra vez, no se cansan de llamarse. Mientras, se quieren apoderar de la luz. Se insultan y ríen a carcajadas, se tiran al suelo rodando, raspándose las rodillas sólo por apoyar sus manos encima del inocente reflejo.

Invisible para todos, ya no sabría correr, aunque pudiera hacerlo. Soy el que se conforma con esperar cada mañana, en esta ventana, desde donde veo pasar mi reducido mundo, un patio de colegio y las copas de los árboles anunciando, con sus hojas ocres, al invierno.

Son las seis de la tarde, empieza a anochecer y no quedad nadie, sólo puedo esperar que mis amigos del otro lado de la tapia vuelvan. Se irán pero ellos volverán mañana ¿O también se esfumarán sin decir nada?

Así es, como se fue ella, sin pedirme permiso, sin consultarme. Se fue sin que yo sospechara nada, sin que me dijera, “Te vas a quedar solo”. No puedo perdonar, que otra vez, la vida, me hiciera semejante jugarreta. No soy el que se muere, soy el que se queda solo, el que resiste a pesar de ser más débil. Los cobardes somos siempre sobrevivientes. Ni siquiera fui capaz, de seguirte. Te fuiste y desde entonces, sigo mirando la vida detrás de los balcones que dan al parque. La soledad llegó de repente, se instaló en mis rodillas inútiles, y se resiste a dejarme.

Cada día, de los mil que parecen haber pasado desde entonces, me he preguntado, sin saber la respuesta, que he hecho tantas horas, de tantos días, en los que no supe encontrar un motivo para seguir aquí.

Ahora, tengo el juego con los niños del patio, y a veces, hasta se me escapa una sonrisa, al verlos jugar ajenos, tan cerca, tan lejos.

Aunque para ellos no sea nadie, y menos sospechen que los necesito, espero que salga el sol del otoño, sólo en mi espejo. Apenas necesito unos minutos, el tiempo de pasearlo por sus caras, que tan bien conozco ya.

**
Puedo ver la casa azul.

Si espero, en este lado, pegado a la pared, seguro que aparece en el balcón del primer piso. Allí vive él.

El hombre del espejo, nos pone el reflejo del sol en los ojos. Sé quién es. Lo conozco, lo veía en el parque, siempre iba con una mujer, hablaban, se miraban y se reían. Se sentaban cerca del césped, donde jugamos al fútbol. Ella, nos devolvía la pelota que le llegaba a sus pies, con una patada fuerte. Él, siempre sentado, esperaba…

Al hombre parece que no le importa ir en esa silla de ruedas. La mujer la empuja despacio. Lo pasea, como un niño pequeño por la alameda.

Hace tiempo que ya no los he visto. Ya no van al parque. Ella no está, nunca se asoma.

Desde que comenzaron las clases, el hombre, escondido detrás de los visillos, empezó a mover el sol para nosotros. Hoy, cuando empiece el juego, yo iré a la casa azul.

**

Creo que uno de ellos a descubierto de donde sale la luz, no deja de mirar, quiere saber quién hay al otro lado. Puedo esconderme, cerrar las cortinas, que piense que aquí no hay nadie…

Suena el timbre. Me alejo del balcón, deslizo las ruedas con mis manos por el pasillo, abro la puerta, y ahí está el chaval, con la cara roja, jadeando.

- Hola, soy Manuel, ¿Estás solo? Si quieres, yo podría pasearte algún día, por la alameda del parque.

8 comentarios:

Zayi Hernández dijo...

que hermoso! lo he vivido y he quedado embelezada...excelente.
Besitos.

Anónimo dijo...

Cada dia mejor brother....un abrazo

daniel x

pecas dijo...

triste

Ivan Eduardo dijo...

Si, a mi tambien me gusto este cuento en el taller. Voy a seguir leyendo tus textos estimado. Saludos y estamos leyendonos...

Luly dijo...

A mi la verdad es que esté relato me ha dejado sin palabras,yo también hubiera ido a hacerle compañia a ese hombre que se siente solo a entregarle un poquito de amistad para que se enfrente con la vida de nuevo. Es muy triste vivir en esa soledad.

Besos. :)

Anónimo dijo...

siempre hay un valiente para un cobarde.... eso es lo quiero creer.
O

C.W. y C.B. dijo...

La soledad siempre es triste, pero la forma en q escribes la decora...Muy buena!!!
Besos
C.W.

verdemundo dijo...

Zayadith, en realidad es una historia muy buena.

Daniel, hasta cuándo tendré que cargar con tu cuerpo de muerte en las madrugadas de bohemia?

Pequitas, así es.

Ivan, Y pásame la voz si encuentras otros talleres, yo también haré lo mismo. Gusto conocerte.

Luly, lo más triste es que la soledad viva en ti.

O, yo también.

C. W. y C. B., yo no la decoro. Un saludo...