domingo, 24 de julio de 2011

Correr



Jean Echenoz (Orange 1947) publicó el año pasado Correr (Anagrama), novela sobre el checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000) que ganó en los Juegos olímpicos, Helsinki 1952, tres medallas de oro en 10 días (5000 m, 10000 m y la maratón), hasta ahora nadie ha superado esta hazaña.

Rara vez se encuentra un libro en donde los personajes no estén íntimamente relacionados con escritores o que algo de su carácter se explique por medio de alguna obra literaria, por lo que leen y repiten en sus ensoñaciones. Es natural, los escritores escriben casi siempre sobre lo que viven y gran parte es la lectura. Por eso resulta refrescante encontrarse con libros que están fuera de la escena literaria donde sus personajes no son lectores compulsivos o no se apoyan en conceptos literarios. Es el caso de este campeón que vivió bajo países autoritarios, como la Alemania nazi y luego el socialismo ruso. No es gratuito que sea un corredor, a pesar que este personaje existió y fue atleta, cuando es llevado a la ficción, correr es escapar, según se dice, Emil tenía una técnica pésima, lo que puede ser explicado únicamente como la urgencia de liberarse. Corría para huir de la dictadura.



“Emil corre contra su decadencia, y sonríe. Incluso en las minas de uranio adonde lo destie¬rran porque ha apoyado a Dubcek”.

El libro no es una biografía, sostiene el autor, no me entrevisté con personas que lo conocían. Sólo investigué lo que la prensa publicaba de él, eso era suficiente para construir un personaje novelesco, como cuando ya retirado, fue puesto a trabajar como basurero por el gobierno soviético.

Es el segundo libro que escribe sobre personajes famosos. El primero fue Ravel, el próximo será sobre Nikola Tesla. Dice que incluso en Correr, donde ventila un tema que nunca fue de su interés, el deporte, siente que sus personajes están vinculados a un gran tema: la soledad.

Dice que lo único que le hubiera gustado preguntarle a Zápotek es si su expresión atormentada era real.

Aquí un extracto:

“Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros parecen avanzar sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible donde acaban de llamarlos. Emil, nada de todo eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua intermitente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte”.

lunes, 18 de julio de 2011

La constante agonía de los sueños truncos (recortes de Blanco nocturno, Ricardo Piglia, Anagrama)



Blanco nocturno ha sido galardonada con dos premios: el de la Crítica (que otorga la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Rómulo Gallegos (que otorga el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela).

He leído algunas reseñas poco favorables sobre esta novela. Desde las críticas a la editorial por algunos errores de impresión (‘clerigman’ pág. 226 o ‘Bleack House’ pág. 270, cita de la novela de Dickens) hasta los comentarios de una débil segunda parte donde aparecen nuevos personajes para remediar los frentes abiertos de la primera. O que deberían ser dos novelas separadas, o que el final no debería ser abierto.

Primero unas líneas sobre la historia. Sofía y Ada son gemelas y en uno de sus paseos por Estados Unidos conocen a un boricua negro llamado Tony Durán, tienen un romance en Atlantic City que termina cuando una de ellas regresa a Argentina. Tony las sigue a su pueblo (posiblemente Adrogué, ciudad natal del autor) donde es asesinado, según se sospecha para robarle una gran cantidad de dinero. El comisario Croce empieza a investigar la causa de la muerte y se encuentra con la turbia historia familiar de las hermanas Belladona, la relación extraña con el padre y con los dos hermanos, Luca y Lucio, que está muerto. Luca luchando con un embargo para no perder la fábrica donde realiza sus inventos. Un reportero llega de Buenos Aires, el ya conocido en otras de sus obras, Renzi, quien se alía con Croce para descubrir la verdad del asesinato.

Hasta ahí los ingredientes de una novela negra. Pero basta con pasar las hojas para darse cuenta que esta obra es tambié metaliteraria (relación Kafka, Dickens, Melville, entre otros). No busca en primera instancia resolver la muerte de Tony Duran, sino colocarnos en un nivel impresionista de una sociedad corrupta, pero con una prosa extraordinaria y fascinante.

Es una crítica a la sociedad de los talentosos y los esforzados, un orden más pegado al azahar que a la constancia. Como la historia del Manco, jugador de tenis. Uno tiene talento para hacer algo, pero no puede hacerlo. Donde Renzi le responde, en general mis amigos tienen tanto talento que ni siquiera les hace falta hacer nada.

Es cierto que al avanzar en la novela uno siente que la historia pierde fuerza cuando ingresa en la segunda parte, pero la prosa está tan bien lograda que la intensidad no disminuye. Las sospechas de un final mediocre se desvanecen en las últimas páginas. Yo no creo que sea un final abierto. Uno cierra el libro y la primera impresión parece indicar eso. Pero después de un tiempo de reflexión, la verdad llega contundente. Ha estado ahí desde el principio. El motivo del asesinato y el/la que lo planea se hilvana como una historia que apenas se deja entrever a lo largo de la novela.

La clave está en el dibujo que Croce muestra. La alusión al conejo iluminado en la noche por los faros (pág. 149). El blanco nocturno. La visión nocturna de los ingleses, la luz mala (pág. 159). “Comprender –dijo cuando salió de ahí- no es descubrir hechos, ni extraer inferencias lógicas, ni menos todavía construir teorías, es sólo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad (pág. 178)”.

Creo que hay ciertos escritores que confían en su prosa para sacar adelante una historia que saben floja. Hay otros que cuentan buenas historias pero se olvidan de la estética en contarlas. Piglia hace un buen balance entre las dos. Confieso que por momentos puede hacer referencias a otros autores dando un efecto ampuloso, esto ya es un gusto personal. Aunque autores que disfruto como Borges, Umberto Eco, Perec, Pynchon, Vila-Matas, o en el caso nuestro, Iván Thays; usan también este recurso para alertar al lector en ser extremadamente cuidadoso. La riqueza de estos escritores es indudable, pero cuando abren la puerta a otros escritores dentro de la historia, uno se prepara para reconocer las posibles interpretaciones, los símbolos y las inteligentes elucubraciones. Hay una riqueza literaria indiscutible, no se otorga ninguna frase gratuita.



Blanco nocturno va desde Homero hasta el realismo mágico de García Márquez, o Faulkner, pasando por la Biblia. Basta con la parte donde narra el accidente del padre de las gemelas, donde se fabrican historias de la causa: manga de langostas que lo botó del caballo, polvo con paraguaya que lo mantuvo con vida porque le dio respiración boca a boca sin ella darse cuenta, o porque pensaba que lo estaban envenenando; para reconocer a Macondo o Yoknapatawpha.

Algunos personajes cargan con el estereotipo de la novela policial y los símbolos de sus oficios. Tenemos a Cueto, el fiscal malo y corrupto; un secretario que ha sido seminarista y termina como bastión de Luca; Croce, el comisario inteligente e intuitivo cuyo perro está torcido, como la verdad que él presenta pero que la sociedad no acepta; el solitario y débil mental Luca; el periodista de la capital, Renzi, culto y aniñado. Y por supuesto, el periodista del pueblo que es miope, como el periodista torpe de La guerra del fin del mundo.

La tensión sexual entre hombres es clara, pero no se explota, se esconde, se trata de ocultar, incluso. Entre Renzi y Croce (pág. 111), se dice poco; entre la del japonés y el boricua sólo por acusaciones. El homosexualismo es todavía, o debe ser, una práctica indecente.

Me deja en duda las alusiones poéticas a la cocaína, debe ser un hábito de Renzi. “Blancura incierta de la sal de la vida (pág. 145)”.

Piglia hace uso de un narrador triple. Un omnisciente comprometido con los personajes principales, otro que se fabrica entre la conversación entre Sofía y Renzi, el que menos me gusta, porque a veces parece que los personajes lo sorprenden y el último, uno que se agazapa en el pie de página abriendo luces e interviniendo con sutileza.

Notable es también la relación que surge entre la naturaleza y los personajes. “La naturaleza sólo produce destrucción y caos, aísla a la gente, cada gaucho es un Robinson que cabalga por el campo como una sombra. Sólo pensamientos aislados, solitarios, livianos como alambre de enfardar, pesados como bolsas de maíz, nadie puede salir, todos atados al desierto, se largan a caballo a recorrer su propiedad a ver si los postes del alambrado están sanos, si los animales siguen cerca de la aguada, si se viene al tormenta; al atardecer cuando vuelven a las casas, están embrutecidos por el aburrimiento y el vacío (pág. 119)”. Es una relación destructiva, para los hombres, no así para las mujeres.

Uno de los temas centrales es el hombre de principios que se destruye asimismo en búsqueda de la verdad. La locura es síntoma de genialidad. Los locos del manicomio que repiten frases de Esperando a Godot.



Como algunos han mencionado, Piglia forja una novela en la ficción paranoica. Todos son sospechosos, todos se sienten perseguidos. “Todos están atormentados por su conciencia (pág. 217)”.

Aquí algunos de los recortes que más me gustaron:

“La última luz de marzo entraba cortada por las rejas de la ventana y afuera el campo tendido se disolvía, como si fuera de agua, en el atardecer (pág. 54)”.

“Croce y Saldías se pararon junto al cadáver con esa extraña complicidad que se establece entre dos hombres que miran juntos a un muerto (pág. 58)”.

“Los sirvientes sólo tienen, para sobrevivir, la aceptación de los demás (pág. 76)”.

“No hay que intentar explicar lo que pasó, sólo hay que hacerlo comprensible (pág. 107)”.

“Si uno piensa en el pasado es porque ya perdió la pasión (pág. 133).” Aunque mi amigo S. me dijo que es de Heráclito.

“Hace falta más tiempo para rememorar que para vivir (pág. 143)”.

“En estos pueblos de campo, cerrados como un gallinero, aislados de todo, como usted se imagina, la gente delira un poco para no morir de tedio (pág. 204)”.

“Se habían quedado en silencio. Una mariposa nocturna giraba sobre los focos con la misma decisión con que un animal sediento busca el agua en un charco. Al fin golpeó contra la lámpara encendida y cayó al piso, medio chamuscada. Un polvillo anaranjado ardió un instante en el aire y luego se disolvió como el agua en el agua (pág. 214)”.

Esta última es particularmente esencial para desentrañar la historia.

Blanco nocturno ha sido, sin duda, uno de los libros que más he disfrutado en lo que va del año.

domingo, 17 de julio de 2011

Lo que hace uno por la apariencia.



Un extracto de esta entrevista al argentino Piglia, nos revela lo vanidosos que pueden ser los escritores; pero de una forma enternecedora. Si es posible esa combinación.

-Yo ya leía, pero sin método. Había tenido una noviecita en Adrogué. El padre era de familia de anarquistas, leían mucho. Y me acuerdo de la escena. Íbamos caminando, había un muro alto, y ella me dijo: "¿Estás leyendo algo?". Y yo había visto, en la vidriera de una librería, La peste, de Camus. Y le dije: "Sí. La peste, de Camus". Y me dijo: "Prestameló". Entonces compré el libro... me da vergüenza contar esto... pero compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera más usado, y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer.